Mientras está al cargo de los neonatos, Martynenko no puede olvidar que sus hijos no están a su lado, pues se encuentran con su abuela en Sumy , una ciudad a unos 320 kilómetros (200 millas) al este de la capital, y una de las zonas más castigadas por los bombardeos rusos .
«No hemos podido ir a casa desde el 24 de febrero», dijo a Reuters el martes, mientras cambiaba los pañales a uno de los bebés. «Soy de Sumy, pero no puedo ir allí. Los rusos empezaron a bombardear nuestro pueblo ayer. Esperamos noticias todos los días sobre lo que está pasando allí... Pero no podemos dejar a estos bebés », añade.
Martynenko llama a su familia cuando puede para ver si están a salvo y si han conseguido dormir por la noche. « No es culpa de ellos que esto sucediera», dijo sobre los niños que tiene a su cargo. «No es culpa de ellos que los padres no puedan venir a llevárselos. Así que nos quedamos aquí y los ayudamos con lo que podemos».
En los alrededores de la clínica improvisada, una enfermera empuja un cochecito con una mano y sostiene a un niño con la otra mientras ella y sus compañeras arropan a los niños. Los bebés duermen en una fila de pequeñas camas de plástico y los biberones se apilan para ser esterilizados.
El personal dijo que dos parejas, una de Alemania y otra de Argentina, habían llegado a Kiev para unirse con los niños, pero no estaba claro cuándo podrían sacarlos del país, pues a pesar de la creación de varios corredores humanitarios, los ataques a la población civil por parte de las tropas rusas no han cesado.
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