«Esperemos que deje la clase pronto y que no vuelva con un arma automática»
Una compañera del detenido por la matanza de Tucson temía un ataque de Loughner en clase; «lo mejor sería librarnos de él antes de que haga algo malo», escribió
«Esperemos que deje la clase pronto y que no vuelva con un arma automática»
“Tenía cara de salir en las noticias después de venir a clase con un arma automática”. Este brutal veredicto sobre Jared Loughner no es posterior a su detención, acusado de intentar asesinar a sangre fría a la congresista Gabrielle Giffords ... y de llevarse por delante a seis personas, sino que data de principios del mes de junio. La autora es Lynda Sorenson , compañera de clase de Loughner en un curso de verano de álgebra que se impartía en la universidad pública de Tucson.
Lynda tomaba este curso a una edad lo suficientemente avanzada - 52 años - como para haber formado cierto criterio de la vida y de la gente. Entonces sentía que era peligroso tener demasiado cerca a una persona como Loughner . Mientras compartió aula con él, esta mujer se sentó al lado de la puerta, con su bolso a mano y presta a salir corriendo a la menor señal de que sus miedos se hacían realidad.
The Washington Post publica varios e-mails de Lynda Sorenson donde se aprecia la escalada de aprensión que Loughner le provocaba. Empieza diciendo que hay una persona que interrumpe las clases, que da miedo, y que no se sabe “si está metido en drogas, o si es un perturbado” . “Esperemos que deje la clase pronto y que no vuelva con un arma automática”, escribía Lynda el primer día de clase, el 1 de junio.
«Seriamente perturbado»
Para el 10 de junio ya no le cabe ninguna duda de que Loughner está “seriamente perturbado”. Escribe que todos están de acuerdo en que lo mejor sería “librarse de él antes de que haga algo malo”. A lo cual siguen estas proféticas palabras: “El problema es que mientras no haga nada malo, no se puede hacer nada para librarse de él. Huelga decir que yo siempre me siento al lado de la puerta”. La mujer incluso llega a imaginarse un eventual escenario en que lo peor ya ha ocurrido y ella y otros condiscípulos son entrevistados en la televisión recordando que, en efecto, Loughner era “muy raro”.
Estas fantasías se harían realidad de lleno, no en el aula sino en el supermercado donde el pasado sábado Loughner efectivamente sacó un arma semiautomática, una pistola Glock de 9 mm , para abrir fuego contra Gabrielle Giffords y todo aquel que la rodeaba. Y tal como pronosticaba Lynda Sorenson, ahora todo es tratar de armar el desconcertante rompecabezas de la personalidad del asesino , que de momento guarda un hosco silencio ante las autoridades, negándose a cooperar y reivindicando su derecho a no declarar contra sí mismo.
Mezcla de excentricidad y narcisismo
Se sabe de él que vivió su infancia y su adolescencia al norte de Tucson , con una familia que según unas fuentes era más que correcta y le trataba bien, animándole incluso a desarrollar ciertas dotes artísticas, mientras que otras opiniones señalan que el joven no se sentía feliz en su casa. Por otro lado este es un sentimiento muy extendido entre los adolescentes del mundo. La rareza de Loughner no era eso, sino su inquietante mezcla de excentricidad, narcisismo y necesidad de llamar la atención que le llevaba a interrumpir a los demás constantemente.
Pocos dudan de que está loco, pues ni con la mejor buena voluntad extremista se pueden considerar coherentes sus ideas. Por un lado estaba en contra del aborto –llamó “asesina de bebés” a una compañera de estudios que leía un poema sobre lo traumático que había resultado para ella abortar- y tampoco veía con muy buenos ojos la inmigración, además de ser, al parecer un devoto lector de las obras de Hitler . Todo esto podría alinearle con la extrema derecha y hasta dar argumentos a los que presentan a Loughner como un engendro del Tea Party, inspirado por Sarah Palin.
Hitler y el Manifiesto Comunista
Pero resulta que con tanta pasión como leía a Hitler, el personaje se empapaba del Manifiesto comunista , suscribía las teorías de extrema izquierda –y del iraní Mahmud Ahmadinejad- de que el 11-S fue en realidad un montaje del gobierno de Estados Unidos, y con el tiempo y las neuronas que le quedaban libres acusaba a este mismo gobierno de “controlar mentalmente” a sus ciudadanos a través de la gramática inglesa, nada menos.
Semejante ensalada de extremismos contrapuestos da la medida de una enajenación que no cabe en el ideario de ningún único partido, por radical que este sea. Lo cual situaría a Loughner más en la línea de locos magnicidas al estilo del asesino de John Lennon. Para acabar de completar su aura maldita, este lunes la CNN confirmó que de su defensa se encargará Judy Clarke , famosa abogada de los criminales más indefendibles. Entre sus clientes figuran uno de los ideólogos del 11-S, Zacarias Moussaoui , el terrorista Ted Kackynsky, más conocido como Unabomber , y Susan Brown , una mujer que ahogó a sus dos hijos en 1994.
Una diana en la cabeza
De todos modos nada puede darse por sentado ni descartarse hasta que el FBI no concluya su investigación. Por un lado se sabe que Loughner no disparó sólo contra Gabrielle Giffords, sino que parecía lanzar ráfagas a ciegas. Por otro lado hay pruebas que le incriminan en una fría planificación del asesinato. ¿Por odio específico a las ideas de Giffords, o porque quiso la mala suerte que precisamente esta congresista se le pusiera a tiro en un día y a una hora determinados?
La parlamentaria demócrata se había quejado con insistencia del duro acoso que sufría por parte de los seguidores del Tea Party , y se quejaba de que “podían tener consecuencias” campañas como la de mostrarla a ella y a otros demócratas a batir con una diana en la cabeza . También ha trascendido que Loughner coincidió personalmente con Giffords en una ocasión, en 2007, y que después de oírla hablar declaró que le parecía “estúpida y poco inteligente”.
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