Batalla abierta entre Trump y sus rivales por el control del partido Republicano
La guerra de poderes ha quedado expuesta con el bloqueo por parte de Trump de las ayudas para el Covid, que finalmente aprobó este domingo
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Iniciar sesiónSolo hay una cosa segura del muy impredecible Donald Trump : a partir del próximo 20 de enero, cuando Joe Biden jure su cargo como presidente de EE.UU., el multimillonario neoyorquino no se retirará a sus posesiones en Florida, como cualquier ... jubilado de 74 años a jugar a golf y tomar un cóctel al atardecer. No solo porque el presidente de EE.UU. sea abstemio, sino porque su plan es mantener el poder en el partido republicano.
Desde su victoria electoral histórica de 2016, Trump ha dominado al partido, con una popularidad en el electorado republicano apabullante (tanto como su impopularidad entre los demócratas).
La derrota en las elecciones frente a Biden ha trastocado esa relación. Su poder fuera de la Casa Blanca será distinto y ya está afectando a esa relación con el partido. Los republicanos del Congreso tratan de gestionar ese nuevo escenario, en el que Trump ya no será presidente, pero en el que buscará imponerse, ya sea como candidato a la presidencia en 2024 o como «capo» del partido, capaz de crear o destruir carreras políticas entre los republicanos. Se ha visto en las últimas semanas: en la cruzada del presidente contra el supuesto «fraude masivo» en las elecciones –del que ni su propia Administración ni los tribunales han encontrado pruebas consistentes– la mayoría han hecho equilibrios. Ni han negado que hubiera fraude, ni lo han aceptado.
Trump, sin embargo, está apretando las tuercas en los últimos días, lo que fuerza a los republicanos a tomar posiciones, en un adelanto de la guerra de poderes que habrá a partir de enero. Ayer fue un ejemplo perfecto de ello. La Cámara de Representantes, con mayoría demócrata, se reunió para votar un aumento de los cheques de ayudas para el Covid. Después de meses de negociaciones entre ambos partidos en el Congreso, lideradas entre otros por Steve Mnuchin, secretario del Tesoro de Trump, el presidente hizo saltar por los aires el acuerdo alcanzado la semana pasada: frente a los cheques de 600 dólares aprobados, exigió que fueran de 2.000 dólares y puso en riesgo los subsidios y ayudas para millones de estadounidenses. Una jugarreta a los republicanos para quedar como el presidente que quiso dar más dinero a los estadounidenses . Después de días de incertidumbre, el presidente finalmente firmó la ley presupuestaria el domingo por la noche.
La decisión intempestiva del presidente era un regalo para los demócratas, que ayer lo utilizaron para poner a los republicanos de la cámara baja entre la espada y la pared: o votaban a favor de la propuesta de los demócratas de cheques de 2.000 dólares –a la que se opusieron los republicanos durante meses– o votaban en contra de lo que defendió el presidente.
En la misma sesión, otra disyuntiva similar. Los diputados tenía que votar una ley de defensa que los republicanos favorecieron de forma mayoritaria y que Trump, después, vetó. Se esperaba que en la cámara baja hubiera el suficiente apoyo como para que los diputados invalidaran el veto del presidente. Pero, de nuevo, los republicanos tenían que posicionarse entre una ley que favorecen y los intereses personales del presidente.
Prueba de lealtad
La prueba de lealtad definitiva será el 6 de enero , cuando el Congreso se reúna para certificar los votos del Colegio Electoral, el órgano que elige al presidente y que votó el pasado 14 de diciembre según lo expresado en las urnas en las elecciones del 3 de noviembre, donde Biden ganó con una diferencia de más de siete millones de votos: 306 electores para el candidato demócrata, 232 para el presidente.
Trump tendrá entonces la última oportunidad para dar la vuelta a la voluntad popular expresada en los votos: que los legisladores no certifiquen ese resultado. Es una vía muy poco plausible, pero el presidente ha alistado algunos legisladores leales para que se opongan, lo que obligará a celebrar una votación. Otra vez, forzará a muchos republicanos a votar contra él.
En este proceso de las últimas semanas, marcado por el intento de Trump de dar la vuelta a los resultados electorales , las grietas de su control sobre los republicanos han empezado a aparecer. Pesos pesados de su Gobierno, como el fiscal general William Barr, han preferido abandonar antes de tiempo el barco que formar parte de la subversión. Mitch McConnell, el líder republicano en el Senado, ha enfurecido a Trump por llamar a Biden «presidente electo» y por exigir a los legisladores que no se opongan a los resultados el 6 de enero. Las críticas públicas de los republicanos a Trump –por su insistencia en el supuesto fraude o por su negativa a firmar la ayuda para el Covid– son cada vez menos tímidas.
Al mismo tiempo, el presidente pierde el favor de sus aliados en los medios. Fox News, la cadena de noticias más popular y que más le impulsó, no ha apoyado sus alegaciones de fraude. El «New York Post», el único gran periódico que le dio su apoyo y que publicó informaciones dañinas –y de dudosa procedencia– contra Hunter Biden –el hijo del presidente electo– le dio la espalda este fin de semana. «Pare la locura», decía su portada, acompañada por un editorial en el que le exigía que acabara con la «payasada oscura» de oponerse a los resultados y que, en su lugar, trabajara para mantener su legado.
No parece que nada de eso vaya a impresionar a Trump. Al contrario, en estas semanas en las que exige posiciones, ha sacado la libreta. A republicanos díscolos, como el senador John Thune, les ha dicho que apoyará a quien le desafíe en primarias. Ha despedazado a gobernadores como Brian Kemp (Georgia) o Doug Ducey (Arizona) por no ser fieles en su cruzada electoral. Amenaza con cobrarse su deslealtad y puede hacerlo: tiene apoyo –el 78% de los republicanos cree que Biden ganó de forma ilegítima– y dinero para campañas, con su máquina de recaudación electoral a pleno gas.
La lucha no ha ido a mayores porque todos están pendientes de las elecciones al Senado en Georgia, donde los republicanos se juegan su mayoría exigua y necesitan el apoyo del presidente. Será el 5 de enero. Al día siguiente, el gran examen de lealtad en el Congreso. Dos días que definirán la relación entre Trump y el partido republicano .
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