Álvaro Alonso - Profesor de una escuela de Texas entre 2016 y 2017
Un profesor español en Texas: «Te pones en la tesitura de si tienes madera de gallina o de héroe»
En EE.UU. hay protocolos periódicos de evacuación y simulacro ante la posible entrada de un intruso armado
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Son las ocho de la mañana. Como todos los días suena por megafonía la voz chirriante de la directora de la escuela pública de Primaria donde cerca de mil estudiantes escuchan atentos en el interior de las clases. Aunque de origen hispano, la directora habla ... en inglés y aprovecha para, con la ayuda de dos alumnos, recitar los nombres de quienes cumplen años ese mismo día. A continuación, suena el himno de honor a la Bandera de Estados Unidos. Todo el edificio recibe de golpe las voces de los mil alumnos que, al unísono, recitan la plegaria con ritmo y musicalidad.
Una vez terminado el ritual de inicio de la jornada, y tras el desayuno en las mismas aulas, se realizan las circulaciones de una a otra parte del edificio. Son las llamadas «lines» o líneas de estudiantes, que son una especie de arte en sí mismas. Consiste en conseguir que un número importante de personitas se desplacen por los pasillos como si fueran prácticamente invisibles e indetectables. Por varias razones, no solo por disciplina o para no molestar. También y, sobre todo, por seguridad.
Una línea perfecta - responsabilidad del maestro es conseguirlo- es aquella en la que todos tienen los pies en una baldosa bien juntos. Las manos, enlazadas a la espalda. Y la boca inflada con aire. Es decir: no tocar, no salirse de la línea, no hablar. El resultado es digno de ver, sobre todo viniendo de la algarabía propia de un instituto público en España. Aquí, en Texas, los niños y niñas se desplazan como una Santa Compaña a un centímetro por encima del suelo del pasillo, de manera que apenas se escucha el leve roce de los pies al andar.
Esto no es opcional. Una línea o es perfecta, o el maestro tiene un problema. ¿Por qué tal grado de control? Uno no tarda en darse cuenta de que un edificio dedicado a la enseñanza en Dallas, Texas, como la Adelfa Botello Callejo Elementary School del sur de la ciudad, donde estuve impartiendo clases en 2016 y 2017, a alumnos desde Pre-K (cinco años) hasta 5º Grade (10-11años) ha de ser sí o sí un lugar seguro, puesto que el equipo directivo sabe por estadística que la entrada de un intruso o la aparición de una persona armada dentro del mismo puede tener trágicas consecuencias. Y es posible.
Hay, por ello, protocolos periódicos, mucho más serios y cronometrados de los que se realizan en España. Y son de dos tipos: Uno, de evacuación, donde cada maestro debe tener siempre dos cartulinas a mano, una verde y una negra. Al salir lo antes posible del edificio, de manera ordenada, levantará la cartulina verde si están todos los alumnos. Y la negra, si falta alguno. De esta manera, se puede tomar medidas con celeridad.
El otro tipo de simulacro es más peculiar: consiste en el anuncio con una alarma de que ha entrado un intruso armado al edificio. Entonces, lo que hay que hacer es esconder al alumnado debajo de las mesas, sin hacer ruido, casi sin respirar. Y el profesor esconderse, cerca de la puerta.
Este simulacro puede llegar a durar diez o más minutos y llega a ser angustioso, por cuanto la imaginación comienza a volar con rapidez, poniéndote en la tesitura de si la madera con la que estás hecho por dentro es la de un gallina o la de un héroe. Y cómo actuarías si en vez de un simulacro, se tratara de una persona armada hasta los dientes y dispuesta a matar. Porque, por desgracia, y mientras no cambie la legislación en América, las armas pueden ser compradas sin ninguna restricción en la práctica.
Es cierto que los centros extreman la seguridad: control de metales a la entrada, chequeo de los visitantes, padres o tutores, o de quien tenga concertada una cita en el interior del edificio. Puertas de acceso siempre cerradas, a excepción de los momentos de entrada o salida. Y también es cierto que la sensación de seguridad es total. Nadie teme. Nadie tiene miedo. Aunque todos sabemos que hay una posibilidad remota de que algo así ocurra. Que haya niños muertos y otros heridos. Y, lo peor, la certeza de que se podría evitar.
* Álvaro Alonso fue profesor en una escuela de Dallas, en Texas, entre 2016 y 2017
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