Una noche con los rebeldes de Taksim
Cientos de jóvenes resisten exhaustos el asedio policial en el parque Gezi, junto a la plaza de las protestas de Estambul
daniel iriarte
Los focos iluminan el parque Gezi, donde ya no se respira el ambiente festivo de días previos. En el campamento de protesta permanente contra el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan , se teme la carga policial definitiva para desalojarles de una vez ... por todas.
Pero los acampados defienden con uñas y dientes las dos calles que rodean al parque Gezi. En el momento en que los blindados policiales arremeten contra los montones de chatarra y cemento para abrir paso a los bulldozers, se inicia la lluvia de piedras . En la Avenida de la República, los manifestantes utilizan pirotecnia para mantener a raya a los antidisturbios , y cuando los fuegos artificiales estallan en la noche, a pocos metros del suelo y de los cascos de los agentes, se levanta una ola de aplausos de júbilo que los saludan.
En el campamento mandan los nervios. Los voluntarios no paran. Marchan de un lugar a otro con medicinas, agua, suministros. Las máscaras antigás cuelgan de brazos y mochilas. En los rincones más tranquilos, algunos fuman sentados en el suelo, agotados. No llevan armas, pero parecen, más que estudiantes, milicianos de Bengasi o Alepo. En los caminos se han formado pasillos de voluntarios para trasladar a los heridos. «Hemos tratado a 329 personas a lo largo del día, la mayoría por impactos de botes de gas lacrimógeno», nos dice uno de los asistentes que trabajan en el hospital improvisado en el campamento. Antes de que acabe la noche, la cifra subirá a más de cuatrocientos.
A lo lejos llegan los sonidos de las detonaciones. Las cabezas se alzan en busca de posibles proyectiles en caída libre. Dos estampidos suenan muy cerca. Una mujer se tapa los oídos aterrorizada. Una amiga la abraza tratando de evitarle un ataque de pánico. De repente, la fila de voluntarios se abre, y dos jóvenes llegan corriendo, traen en brazos a una chica que sido golpeada en la pierna por un bote de gas.
Seis agentes se han suicidado
Los acampados no son los únicos que están exhaustos. En la plaza Taksim, los policías aguantan despiertos como pueden, con los ojos enrojecidos . La falta de descanso se está cobrando una elevada factura en ellos: al menos seis de ellos se han suicidado desde el inicio de la protesta por las condiciones en las que se les está obligando a trabajar, según el sindicato policial.
En una de las esquinas, los agentes revisan a todos los que tratan de acceder al lugar. Cuando encuentran máscaras antigás, mascarillas de hospital o simples gafas de bucear, cualquier cosa que pueda ayudar a la persona a resistir los gases, se los requisan y los destrozan a golpes.
Vemos cómo varios botes de gas caen en el hospital . «Toda la noche nos están rociando con gases», cuenta un doctor. Otro nos muestra una granada de gas CS fabricada en Corea del Sur. Está caliente. «Ha pasado casi una hora, la hemos metido en agua, y todavía está así. Imagínate en el momento de caer», comenta furibundo.
Hacia el final de la noche, manifestantes y policías, todos agotados, llegan a una especie de acuerdo: no habrá más piedras si los agentes no tratan de retirar las barricadas . Cuando algunos espontáneos tratan de ir de por libre contra los antidisturbios, los propios acampados les detienen. Son casi las cinco de la mañana. Sale el sol. El campamento de Gezi sigue allí, al menos por otro día.
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