Un trozo perdido de España: el desastre de la ciudad fundada a 2.000 kilómetros por exiliados de la Guerra de Sucesión
Alberto de Frutos, coautor de '30 paisajes de la historia de España', desvela a ABC los pormenores de la colonia de catalanes que se instaló en Serbia después de la pérdida de Barcelona
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Iniciar sesiónY llegó el 11 de septiembre de 1714, fecha que la amnistía de Pedro Sánchez ha puesto de actualidad. Aquella jornada, tras iniciar el asalto de madrugada, los ejércitos de Felipe V se hicieron con la Barcelona partidaria del archiduque Carlos de Habsburgo. ... Fue el canto de cisne de la Guerra de Sucesión, que no de Secesión; el fin de un conflicto dinástico y la llegada de los Borbones al trono de España. Sin embargo, el periodista, divulgador histórico e investigador Alberto de Frutos explica a ABC que, aquella jornada, también comenzó un curioso episodio: el exilio de casi un millar de catalanes austracistas hasta Serbia, donde alumbraron una urbe conocida como Nueva Barcelona.
«Es un hecho fascinante», desvela el autor. Y lo sabe bien, pues es uno de los muchos episodios que ha estudiado para dar vida a su último ensayo: '30 paisajes de la historia de España' (Larousse). Un libro elaborado mano a mano junto a Eladio Romero en el que la pareja hace un recorrido por nuestro pasado más castizo: del más remoto, aquel de los Tartessos y compañía, a las Olimpiadas de 1992. Aunque, entre las páginas de la obra, reluce aquella Nueva Barcelona. «Alrededor de ochocientos exiliados se asentaron en la actual Zrenjanin –la antigua Becskerek–, al norte de Serbia, que había sido ganada a los turcos un par de décadas antes», sentencia.
Los datos, aunque obviados por la historia, están claros. El primer grupo de exiliados arribó a la ciudad en 1735, tras haber salido de Viena. Y una serie de convoyes hicieron lo propio en 1736. En total, pisaron aquella urbe, bautizada como Nueva Barcelona, unas 157 familias. Pero la aventura terminó tres años después por un triste compendio de factores. Para empezar, la avanzada edad de los recién llegados –la mayoría, veteranos de guerra de entre 50 y 55 años– no favoreció el nacimiento de nuevos colonos. Tampoco ayudó la situación geográfica de la ciudad, ubicada al lado de un canal cuyas crecidas dejaban restos de animales putrefactos en las cercanías del enclave; con las consecuentes enfermedades.
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A Nueva Barcelona, al noroeste de Serbia, llegaron unos 800 colonos. Y, en tres años, la población se redujo a 347. Fue la crónica de una muerte anunciada. El proyecto cayó en el abandono y, al poco, la urbe cambió de nombre.
Es, en definitiva, una de las muchas historias que recogen De Frutos y Romero y que abarcan desde ciudades con reliquias –el Santo Grial, ni más ni menos– a enclaves como Toledo, cuna de nuestra España más primigenia. «Aportamos una mirada diferente y caleidoscópica sobre la historia de España, desde Tartessos hasta el siglo XX, que integra el paisanaje en el paisaje y trata de responder a la eterna pregunta de quiénes somos los españoles. Siguiendo un recorrido cronológico, hemos querido ofrecer una visión multidisciplinar, de conjunto, sobre los grandes hitos de nuestro pasado, sin desdeñar tampoco esas notas a pie de página que constituyen el álbum de cualquier vida», sentencia el autor.
–Empecemos hablando de lugares con reliquias... En España son tres las regiones que se disputan contar con el Santo Grial. ¿Qué argumenta cada uno?
Sí, siempre se ha hablado del Santo Grial de Valencia, y visitar la ciudad, entrar en su catedral y asomarse a la capilla que guarda el Santo Cáliz es todo uno. En el caso valenciano, la aventura empieza en Roma, desde donde san Lorenzo envía el cáliz a Huesca; la copa pasa por el monasterio de San Juan de la Peña, el palacio de la Aljafería de Zaragoza y acaba en la ciudad del Turia en tiempos de Alfonso V el Magnánimo. Como es el Santo Grial por antonomasia, los estudios arqueológicos sobre su origen y autenticidad, como los que llevó a cabo el profesor Antonio Beltrán, parecen más contrastados.
Luego, hace unos años, surgió otra teoría que situaba el cáliz en la Real Colegiata de San Isidoro, en León. Según esta hipótesis, el Santo Grial habría llegado a León a través del emir de Denia, a quien se lo habría regalado el califa fatimí de El Cairo. Y hasta se habla de un Santo Grial en Piedrafita, Lugo, una versión más anecdótica que otra cosa y con nulo soporte científico. En cualquier caso, todas estas tesis hay que cogerlas con pinzas, ya que proceden de las leyendas de Chrétien de Troyes sobre Perceval el galés.
–¿Cuál fue la importancia del reino visigodo de Toledo de cara al futuro alumbramiento de España?
Una importancia capital, y basta con citar algunos hitos para comprenderlo. Desde el punto de vista legislativo, hablamos de la unidad jurisdiccional que traza Leovigildo y de la promulgación por Recesvinto del 'Liber Iudiciorum'. Desde la perspectiva religiosa, hay que subrayar la unidad alcanzada en el III Concilio de Toledo, cuando Recaredo se convierte al catolicismo y su pueblo abandona el arrianismo. Territorialmente, Suintila expulsa a los bizantinos y derrota a los vascones, acariciando la idea de la unificación territorial. Siempre habrá un debate irresoluble sobre el nacimiento de España. Habrá quien anteponga el concepto de nación de las Cortes de Cádiz y quien se remonte a la unificación peninsular de los Reyes Católicos o al desembarco romano en Ampurias. Los tres siglos de dominación visigoda son otro de esos momentos fundacionales, que nos ayudan a entender el viejo tópico de 'la pérdida de España'.
–Su libro demuestra que España es una tierra en la que se han asentado diferentes culturas. tartessos, íberos, romanos...
Y esa es la grandeza de nuestro país, nuestro mayor patrimonio. La península ibérica abraza el Mediterráneo y el Atlántico, y, así, era inevitable que las grandes civilizaciones de la Antigüedad nos echaran el ojo y que, en el juego de la expansión europea, el Imperio español llevara la voz cantante. Quien se mueve por España se mueve por el mundo: el castro de Santa Trega, el acueducto de Segovia, la mezquita de Córdoba, la catedral de Santiago… ¿Quién da más? De algún modo, este libro es un canto al encuentro, al mestizaje respetuoso, a la curiosidad de los navegantes (de aquí y de allá), a la fiebre renovada del comercio.
30 paisajes de la historia de España
- Editorial Larousse
- Precio 29,95 euros
- Páginas 194, con fotografías y tapa dura
–Habla de Tudela como otra suerte de Córdoba intercultural. ¿Por qué?
Es verdad que a veces hablamos de Córdoba o Toledo, y pasamos por alto otros 'paisajes' en los que se dio esa convivencia entre las distintas religiones, siempre con las salvedades y roces de rigor. Tudela, reconquistada por Alfonso el Batallador, fue uno de esos lugares bajo los reinados de Sancho el Sabio y Sancho el Fuerte. Los judíos y los musulmanes habían llegado a la par, y en el siglo XII Sancho el Sabio cedió un nuevo barrio a los primeros junto a la antigua alcazaba musulmana, que, con el tiempo, llegó a ser la judería más próspera del reino de Navarra. Su hijo, Sancho el Fuerte, confirmó el fuero de su padre a los judíos, que gozarían de la misma condición jurídica que los cristianos, hasta que todo empezó a resquebrajarse en el siglo XIV. Y la morería, más de lo mismo. Durante prácticamente cuatro siglos, cristianos, judíos y musulmanes vivieron en relativa armonía.
–Los territorios periféricos atesoran una historia a veces obviada desde la península. ¿Cuál ha sido la importancia de Mallorca y Menorca como centinelas del Mediterráneo y tesoro que anhelaban monarcas de Europa y África?
Así es. Los historiadores o divulgadores de la península solemos pasar por alto la historia de la Mallorca musulmana, por ejemplo, y solo recordamos su conquista por las tropas de Jaime I; y, sin embargo, una de las postales más evocadoras de la isla son sus baños árabes. ¿Y qué decir del asentamiento de Almallutx, donde se refugiaron los últimos musulmanes? Sucede lo mismo con Menorca, una gran desconocida más allá de sus calas y playas, y eso que cuenta con más de 1.500 yacimientos. Su historia en el siglo XVIII no puede ser más agitada: por el Tratado de Utrecht, pasó a soberanía británica y los franceses la ocuparon durante la guerra de los Siete Años, hasta que fue devuelta definitivamente a España por el Tratado de Amiens de 1802. A menudo, la geografía es la mejor ilustradora la historia; y si griegos, fenicios, romanos o bizantinos vieron el valor de su posición en el Mediterráneo, es normal que ingleses y franceses aspiraran también a quedarse con esa plaza.
–Nueva Barcelona tiene una historia de película. ¿Cómo nació este trozo de España en Serbia?
Desde luego, es una historia fascinante y diría que poco conocida. Sucedió tras la guerra de Sucesión, que, como sabemos, se zanjó con la victoria de los Borbones frente al archiduque Carlos de Austria. En aquella tesitura, Cataluña se inclinó por el bando 'equivocado', y, tras el cerco y la toma de Barcelona, Felipe V ejecutó una política revanchista, que, trescientos años después, parece que sigue coleando. Ante la persecución a que fueron sometidos por los vencedores, cientos de catalanes pusieron tierra de por medio, cruzaron la frontera pirenaica y se instalaron en la corte vienesa del emperador Carlos. Pues bien, alrededor de ochocientos de esos exiliados se acabaron asentando en la actual Zrenjanin –la antigua Becskerek–, al norte de Serbia, que había sido ganada a los turcos un par de décadas antes. Junto con los catalanes se unieron otros súbditos de la Corona de Aragón, fundamentalmente sicilianos y napolitanos.
–¿Por qué su triste final?
Realmente fue un proyecto muy precario, condenado al fracaso desde su concepción; en solo tres años, el número de colonos se había reducido a la mitad. ¿Motivos? Para empezar, la edad de los expedicionarios –la mayoría tenían entre 50 y 59 años: eran veteranos de guerra– no auguraba un futuro muy prometedor en esas tierras, que además presentaban un clima muy húmedo y frío. Por si fuera poco, la persistente amenaza de los otomanos y un brote de peste propiciaron que muchos colonos abandonaran el asentamiento… y las moreras que habían plantado a las orillas del río Begej.
–¿Queda algún recuerdo de aquella Nueva Barcelona?
Queda muy poco. A efectos historiográficos, los tres años de presencia catalana no dieron para mucho, salvo para la plantación de las citadas moreras, y, encima, la ciudad fue arrasada por un incendio en 1808. No obstante, el Museo Nacional de Zrenjanin alberga unas pocas piezas de esos emigrantes, sobre todo armas.
–Madrid fue el más destacado, pero, ¿existen otros territorios que supusieran un cuchillo clavado en el pecho para Napoleón?
A pesar de que Ridley Scott se ha olvidado de España en su última película, Napoleón tuvo muy presentes a nuestros compatriotas hasta su muerte. La reacción del pueblo madrileño el 2 de mayo, que abordamos en el libro, no fue más que una tarjeta de presentación que se prolongó en el Bruch, Bailén, Los Arapiles o Vitoria, y que alcanzó sus momentos más terriblemente épicos y descarnados en los sitios de Zaragoza. Siempre se habla de Rusia, pero, en realidad, España fue la tumba de Napoleón, y el mayor error del emperador fue subestimar a un ejército de 'brigands', o bandoleros.
–¿Un paraje escondido, que poca gente conozca, y atesore mucha historia?
No es precisamente desconocido, y menos desde que se recuperó el Corral de Comedias en los años cincuenta del pasado siglo, pero no me canso de recomendar una visita a Almagro. Asistir a una función en el marco de su Festival de Teatro Clásico, ver las maquetas y los trajes que conserva el Museo Nacional del Teatro –ahora en remodelación–, explorar la Casa Palacio de Juan Jédler (el Palacio Fúcares) o comerse unas berenjenas en su Plaza Mayor son placeres al alcance de cualquiera.
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