Tres errores de novato que casi provocaron el desastre absoluto en el Desembarco de Normandía
Problemas en la orientación en las lanchas de desembarco, saltos inexactos de los paracaidistas, fallos de inteligencia... A pesar de todo, el Día D fue un éxito sin parangón
El reverso más insólito del Desembarco de Normandía
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Iniciar sesiónEl 5 de junio de 1944, Dwight D. Eisenhower, comandante supremo de los aliados, se despidió con lágrimas en los ojos de los paracaidistas destinados a saltar tras las líneas enemigas. Sabía que se dirigían a una misión suicida, lo mismo que los casi ... 160.000 destinados a las playas una jornada después. Estaba nervioso, azorado. Tanto, que su chófer personal afirmó que devoraba cafetera tras cafetera y se había echado a llorar en varias ocasiones. A cambio, sus oficiales más próximos estaban convencidos de que creía en la victoria: expulsarían a los nazis de la costa de Normandía e iniciarían la cruzada contra el Tercer Reich desde el norte de Francia.
No podían estar más equivocados. Aquel día, el bueno de 'Ike' escondía una misiva en su bolsillo trasero que solo debía ser abierta en casa de fracaso absoluto: «Nuestros desembarcos en la zona Cherburgo - Le Havre no han logrado tomar posiciones y he retirado a las tropas. Mi decisión de atacar en este momento y lugar se basó en la mejor información disponible. Las tropas aéreas y la Armada hicieron todo lo que su valentía y devoción al deber les permitieron. Si debemos atribuir alguna culpa me corresponde a mí y sólo a mí». No tuvo que darla a conocer, pero le faltó poco, pues sus hombres cometieron tres errores que podrían haber llevado al desastre al Desembarco de Normandía.
Mala orientación
Utah, en el extremo oeste de la costa de Normandía, era una de las zonas clave para los Aliados. Su conquista evitaría un contraataque germano desde el flanco y, además, garantizaría que ninguna de sus baterías más eficaces –ubicadas en retaguardia– harían fuego sobre las playas cercanas. Como contrapartida, estaba algo más alejada del resto y llegar hasta ella suponía un reto para los pilotos de las lanchas de desembarco. Para evitar equivocaciones, los marineros habían estudiado la orografía del terreno y los edificios más emblemáticos que había en las inmediaciones. La idea es que tan solo tuvieran que seguir aquellos faros en mitad de la mañana para dirigirse hacia un lugar equivocado.
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Fue en vano. La marea, la niebla y el humo de los bombardeos naval y aéreo provocaron que parte de los pilotos se perdieran y se desviaran dos kilómetros al sur del objetivo inicial. El error se replicó en otros tantos sectores como el de 'Pointe du Hoc', aunque no de forma tan exagerada como en Utah. Aquello podría haber terminado en un desastre absoluto, pero acabó por facilitar las operaciones. Y es que, el lugar en el que desembarcaron parte de las tropas norteamericanas –el 8º Regimiento de la 4ª División– contaba con unas defensas más someras. Al final, el general de brigada Theodore Roosevelt Jr. Decidió que no merecía la pena volver al punto original y dio una orden sencilla: «¡Empezaremos la guerra desde aquí!».
Les fue bien a los aliados. Poco después de las ocho de la mañana, la infantería enlazó con las unidades paracaidistas que se habían arrojado tras las líneas enemigas para acabar con las baterías alemanas, conquistar los puentes, hacerse con los nudos de carreteras y, en general, provocar el caos en la retaguardia del Tercer Reich.
La playa de la muerte
Desde el principio, Omaha supuso un severo problema para los Aliados. No ya por los obstáculos que había ordenado establecer en la arena Erwin Rommel, sino porque los acantilados que la rodean hacían casi imposible su conquista desde el Canal de la Mancha. Por ello, el general Omar Bradley, a cargo de las operaciones americanas, decidió que la 1ª División, fogueada en África, lideraría el ataque. No había mejor unidad para hacerlo, pues, ya por entonces, se decía que estos hombres eran tan letales que parecía que el ejército de las barras y las estrellas estaba formado por ellos y «diez millones de jodidos reemplazos» más. Junto a ella destacó a la novata 29ª División.
El 6 de junio, los soldados comenzaron a embarcar a las tres de la madrugada. La primera oleada, apodada la «ola del suicidio» por causas obvias, contaba con un millar y medio de jóvenes atemorizados y con el estómago revuelto por el copioso desayuno que habían tomado. La mayoría eran chicos de apenas 20 años. «Id a por ellos, sinvergüenzas», bromeó un oficial para insuflarles ánimos. Pero no estaban para chascarrillos. Entre vómitos, los primeros combatientes pisaron la arena a las seis y media bajo el asombro de los alemanes. «Deben de estar locos», musitó uno de los oficiales a cargo del puesto de defensa WN62. En pocos minutos, el ataque se convirtió en una carnicería. «Pobres infelices, se dirigen hacia un matadero», escribió años después Heinrich Severloh, más conocido como «la bestia» por haber causado 2.000 bajas.
A las siete, cuando llegó la segunda oleada, los soldados se habían quedado bloqueados y se negaban a avanzar. Bradley, desde su puesto de mando en el 'USS Augusta', pensó que el desastre estaba al caer. «Fue una pesadilla […], un momento de gran angustia», escribió en sus memorias. Llegado el momento, el oficial tuvo que tomar una dura decisión: ordenar la retirada hacia las lanchas, o seguir alimentando aquella matanza. Sabedor de que perder Omaha era perder Normandía, se negó a abandonar. Como revulsivo envió a dos oficiales que hicieron que las tropas superaran el terror que les provocaban las balas. Uno de ellos era Norman Cota, famoso por haber sido visto en la arena con un puro apagado en la boca mientras tarareaba una canción para tranquilizarse. «¡Levanta el trasero de ahí y sal de la playa!», gritó una y otra vez.
Sus alaridos funcionaron y los estadounidenses comenzaron a avanzar liderados por los Rangers, las fuerzas especiales de la época. Estos lograron abrir brechas en el alambre de espino y acabar con los defensores a costa de muchas vidas. Aquel día, todos colaboraron para evitar el desastre. Los mismos buques se acercaron lo que pudieron a la costa para disparar contra las casamatas teutonas. Omaha fue conquistada tres horas después. Aunque no toda. Un último puesto, el Widerstandnest 62, no se rindió hasta las tres de la tarde.
Para entonces, las bajas norteamericanas ascendían a cuatro millares, más del doble de las que lamentarían los canadienses en Juno, el segundo sector con más heridos y muertos. La actuación en la playa la definió a la perfección el propio Bradley: «Nunca deben ser olvidados. Todos los que pusieron un pie en la playa ese día fueron héroes». ¿Cómo es posible que esta playa diera tantos problemas a los Aliados? Sencillo. Un error de inteligencia confirmó a los norteamericanos que en Omaha estaba destinada una unidad alemana formada por reservistas sin experiencia militar. La realidad, no obstante, era que Rommel había destinado a una de sus mejores divisiones de infantería.
El caos desde los cielos
Fue en la noche del 5 de junio cuando más de 24.000 paracaidistas aliados se subieron a sus aviones con el objetivo de cruzar las líneas enemigas y disgregarse por el norte de Francia. Una misión casi suicida que provocó miles de muertos y otros tantos heridos. Incertidumbre y valor. Desesperación y sentido del deber. Todo ello, y un inmenso carrusel de emociones más, es lo que sintieron estos héroes cuando partieron sabiendo que eran la punta de lanza de una gigantesca operación para liberar Francia del yugo nazi.
Lo que estos hombres no sabían es que, debido al intenso fuego de las baterías antiaéreas alemanas, sus aviones se iban a desviar kilómetros de su ruta; un factor que no se tuvo en cuenta por parte del mando Aliado. Por tanto, fueron cientos los paracaidistas que aterrizaron en una zona que no habían estudiado y de la que no sabían nada. La situación se complicó cuando se percataron de que no podían hacer ningún ruido ni llamar la atención de los germanos, por lo que lo tendrían difícil para orientarse en aquella oscuridad llamando a sus compañeros o buscando un punto de referencia.
En aquella situación, el capitán Anthony Windrum tiró por tierra todo su entrenamiento y, tras caer en un lugar desconocido, se limitó a plantarse en medio de una carretera y, como un motorista perdido, encender su linterna para ver un poste de identificación cercano. Se salvó.
El soldado Raymond Batten, del 13º batallón británico, tuvo una fortuna similar. Este soldado cayó solo sobre una unidad alemana que se hallaba en un bosque. Con todo, el que su paracaídas se quedase colgado de un árbol consiguió entender su vida. «Batten oyó el tartamudeo de una ametralladora que estaba muy cerca. Un minuto después, sintió el crujido de los matorrales y los pasos lentos de alguien que se dirigía hacia él. Batten había perdido su metralleta en el descenso y no tenía pistola», explica Cornelius Ryan, presente en el Día D, en su obra 'El día más largo'. Tenso, decidió hacerse el muerto para salvar el pellejo, y, según parece, sus enemigos mordieron el anzuelo. «La figura simplemente se alejó», afirmó el combatiente.
Algo parecido le pasó a John Steele, del 505º Regimiento de la 82ª División Aerotransportada norteamericana. Este soldado tuvo tan mala fortuna que no pudo evitar que su paracaídas acabase colgado del campanario de la iglesia de Ste.-Mére-Église, un pueblo en el que se había iniciado una auténtica lucha a muerte entre nazis y aliados. El combatiente fue testigo de todo aquello desde su privilegiada posición, aunque sabía que podía morir en cualquier momento si alguien se percataba de que estaba vivo. «Steele decidió que su única esperanza pasaba por hacerse el muerto. Permaneció en esa posición más de dos horas hasta que le hicieron prisionero los alemanes», determina el experto en su obra.
Tampoco anduvo muy suertudo el teniente Richard Hilborn, del 1er batallón canadiense. Y es que, a pesar de que las órdenes eran no hacer ruido y no llamar la atención del enemigo, cayó sobre un edificio dándose de bruces contra una gran cristalera. El ventanal cedió, pero en el proceso hizo un ruido de mil demonios que alertó a todos los presentes en un amplio radio de acción. Con todo, no había alemanes en la zona y el soldado pudo salir por su propio pie de la zona.
Sin embargo, si hubo algo peor que llevarse un susto, fue lo que le ocurrió a cabo Louis Merlano, de la 101ª División norteamericana. Este combatiente tuvo la mala fortuna de caer sobre una explanada llena de minas. ¿Qué hizo? Lejos de amedrentarse, le echó arrestos y corrió entre ellas. La fortuna quiso que aquella ruleta rusa tuviera éxito y, finalmente, logró saltar una verja y huir de la zona.
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