Ataúlfo: la venganza contra el hispano que quiso arrasar el Imperio romano y sustituirlo por uno visigodo
Tras contraer matrimonio con Gala Placidia, sintió que podía auparse hasta la 'urbs regia' y fundar una 'Gotia', pero las intrigas internas acabaron con su esposa humillada y con él y sus hijos bajo tierra
¿Cuándo se creó España? El mito del rey visigodo que forjó la nación española

Fue una debacle. En el 410 d.C., el ejército de Alarico I asoló Roma a sangre y fuego. El historiador y filósofo Paulo Orosio, contemporáneo de los hechos, escribió que el fuego se extendió por toda la ciudad y devoró los edificios ... más destacados. Una verdadera debacle. Y San Jerónimo no se quedó atrás: «¡Oh, qué gran maldad! ¡El mundo está por perecer, pero en nosotros no terminan los pecados! La Ciudad ilustre y la cabeza del Imperio Romano se ha consumido en un incendio. No hay país donde no vivan desterrados algunos romanos. Iglesias sagradas en otro tiempo han caído, abrasadas y convertidas en cenizas y pavesas: ¡y con todo eso seguimos avarientos y codiciosos!»
Según Sócrates de Constantinopla (siglo V) se llevaron de todo. Los carros y las alforjas de las monturas quedaron repletas de riquezas. «Buena parte de lo que se custodiaba desde hacía siglos en el 'forum pacis' de Vespasiano y en los santuarios capitolonos fue a parar a manos del monarca y a integrar el tesoro real visigodo», desvela el medievalista José Soto Chica. Y, como premio supremo, Alarico se hizo con reliquias de un valor incalculable. Lo confirmó el historiador Procopio de Cesarea en su 'Libro de las guerras V': «Alarico el Anciano, en tiempos anteriores, tomó como botín […] los tesoros del rey de los hebreos. La mayoría estaban adornados con esmeraldas».
La más llamativa fue la Mesa del Rey Salomón. Aunque no mostraron piedad por otras tantas piezas de valor incalculable y dejaron que se quemaran en el interior de los edificios.
Rapto en Roma
Pero, de las montañas y montañas de riquezas que se llevaron, hubo una pérdida que estremeció sobremanera a la ciudad: la de Aelia Gala Placidia, hija del emperador Teodosio y hermanastra del también emperador Honorio. «Había nacido en Constantinopla, donde murió su madre en el 394, tras lo cual su padre ordenó que la llevaran a Occidente. A la muerte de Teodosio, en enero de 395, Honorio se convirtió en emperador nominal y ella se instaló en Milán», explica la arqueóloga Judith Herrin en su ensayo, 'Rávena'. La veinteañera, de extrema belleza y en la 'urbs eterna' a la llegada de Alarico, fue sacada de la ciudad con violencia para ser utilizada como moneda de cambio. Una princesa en manos de un bárbaro.
En ese momento comenzó su larguísimo periplo junto a los visigodos. «El caudillo godo condujo sus fuerzas hacia el sur, llevándose consigo al exemperador Átalo y a un grupo de rehenes de la aristocracia romana, entre los que se encontraba Gala Placidia. Los vencedores partieron con sus distinguidos prisioneros en busca de suministros y un lugar en el que asentarse», explica la experta. Aunque poco duró su etapa como prisionera. Tras la muerte de Alarico después del saqueo, Placidia contrajo matrimonio con su sucesor, Ataúlfo, en el 414. Así lo narra el historiador visigodo Jordanes, quien especifica que «en atención a su noble linaje, su belleza física y su casta pureza, se unió a ella en legítimo matrimonio».
Ambos se quisieron con locura y recorrieron Francia primero, y Barcelona después, como marido y mujer. Hasta engendraron un hijo al que pusieron de nombre Teodosio; un chiquillo que podría haber unido para siempre al renqueante Imperio romano y aquel pueblo asentado ya en la península ibérica. El historiador Luis Agustín García Moreno explica en 'España, siglo V', que es más que probable que el godo viera a aquel niño como «la llave que podría ser definitiva para alcanzar sus objetivos de escalar a lo más alto de la jerarquía militar occidental». Su finalidad era, aunque tuviera que esperar una generación, «sustituir el Imperio romano por una Gotia». Pintaba bien,
Adiós al sueño romano
Pero la ilusión duró un pestañeo. Ya en Barcelona, Ataúlfo fue presa de lo que el obispo Gregorio de Tours llamó 'Morbus Gothorum', término acuñado para referirse a los recurrentes asesinatos que, durante la era visigótica, se sucedieron en la corte para deponer monarcas que habían logrado el trono por elección de sus nobles. Una mala tradición de los pueblos germánicos que, en nuestra defensa, aprendieron fuera de las fronteras hispanas. El sucesor de Alarico, el mismo que pisó por vez primera Hispania y dio lugar a una historia de eterna ligazón a la futura España, fue el hombre que inauguró esta insana costumbre.
En Barcelona le esperaba su destino. En el 415, Ataúlfo cayó presa del filo de uno de sus antiguos enemigos. Unos meses después, en agosto o septiembre, fue mortalmente herido mientras inspeccionaba sus cuadras por un cliente suyo de nombre Evervulfo, que se vengaba así de la muerte de su antiguo patrono. Otras versiones afirman que fue muerto a manos de un soldado de la guardia personal (o séquito armado) de un antiguo caudillo local al que había quitado la vida. Como siempre, cuesta saberlo.
La lógica dictaba que, con su muerte, su sucesor, Sigerico, se habría olvidado para siempre de lo poco que quedaba de la familia de Ataúlfo. Nada más lejos de la realidad. Muerto el perro y el cachorro, fue a por su esposa. «Tras matar cruelmente a los jóvenes hijos de Ataulfo, al cuidado del obispo godo arriano Sigisaro, tal vez pariente suyo, Sigerico humilló públicamente a la viuda de Ataúlfo, la princesa Gala Placidia, obligándola a marchar a pie junto a su caballo y con los demás prisioneros durante más de quince kilómetros», explica el historiador Luis Agustín García Moreno en un dossier de la Real Academia de la Historia.
Por su parte, Ana María Jiménez Garnica, historiadora especializada en la Edad Antigua, especifica en 'Nuevas gentes, nuevo imperio' que Sigerico «dio a la princesa Gala Placidia un trato impropio al incluirla en su cortejo triunfal en actitud humillante y denigrante». La experta también afirma que el nuevo monarca obligó a la romana a caminar «desde Barcelona hasta el duodécimo miliario», pero, como su colega, pocos datos más ofrece de ella.
Dice el refrán que, quien a hierro mata, a hierro muere, y eso fue lo que le ocurrió a Sigerico. Siguiente protagonista de la turbia lista del 'Morbus gothorum', reinó solo durante siete días, tras los cuales fue asesinado por los partidarios de Ataúlfo. Tal y como confirma García Moreno, es más que probable que los instigadores del regicidio fuesen generales locales vinculados de una u otra forma a Honorio. El siguiente noble en hacerse con el trono, Walia, rompió la tradición de los asesinatos, aunque no se han logrado esclarecer todavía las causas de su fallecimiento.
A pesar de todo, la princesa tuvo suerte y consiguió regresar a Roma a cambio de un cuantioso rescate. Poco le ataba ya a la península. En la 'urbs' vivió la última parte de su vida. Fue obligada a casarse con el emperador Constancio, con quien tuvo un retoño, Valentiniano. La ya anciana dama romana gobernó durante once meses en nombre del pequeño tras la muerte del monarca en el 421. Atrás quedaba, sin embargo, aquel sueño de su esposo de unir para siempre Hispania y el Imperio romano en un flamante y vasto territorio gótico.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete