La tragedia de Krikalev, el astronauta que la URSS abandonó en el espacio durante un año por dinero
El percance que están sufriendo los tres astronautas de la Estación Espacial Internacional recuerda mucho al sufrido en 1991 por este cosmonauta soviético al que no rescataron hasta que la URSS se había desintegrado
Krikalev, en la estación MIR, en 1992, con la imagen de la Virgen María
Atrapados en la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés). Así se han quedado los dos astronautas rusos y el estadounidense de la NASA tras la espectacular fuga de líquido refrigerante sufrida por la nave Soyuz MS-22 en diciembre. Un ... percance que parece sacado del guion de una superproducción de Hollywood, pero que se ha convertido en una pesadilla muy real para Serguéi Prokopiev, Dmitri Petelin y Frank Rubio, cuyo regreso a la tierra estaba previsto para este martes, pero que finalmente han tenido que retrasar, como mínimo, hasta septiembre, según hizo público Roscosmos este miércoles en un comunicado difundido por Tass, la agencia de noticias rusa.
Por increíble que parezca, un episodio aún más insólito se produjo en la URSS en 1991, apenas unos meses antes de que se produjera la desintegración de las repúblicas socialistas y el final de la Guerra Fría. La noticia conmocionó a los periódicos de todo el mundo, que informaron durante meses de la angustia que Serguéi Krikalev estuvo viviendo en el espacio, sin tener la seguridad plena de cuándo iba a rescatarle el Gobierno ruso, bajo el pretexto de que no podía enviar a la nave prevista por «problemas económicos».
En el episodio actual, la mencionada fuga fue retransmitida en directo por la televisión, debido a que justo en ese momento los cosmonautas estaban llevando a cabo una caminata espacial por la estación, que fue inmediatamente suspendida. En ese momento saltaron todas las alarmas. La fuga duró horas, lo que provocó el vaciado del radiador de refrigerante utilizado para regular la temperatura del interior del compartimento de la tripulación. El problema se solucionó momentáneamente manteniendo una escotilla abierta a la ISS, pero en ese estado era imposible traerla de vuelta con tripulación a bordo, como contemplaba el plan inicial.
Finalmente han decidido que tendrá que ser otra nave, la Soyuz MS-23, la que vaya a por ellos en septiembre. La agencia rusa asegura que esta prolongación no supone ningún peligro para la salud de la tripulación, que «percibe positivamente la extensión». Una situación muy diferente a la que Krikalev vivió en 1991, tanto en el plano emocional y físico como en el político, así como en el de su propia supervivencia. Dos titulares resumen muy bien la tensión que tuvo que vivir el entonces astronauta soviético. Uno, el 4 de marzo de 1992: 'La antigua URSS abandonó a su suerte a un héroe de la conquista del cosmos'. Otro, del 25 de ese mismo mes: 'El cosmonauta Krikalev abandonó un imperio y regresa hoy a sus cenizas'.
Noticia sobre el abandono de Krikalev
«Sin víveres adecuados»
La primera noticia reflejaba su complicada situación: «Las severas condiciones de vida a bordo de la estación MIR hacen aún más larga la espera, que se prolonga desde el 20 de mayo. Los graves problemas económicos que atraviesa la antigua Unión Soviética han aplazado su retorno [...]. Sin víveres adecuados, con deficientes comunicaciones y sometido a una agobiante presión, Krikalev observa las estrellas desde su destierro espacial, mientras ejercita sus músculos para sortear los negativos efectos de la ingravidez».
Los verdaderos problemas para nuestro protagonista comenzaron, realmente, el 2 de octubre de 1991. A las seis de la mañana despega la misión Soyuz TM-13 desde el Cosmódromo de Baikonur, en la URSS. Dentro de la cápsula se encontraban el soviético Alexander Volkov, el kazajo Toktar Aubakirov y el austríaco Franz Viehböck. Su destino era la Estación Espacial MIR, a la que llegaron dos días más tarde y donde ya se encontraba Krikalev, que había llegado cinco meses antes. En julio, mientras la URSS se rompía en pedazos allá abajo, ya le habían comunicado que tenía que permanecer allí diez meses en vez de cinco, ya que las dos siguientes misiones habían sido unidas en una sola por los problemas económicos que atravesaba el gigante comunista.
Eso implicaba que la tripulación debía permanecer en órbita el doble del tiempo previsto. «No había dinero para naves, ni para subir, ni para bajar, por lo que una semana después, el 10 de octubre, el austríaco y kazajo vuelven a la Tierra, dado que no estaban preparados para estancias de larga duración y sus misiones eran prácticamente de diplomacia entre países. Por tanto, se quedaron en la MIR dos cosmonautas con un futuro incierto y sin saber cuándo volverían a la Tierra», cuenta Pedro León en 'Eso no estaba en mi libro de la exploración espacial' (Guadalmazán, 2021).
Krikalev, en la MIR
La desaparición de la URSS
Krikalev y Volkov permanecieron en la estación realizando experimentos y labores de mantenimiento del complejo, siendo bautizados en ese momento por la prensa como «los hombres abandonados en el espacio», tal y como apuntaba este diario. Ninguno de los dos sabía nada sobre su regreso a medida que pasaban los días. En esa situación, el 26 de diciembre de 1991 se produjo el que posiblemente es, junto a la Segunda Guerra Mundial, el acontecimiento más importante del siglo XX: la desaparición de la URSS y la llegada de la nueva Rusia con un montón de repúblicas independientes a su alrededor.
Los dos astronautas, olvidados en el espacio, sobrevivían ajenos a todo lo que estaba pasando. La poca información que les llegaba era la oficial, que casi no les informaba de nada. Las noticias extraoficiales las conseguían gracias a las comunicaciones por radio con aficionados de todo el mundo, que les informaban de la evolución de la situación política y la incertidumbre que vivía el gigante soviético. Por si fuera poco, la mujer de Krikalev trabajaba en el centro de control y le comunicó en varias ocasiones que estaban en la ruina total.
«Todo debido a la devaluación de la moneda, que los dejó casi sin dinero para comer, puesto que el sueldo de astronauta se había quedado en el equivalente de unos 2,5 dólares mensuales. Al borde de una depresión y con una salud muy debilitada, en varias ocasiones pensaron en meterse por su cuenta en la cápsula de retorno y abandonar la MIR. Sin embargo, por responsabilidad no lo hicieron, pues algo así hubiera provocado la suspensión del programa espacial y el abandono definitivo de la renqueante estación, que por esas fechas ya estaba plagada de filtraciones y fallos», añade León.
«¿Nos venderán a nosotros?»
Así informaba ABC el 25 de marzo: «Tras permanecer a bordo de la estación Mir durante 313 días, Krikalev regresa hoy a la Tierra. De nuevo experimentará los efectos de la gravedad cuando levante el pequeño cuerpo de su hija Olía, que cumplió dos años de edad durante su prolongada estancia en el espacio. Sin embargo, no será esa la única novedad a la que deberá acostumbrarse en las próximas semanas. El país que abandonó el 20 de mayo de 1991 ha sufrido decisivas transformaciones: los convulsos acontecimientos políticos de los últimos meses han provocado la desaparición del, en otro tiempo, todopoderoso Partido Comunista».
Y continuaba: «Krikalev preguntó recientemente por la radio si era cierto que los dirigentes de la nueva Comunidad de Estados Independientes iban a vender la estación orbital. Más tarde, como reflejo de la inquietud que sienten buena parte de sus compatriotas ante la posible afluencia de capital extranjero a su país, Serguei añadió: '¿Nos venderán también a nosotros en el mismo lote?'». Sin embargo, tras intentar vender sin éxito la estación a la NASA para que se hiciera cargo de ella, la Agencia Espacial Rusa anunció que había llegado a un acuerdo publicitario con Coca-Cola y que había vendido un asiento de astronauta para Alemania.
Gracias a esto, a los pocos días se les comunicó que podían regresar a la tierra a finales del mes de marzo. Cuando por fin el día 25 de marzo tocaron el suelo con las banderas soviéticas en el brazo, un desconcertado Volkov y un pálido y sudoroso Krikalev se toparon con demasiados cambios difíciles de asimilar. En ese momento el país que dejaron atrás ya no existía, el Cosmódromo de Baikonur era territorio extranjero para ellos y la ciudad natal de nuestro astronauta había dejado de ser Leningrado para llamarse de nuevo San Petersburgo.
A Krikalev, incluso, intentaron tramitarle una orden de deserción cuando se encontraba en órbita. Había subido al espacio siendo soviéticos y aterrizaron siendo rusos, por lo que ambos fueron bautizados como «los últimos ciudadanos de la Unión Soviética».
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