El secreto del Imperio español para forjar los mejores barcos del siglo XVIII

Rafael Torres y Jordi Bru publican un concienzudo análisis sobre la revolución de la Armada española en el siglo XVIII que incluye 28 fotocomposiciones históricas

Ferrer-Dalmau reflota el San Ildefonso, el revolucionario navío español que aterraba a la Royal Navy en el siglo XVIII

Recreación de un astillero del siglo XVIII Jordi Bru

Gloria daba ver navegar a ese coloso de tintes áureos y tostados al son del crujir de las olas. Orgullo y vanguardia de la flota, el San Ildefonso se coronó en un suspiro como el rey de los mares. Y no porque fuera el ... más grande ni el mejor armado, sino porque, según los informes de la época, su gobierno «era finísimo tanto para orzar como para arribar» y aventajaba a sus predecesores «en más de un nudo de bolina». Para el catedrático de Historia Rafael Torres, este navío de línea de 74 cañones representa todavía el cenit de la tecnología naval de su era; pero recuerda que es solo el mascarón de proa de un complejo entramado –él lo llama «círculo virtuoso»– que transformó a la Armada española en una de las más potentes del planeta en menos de un siglo: el XVIII.

Es el concepto que más repite durante la entrevista, y lo hace con un cóctel perfecto de emoción y orgullo: «Este círculo virtuoso no se consiguió solo gracias a los grandes marinos que todos recordamos en los museos, que también, sino a cuatro generaciones de españoles de la península, México, Filipinas...». Al otro lado del teléfono, evoca cual padrenuestro la larga lista de «personajes anónimos» que empujaron a la Armada en esa labor hercúlea: empleados de los astilleros, tejedoras de velas, carpinteros, cirujanos... Toda una sociedad unida al son de la misma melodía, que vaya si sonaba bien. «Es una narrativa que no se ha reflejado hasta ahora, y hemos querido llevarla a la fotografía. Plasmar desde la tala de los árboles con los que se fabricaban los buques, hasta la llegada de los marinos tras la dura travesía», afirma.

El catedrático se refiere al nuevo ensayo histórico que ha alumbrado junto al fotógrafo Jordi Bru: 'La Armada Real' (Desperta Ferro). El uno, con la pluma; el otro, con la cámara y el flash. «La obra cuenta con 28 instantáneas que representan diferentes momentos clave de este período. O, mejor dicho, fotocomposiciones, porque cada una puede tener hasta tres centenares de capas», afirma a ABC el reportero gráfico. Desde el País Vasco, insiste en que por sus obras no pasa la Inteligencia Artificial ni el diseño gráfico. Lo suyo es un trabajo artesanal –una suerte de 'collage'– que esconde una ventaja que no pueden aportar las máquinas: la profunda documentación. Y nos ofrece un caso: «Una de ellas recrea el Arsenal de Cartagena. El lector puede estar seguro de que todo lo que aparece ahí, desde los sombreros hasta las velas, es riguroso a nivel histórico».

Somos uno

Mano a mano, fotografía y texto, los autores se remontan hasta los albores del siglo XVII; época de glorias imperiales, no hay duda, pero también de cierta confusión. «Había un sistema descentralizado. Cuando el monarca ordenaba construir buques, cada maestro lo hacía de una manera diferente», explica Torres. No había unificación en los equipamientos; tampoco en el diseño de bajeles. Y, como colofón, cada flota bregaba en un territorio concreto. La llegada de los Borbones, sostiene el catedrático, agitó esta suerte de reinos de taifas: «Se creó una única armada, la Real, y se centralizaron todos los ámbitos relacionados con ella: la formación de oficiales, los abastecimientos, la logística...». Le pedimos un ejemplo, y ahí va: «Si dos navíos diferentes navegaban de Cádiz a Veracruz, estaban seguros de que los calibres de sus municiones eran iguales y de que portaban las mismas medicinas».

Esa jugada maestra abrió el libro soñado de la Armada; uno formado por cientos de capítulos sin los cuales no se podrían haber forjado los mejores barcos de aquella era. ¿Cuál fue el principal? Al catedrático le cuesta decidirse, pero subraya la llegada del plano: «Gracias a una cosa tan barata se estandarizó la construcción. A partir de esos parámetros podían, además, implementar mejoras para los siguientes diseños». El paradigma de la evolución fue el San Ildefonso. Tras su botadura, el 74 cañones se batió el cobre en una serie de pruebas de velocidad, resistencia y maniobrabilidad con el San Juan Nepomuceno, máximo representante de la anterior era de buques. Y los informes fueron claros: «El Rey ha hecho un hallazgo de infinito precio en la construcción de este navío».

Amputación de la pierna de Blas de Lezo, arsenal de Cartagena y primera promoción de oficiales JORDI BRU

La centralización y la estandarización ofrecieron otra ventaja a la Monarquía: ensamblar sus buques en cualquier parte del mundo; y todos clones, cual hamburguesa de McDonald's. «España implantó su propio método de construcción y estuvo en vanguardia en este sentido. Apenas importaba barcos porque el 90% estaban hechos en arsenales españoles, ya fueran el de Ferrol, el de Cádiz, el de Cartagena o el de La Habana», completa Torres. Y eso, a su vez, multiplicó por miles los puestos de trabajo y permitió que la riqueza no saliese de los límites del Imperio. Fue una edad de oro; esa época gloriosa en la que España alcanzó su máxima expansión territorial. ¿Parece un puzle perfecto?, le preguntamos. Y él deja escapar una carcajada antes de responder: «¡Un círculo virtuoso, más bien!». Lo había adelantado el experto, y no mentía...

Enriquecer el Imperio

Todas las capas de la sociedad se vieron impulsadas a nivel económico por las necesidades de las flotas. Aunque hubo un gremio sobre el que los autores han querido poner el acento: el de los taladores. Porque, según Torres, fue uno de los más beneficiados: «Si tienes que ir a Holanda a comprar árboles gastas más dinero y necesitas mucho tiempo para traerlos hasta España. Era mucho mejor contar con proveedores locales a los que enriquecer». Los pobladores de Quintanar de la Sierra, en Burgos, o de un puñado de villas en Jaén trabajaron y vivieron de forma holgada a golpe de serrucho durante décadas. «La forma que tienen de cuidar sus bosques hoy es herencia directa de la Armada. Esa comunión entre pasado y presente es espectacular», completa el experto.

Pero tras ellos existían otros tantos casos. Carpinteros, boticarios, panaderos... «Todos trabajan para la Armada. Y miles se daban cita en los arsenales, a los que me gusta definir como fábricas de fábricas. Eran bases perpetuas, apostaderos ubicados por todo el Imperio que servían a las flotas para abastecerse. Y por eso debían contar con factorías de velas, lápices, banderas, botones...», sostiene Torres. En los astilleros, por ejemplo, siempre faltaba personal civil especializado para construir y reparar los navíos. Una vez más, aquello se traducía en más sueldos. «Era muchísima gente que producía, pero consumía, lo que también mejoraba la economía local», insiste. Lástima que aquel círculo virtuoso tocase a su fin con la llegada de Napoleón a España. Aunque eso, como se suele decir, es otra historia.

Fotógrafo con historia

Jordi Bru es el artista tras las instantáneas. Un francotirador que ha cambiado el fusil de precisión por la cámara. Aunque, para forjar sus obras, necesita muchos disparos certeros. «Hago fotocomposiciones. Eso implica que primero fotografío todos los elementos y, después, los junto en capas sucesivas», explica en declaraciones a ABC.

Lo habitual es que el fotógrafo parta de un fondo al que añade, poco a poco, todos los elementos, inmortalizados de forma previa. Ni usa Inteligencia Artificial (IA) ni la quiere. Lo suyo es orfebrería.

«¿Qué aporto? Rigor histórico. Busco que los uniformes, los sombreros, las armas... Que todo sea exacto», explica. Y añade que, al menos por el momento, las imágenes realizadas a golpe de ordenador, mediante Inteligencia Artificial, «tienen una textura diferente» y poco realista que le hace preferir un «método más manual».

Las 28 fotocomposiciones que presenta en la obra le han supuesto un año y medio de trabajo. «Y no ha sido mucho», bromea. Mientras habla repasa algunas de ellas. «Para la del Arsenal me desplacé hasta Cartagena». Aquel complejo le otorgó el lienzo sobre el que, a la postre, añadió de todo; desde veleros, hasta soldados y niños. «Los barcos los he recabado a lo largo de estos años para otros proyectos. Llegué a desplazarme a Francia, a la zona de Normandía, para inmortalizar cuatro navíos históricos durante un evento», sostiene.

Para el astillero hizo lo propio, pero con unas instalaciones de Guipúzcoa en las que un grupo de expertos está devolviendo a la vida un ballenero del siglo XVI.

Pero el 90% de sus fotocomposiciones, admite, han nacido gracias a los grupos de recreación histórica que le ayudan. La instantánea en la que replican la amputación de la pierna de Blas de Lezo, dice, es el ejemplo más claro: «Los protagonistas son miembros de la asociación 'Voluntarios de Madrid'. Uno de ellos es cirujano de verdad y colecciona utensilios de medicina. Me ofreció todo el material».

Aunque tampoco faltan otro tipo de voluntarios. «Hay una imagen que muestra a soldados del Regimiento África. Los modelos son militares reales del Regimiento Tercio Viejo de Sicilia nº. 67, su heredero», finaliza.

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