La muerte por una infernal diarrea del emperador romano que construyó el Coliseo
Vespasiano falleció en junio del 79 d. C. aquejado de un «flujo de vientre»
Las perversiones de Nerón, el emperador romano obsesionado con el sexo y el adulterio

Fue apenas dos meses antes de la erupción del Vesubio, el volcán que enterró a Pompeya en lava y ceniza. El 29 de junio del 79 d. C., otra explosión sacudió Roma: la de los intestinos de su controvertido mandamás. Cuentan las crónicas que ... fue en aquella jornada cuando Tito Flavio Vespasiano, aquejado de unas fuertes fiebres, murió por culpa de un «flujo de vientre» mientras veraneaba por la bella Italia. Lo que hoy llamaríamos una diarrea, vaya. Su marcha puso fin al breve período de calma que había llegado tras el año de los cuatro emperadores; esa época entre el 68 y el 69 d. C. en la que la poltrona de la Ciudad Eterna vio el ascenso de una infinidad de pretendientes. Con todo, marcó también el inicio de la dinastía Flavia.
Pero Vespasiano no es recordado por su muerte., sino por haber sido el mandamás que impulsó la construcción de uno de los monumentos más importantes de Roma. Nuestro protagonista comenzó a levantar el Coliseo en el año 69 de nuestra era, y lo hizo con la ayuda de 12.000 cautivos judíos llevados hasta el mismo corazón de Italia por su hijo, Tito, tras su campaña en Jerusalén. Y no acabó ahí la afrenta, pues autores como el investigador José María Zavala destacan en sus ensayos que esta colosal obra se financió, en gran parte, con las riquezas saqueadas a los reos tras aquella batalla.
El cómo se hizo Vespasiano con esta ingente cantidad de esclavos tiene su miga. Según explica el cronista Flavio Josefo, el emperador los apresó después de conquistar Jerusalén en el año 70. Murieron un millón de personas durante el asedio y, tras la victoria, miles de supervivientes fueron capturados y diseminados por todo el Imperio como esclavos. El filósofo y estudioso Thomas A. Idinopulos desvela en su obra 'Jerusalén' que «los que sobrevivieron a la masacre envidiaron a los muertos», ya que los que estaban en buenas condiciones físicas fueron enviados a «las minas de Egipto o Cerdeña» o a «construir un gran canal cuya excavación en Corinto había ordenado Nerón».
Extraña muerte
Le llegaron sus últimos días al constructor del Coliseo allí donde se evadía del ajetreo del poder. Narran las crónicas que Vespasiano pasaba sus vacaciones de verano en una villa cercana a las termas de Cotilia, en la región de Campania. Allí combatía contra las altas temperaturas veraniegas y disfrutaba de unas aguas cristalinas que Plinio definió en sus escritos como «muy frías» y con capacidad para «penetrar el cuerpo como una succión que parece una mordedura», pero «muy beneficiosas para el estómago, las articulaciones y todo el cuerpo». Triste ironía que ese remedio no paliase la dolencia que, poco después, le hizo abrazar a la parca.
El historiador Gayo Suetonio Tranquilo, nacido en el siglo I d. C., narró en 'Vidas de los doce césares' que fue allí donde el constructor del Coliseo empezó a sentirse mal: «Estaba en Campania cuando experimentó ligeros accesos de fiebre; en el acto regresó a Roma». Desde el corazón de la Ciudad Eterna hizo un nuevo viaje, esta vez, hacia «Cutilias y a sus tierras de Reata». El cronista se refería a una comuna ubicada en el Lacio considerada como el 'obligo de Italia' por su situación geográfica.
En palabras de Suetonio, «allí se le fue agravando la enfermedad» a causa «del inmoderado uso de agua fría, que le destruía el estómago». Aunque no por ello «dejó de cumplir los deberes de su cargo con tanta exactitud como antes, recibiendo hasta en el lecho las comisiones que le enviaban». Trabajador hasta el última día. Pero la suerte ya estaba echada y la muerte le atropelló un 23 de junio del 79 d. C. «Sintiéndose de pronto desfallecer a causa de un flujo de vientre, dijo 'un emperador debe morir de pie', y, en el instante en que procuraba levantarse, expiró entre los brazos de los que le ayudaban, el 9 de las calendas de julio», explicó el cronista.
Murió Vespasiano «a la edad de sesenta y nueve años, siete meses y siete días», y parece que dejó un buen recuerdo en la memoria de los ciudadanos. Aunque también la máxima de que su sucesor sería uno de sus retoños. «Todos concuerdan en decir que tenía tal confianza en los destinos prometidos a sus hijos y a él que, a pesar de las frecuentes conspiraciones contra su vida, no vaciló en afirmar en el Senado que tendría por sucesores a sus hijos o a nadie», añadió Suetonio. El que más posibilidades sumaba para ascender a la poltrona era el mayor, Tito, quien había servido como su ayudante personal en la guerra contra los judíos.
Para reafirmar aquella sucesión, Suetonio dejó escrito que los dioses habían intercedido en favor de Tito. Y eso, en una sociedad que daba una importancia supina a la predestinación y a las señales divinas, era decir mucho: «Se dice también que en sueños vio Vespasiano una balanza suspendida en perfecto equilibrio en el vestíbulo del palacio, en un platillo de la cual estaban Claudio y Nerón, y en el otro sus hijos, igualdad que se encuentra en el cómputo de los años, puesto que unos y otros reinaron el mismo tiempo». Lo que está claro es que, de esta guisa, arrancó una dinastía breve, la Flavia, que modificó los mimbres del imperio. Aunque eso, como se suele decir, es otra historia.
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