Dos maneras de vivir con los indígenas que cambiaron América: el mestizaje español contra la exclusión anglosajona

La conquista de américa

El modelo de conquista hispana fue muy distinto del anglosajón. Ignorar esto cada vez que los nativos piden que Occidente se disculpe, hace que se confunda una empresa que apostó por el mestizaje racial y cultural con otro que fue excluyente y segregador

Cuadro sobre la captura de Moctezuma por parte de los españoles que muestra la peor cara de la conquista. ABC

En ningún wéstern de John Ford pueden faltar unas casas de madera desangeladas, unos caminos sin pavimentar que levantan olas de polvo y algunos indios colocados al fondo con gesto poco amigable. Tampoco las huidas a la mísera frontera con México, que ... se muestra como decadentes puebluchos que vivieron tiempos mejores. Sin embargo, pequeños detalles en estos decorados que evocan el legado español delatan una historia diferente. Iglesias de fragancia barroca, casas hechas de piedra resistente a los siglos, caminos empedrados y el mestizaje de sus pobladores apuntan el abismo que existió entre la conquista del norte y la del sur de América.

Hoy nadie defiende esta diferencia y, en cambio, sí se contribuye a acrecentar la confusión. El Papa Francisco ha viajado a Canadá para pedir perdón, enfundado en un tocado de plumas, por el papel de la Iglesia en los internados de indígenas que funcionaron hasta avanzado el siglo XX y, de paso, condenar de nuevo la «mentalidad colonialista de las potencias que oprimieron a los indígenas». Sin embargo, este totum revolutum no hace distinción entre modelos de conquista y se olvida de que la reeducación de los nativos, decidida por sucesivos ministros protestantes, fue la cumbre de una manera concreta de estar en América: aquella que imaginaba a los nativos como inferiores.

«La expansión hispánica disfrutó de unas características especiales que la distinguen: la primera, el mestizaje»

Esteban Mira Caballos

«Las diferencias son tantas y tan radicales que a mí lo que me da mucha pena es que se achaquen a España elementos de la colonización inglesa. Basta recordar un dato: los españoles nunca fueron con ideas racistas, a pesar de lo que pueda decir la leyenda negra, mientras que los ingleses aniquilaron a todos los indios y luego hicieron lo mismo en Australia», señala Francisco García del Junco, arqueólogo y profesor de la Universidad de Córdoba.

Acostumbrados a un trato especial con el «otro» tras siglos de coexistencia con musulmanes y judíos, los españoles no mostraron ningún reparo en mezclarse con los indígenas. «Hay que reconocer que toda expansión imperialista genera una gran violencia, y en eso se parecen todas las conquistas a lo largo de la historia. Dicho esto, está claro que la expansión hispánica disfrutó de unas características especiales que la distinguen: la primera, el mestizaje, de lo que es prueba evidente la existencia hoy de un continente mestizo», explica el historiador Esteban Mira Caballos. Ya en 1493 se tiene constancia del nacimiento del primer mestizo.

Mestizaje

Las diferentes costumbres de las mujeres locales fueron un gran aliciente para enrolar a muchos hombres europeos en esta aventura, pero estos enlaces también fueron fruto de la iniciativa de la Corona. En 1514 se aprobó una real cédula que validó por completo cualquier matrimonio entre castellanos e indígenas. Esto contrasta con el dato de que en suelo estadounidense los matrimonios interraciales no fueron legalizados por completo hasta 1967, cuando se consideraron inconstitucionales las leyes que sobrevivían desde tiempos británicos. «En la India tampoco se vio nunca bien el matrimonio entre un inglés y una hindú. Nunca», apunta García del Junco.

El paso de España por América no fue una arcadia. Las enfermedades traídas por los europeos y el trauma de la conquista provocaron un gran daño en la población. La Reina Isabel pidió con insistencia que «no consientan que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes» y recordó que la prioridad era la evangelización. Sin embargo, los conquistadores se ampararon en la distancia para desobedecer las órdenes reales y esclavizar a muchos indios.

Imagen idealizada de los primeros peregrinos en América. ABC

Varios religiosos de la misma iglesia que hoy dirige Francisco se quejaron de los abusos de los encomenderos e iniciaron un proceso de autocrítica interna. «Lo más singular de la expansión hispánica es la existencia de una amplísima corriente crítica que se cuestionó a sí misma la forma de actuar. Los colonos anglosajones no se preocuparon por tales explicaciones ocupando las tierras de los nativos, simplemente con la excusa de que no eran de nadie. Y por supuesto no se mestizaron, sino que directamente exterminaron o segregaron a las poblaciones», recuerda Mira Caballos, que cita, entre otros, a Montesinos, Bartolomé de Las Casas o Francisco de Vitoria como representantes de un debate sin parangón en ningún otro imperio.

Evangelizar, no exterminar

Decía el humanista Nebrija «que siempre la lengua fue compañera del imperio». España se tomó al pie de la letra este mandato para acelerar la evangelización y la expansión. En cuanto aparecieron las primeras universidades en América, surgieron cátedras de lenguas indígenas para fomentar su estudio, lo cual no sucedió en Estados Unidos o Canadá hasta hace pocos años. «Muy desde el principio los españoles hicieron diccionarios para conocer las lenguas nativas y poder evangelizar. En cambio, el primero que se hizo en la región inglesa es de principios del siglo XIX», apostilla García del Junco sobre la falta de interés del mundo anglosajón en culturizar a los pueblos de su entorno.

Si bien el modelo anglosajón o el francés vislumbraban sus territorios de ultramar como lugares que explotar para gloria de las metrópolis, la Corona española entendía América como una parte más de España. De ahí que los aventureros franceses o británicos volvieran a casa en cuanto se llenaban los bolsillos de oro, mientras que grandes conquistadores como Pizarro o Cortés apenas regresaron a la Península tras sus éxitos. Del mismo modo, ciudades como Londres y París crecieron ostensiblemente a costa de las colonias, al tiempo que las grandes ciudades del Imperio español fueron durante siglos México, La Habana o Lima, que doblaban en peso a Madrid o Barcelona.

Nueva España no era la periferia de la Monarquía sino uno de sus centros neurálgicos. Hacia 1800, solo la ciudad de México albergaba a 137.000 almas, cuatro veces más que Boston. Las Trece Colonias terminaron levantándose contra las restricciones económicas y la asfixiante vigilancia con la que Inglaterra se aseguraba su control. Su ejército permanente de 100.000 hombres, pagado por los colonos, contrastaba fuertemente con las fuerzas de la América hispana, menos de 50.000 efectivos, desplegadas en un territorio veinte veces más grande y más poblado.

«Esto no pasó en el lado español. Primero porque los indígenas para entonces estaban muy protegidos por las leyes de Indias, que les permitieron vivir de manera autónoma al margen de las ciudades, y, segundo, porque los colonos no tenían que pagar grandes aranceles a la Corona», apunta María del Carmen Martín Rubio, historiadora y colaboradora del CSIC y autora de varias obras sobre América. El país resultante, EE.UU, no despegó hasta quitarse el yugo de la metrópoli, justo lo contrario que le pasó a Hispanoamérica. Cuando se marchó la madre patria, el sistema imperial se derrumbó con graves consecuencias económicas y políticas.

El primer error al meter a todos los imperios en el mismo saco es de naturaleza semántica. Lo que hoy se llama a brocha gorda como Colonialismo es un fenómeno muy específico que vivió su máximo esplendor a finales del siglo XIX, donde una serie de potencias europeas se expandieron por África, Asia y algunos territorios inexplorados de América con objetivos económicos. Se desplazaron de manera depredadora mirando con superioridad racial y moral a los pueblos que se interponían en su camino. «Después del fracaso de las 13 Colonias, los ingleses volvieron a repetir los mismos errores en la India y Australia. La cuestión humana, cultural o sanitaria les resultaba una cosa secundaria», matiza García del Junco sobre lo que fue la chispa del colonialismo decimonónico, que guardaba pocas similitudes con el proceso tardomedieval de los Reyes Católicos.

«No tiene ningún sentido incluir una conquista de finales del siglo XV en el Colonialismo. Ni en la legislación ni en los papeles se hablaba de 'colonias', sino de provincias de ultramar», opina Martín Rubio. No obstante, la llegada de Felipe V a España inició una transformación en la relación de España con sus territorios ultramarinos que le acercó a esta fórmula francesa. «El reformismo borbónico, pero sobre todo la competencia de otras potencias, como Inglaterra, Francia y Holanda, terminaron convirtiéndolo en un imperio puramente colonial, más parecido al modelo dominante en Europa que al antiguo imperio pactista de los Habsburgo», aprecia Mira Caballos.

Este colonialismo a la española no tuvo mayor recorrido. En 1812 la Constitución de Cádiz definía «la Nación española como la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios», sin distinguir españoles de América o de Europa. Los revolucionarios franceses, a la cabeza del supuesto progresismo europeo, negaban en esas fechas la misma condición a sus colonias. «Las colonias y posesiones francesas en Asia, África y América, a pesar de que forman parte del Imperio francés, no están incluidas en la presente Constitución», se puede leer en la Constitución francesa de 1791.

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