Ian Kershaw: «Hemos idealizado a Isabel II, en 70 años no ha dicho una sola frase de relevancia política»
El biógrafo de Adolf Hitler, autor de 'Personalidad y poder', reconoce el «papel unificador» y representativo de la reina del Reino Unido, pero admite que «jamás la hubiera incluido» en su nueva obra
Kershaw, durante la entrevista
Ian Kershaw recibe a ABC con ojos cansados y su característica voz grave de curtido profesor universitario. Casi como una disculpa admite que ha aterrizado a la una de la madrugada, aunque haber arañado horas al reloj no le ha nublado la mente. Habla ... como escribe: sin eufemismos ni circunloquios. A veces, una palabra; otras, varias frases. Solo lo que considera necesario. La primera respuesta en la que se extiende un poco más es sobre Isabel II, un personaje que no aparece en 'Personalidad y poder' (Crítica), su nuevo ensayo sobre los grandes líderes que influyeron en la Europa moderna: «Hemos idealizado a la reina, en setenta años no ha dicho una sola frase de relevancia política».
La aseveración del gran biógrafo de Adolf Hitler cae como una losa sobre la mesa, minúscula y desbordada con varios ejemplares de su libro. Pero el historiador británico no ha acabado. Segundos después, pone la guinda al comentario al admitir que no habría incluido jamás a Isabel II en este ensayo. «No cambió las cosas en Europa».
Habla despacio; cuesta discernir si esta vez ha terminado, pero no. Acto seguido se relaja un poco y admite que, a pesar «de que su papel consistió en mantenerse al margen del poder», sí hizo mucho por su país. «Era un gran símbolo de unidad, integración, estabilidad e identidad para el Reino Unido y la Commonwealth», sentencia. Y, ahora sí, enarbola su vaso de agua y espera paciente la siguiente pregunta.
Personalidad y poder
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A partir de aquí Kershaw se muestra como Django: desencadenado. No parece dispuesto a dejar líder huérfano de estacazo. Carga contra Adolf Hitler y Benito Mussolini, a los que tilda de torpes en el ámbito militar; y hace lo propio con Margaret Thatcher, «cuyo papel en el final de la Guerra Fría fue mucho menos reseñable de lo que ella creía». Sin embargo, tuerce el gesto ante una cuestión de candente actualidad. «¿Putin? Es cierto que el ataque a Ucrania fue un gran fallo de cálculo por su parte, pero preferiría no buscar similitudes ni diferencias con los líderes que analizo en mi libro». Se detiene de nuevo, aunque para coger impulso: «No nos ayuda compararlo con Stalin o Hitler. Él es comprensible solo desde la actualidad».
Comunicadores y militares
Kershaw, ataviado con su 'outfit' habitual para las entrevistas –camisa blanca y chaqueta azulada–, clausura la vía rusa de un portazo. Prefiere viajar más atrás, a los años treinta. La década en la que Paul von Hindenburg entregó el poder a Hitler. «¿Fue el peor error de la historia de la humanidad?», le preguntamos. «Sí, desde luego». Otra vez la respuesta telegráfica. «¿Por qué?», insistimos. Resopla. Casi le molesta reseñar una obviedad. «Le abrió la puerta para que consiguiera el poder absoluto. Y las consecuencias fueron la guerra y el genocidio».
Aquella fue la primera ficha del dominó; casi a la altura del momento en que Inglaterra sufragó el viaje de Lenin a Rusia para azuzar una revolución que dividió Europa en dos ideologías durante siete décadas.
Aunque no todo le vino dado a Hitler. El 'Führer', confirma nuestro británico, demostró tener la personalidad suficiente para atraer las miradas de millones de alemanes: «Se hizo con el apoyo masivo a través de unas políticas que restauraban el orgullo germano tras la humillación de la Primera Guerra Mundial».
Su fallo fue mezclar sus obsesiones personales –«el asesinato masivo de judíos y la idea del 'espacio vital'– con el poder. «La consecuencia fue una erosión de su personalidad y de su popularidad», esgrime. Antes de pasar a la siguiente cuestión, Kershaw vuelve a pisar el freno: «Hay que tener cuidado al hablar de sus logros. El suyo era un régimen que descansaba sobre un consenso manipulado a través del monopolio de los medios de comunicación masivos y de la represión».
Dictadura a la española
Una vez más se muestra cauto. Dice que Hitler tiene muchas aristas, como todos los personajes de la obra. Y es que también se aupó sobre una guerra para liderar su país. Algo que le sucedió a la mayoría de los dictadores de la época. «Tenéis un ejemplo aquí mismo. Franco llegó al poder a través de una guerra civil y regentó España hasta 1975», confirma. La obviedad le vuelve a irritar. Le agrada más hablar de uno de los análisis de su ensayo: las dotes comunicativas del buen líder. «Franco no tenía capacidad de generar seguidores con talento demagógico, como sí lo hacían Mussolini o Hitler. Se apoyaba sobre su papel como gran general. No tenía habilidades políticas».
La victoria del dictador, o eso asegura Kershaw, fue forjarse una «imagen manufacturada y artificial de héroe de la historia de España». Se veía como el gran rey católico, pero no llegaba a noble de medio pelo. Hoy, con todo, su sombra continúa perenne en nuestro país. «Aquí hay un problema a la hora de lidiar con la guerra civil; un tema moral sobre qué pasó a sus víctimas. En 2019 se exhumaron los restos de Franco del Valle de los Caídos. Eso refleja a una sociedad todavía afectada por el legado de la contienda», completa. Para esta respuesta también se ha extendido; lo hace con las cuestiones que le agradan. Con el resto, busca terminar a la velocidad del rayo.
Pero no todos son dictadores en la villa de Kershaw. Por las páginas de su obra desfilan también De Gaulle y Mijaíl Gorbachov; dos personajes a caballo entre el autoritarismo y la democracia. El primero, afirma el entrevistado, contaba con una personalidad propia de un dictador, pero supo valerse de ella para unificar a la sociedad francesa: «Es un caso similar al de Isabel II, simbolizó una imagen de éxito que permitió al país superar sus divisiones internas tras la Segunda Guerra Mundial».
Lo del ruso le parece más complejo: «Era el producto de un sistema dictatorial, pero quería reformar la URSS y, en apenas siete años, se convirtió en un líder al estilo occidental».
La última pregunta se refiere al personaje más reciente en el tiempo, Margaret Thatcher. Contra ella toca también tambores de guerra: «Dijo haber tenido un papel clave en el final de la Guerra Fría, pero no fue así». Aunque, una vez más, señala los grises: «Donde sí fue profundo su impacto es el Reino Unido y en la Comunidad Europea. Estuvo detrás de ese mercado único y, curiosamente, luego demostró su carácter antieuropeo», sentencia. Remata definiéndola como la madre lejana del Bréxit. Y con eso, punto y final. Kershaw se despide sin ceremonias.
Tan solo un apretón de manos. ABC le desea un buen descanso y que, si tiene tiempo, visite el Palacio Real; hoy lo tiene cerca.