La historia inédita del refugio español para los judíos en la Roma ocupada por los nazis
Tras 80 años escuchando cómo otros contaban su propia historia, la Orden de San Juan de Dios toma la palabra para relatar la desconocida tragedia que se vivió en la isla Tiberina durante la Segunda Guerra Mundial
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Iniciar sesiónLa isla Tiberina, ubicada en medio del río Tíber, fue usada durante siglos como último refugio contra la peste y otros males de la Ciudad Eterna. Cuando los nazis, en el otoño de 1943, entraron en el gueto romano para enviar a sus habitantes ... a Auschwitz, el islote volvió a convertirse en un lugar seguro en medio de la plaga. Decenas de personas cruzaron el puente de piedra que separa el barrio judío del hospital situado en esta tierra de apenas 270 metros de largo. La comunidad religiosa del centro, perteneciente a la orden española de San Juan de Dios, logró mantener a todas esas almas lejos de las garras de las SS inventándose una contagiosa enfermedad, el síndrome K, que, por su gravedad, evitó que los nazis se asomaran por allí. Más de 60 personas salvaron la vida gracias a estas manos silenciosas.
La obediencia dentro de una orden religiosa es sagrada, aunque ello suponga callar y dejar que otros cuenten su propia historia. La arriesgada apuesta del hospital, aún abierto en la actualidad, ha sido durante años contado por las mismas fuentes, siempre italianas, como el doctor Giovanni Borromeo, que en el año 2004 fue nombrado Justo entre las naciones por el Gobierno Israelí. Estas voces no solo exageraron su propia participación y convirtieron a los religiosos en un mera comparsa, sino que rebajaron, por desconocimiento, una historia que va más allá de los muchos judíos salvados. Una gesta que habla de religiosos antifascistas, del corazón de la resistencia italiana y de una radio clandestina situada en las narices de la sede de la policía fluvial de Roma.
«Esta historia ha tenido que esperar 80 años, pero ha valido la pena. Las cosas importantes son así», afirma Jesús Etayo Arrondo, superior general de la Orden de San Juan de Dios, mientras estrecha la mano a Jesús Sánchez Adalid en una reunión organizada por ABC en Madrid. El escritor, conocido por sus novelas ambientadas en la Edad Media, recibió hace tres años una oferta que no podía rechazar. La orden quería tomar el micrófono y contar la verdad de lo ocurrido allí durante la Segunda Guerra Mundial.
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El novelista y sacerdote aceptó el reto e inició su propia investigación partiendo de los trabajos hechos por fray Giuseppe Magliozzi, doctor en Medicina e historiador, un hermano que no vivió la tragedia pero convivió durante años con sus protagonistas. «Es un tema que le impactó mucho y del que sigue hablando con pasión. Esos hermanos se dieron cuenta de que aquello era una catástrofe, un desastre, y que debían actuar», sostiene el escritor, que ha plasmado su larga investigación en la novela 'Una luz en la noche de Roma' (Harper Collins), que se publica el día 15 de marzo.
Cuestión de vida o muerte
Los cuarenta frailes del hospital, varios de ellos españoles con cargos de gran responsabilidad, se jugaron la vida para ocultar a judíos y a huidos de todo pelaje. La comunidad religiosa tomó partido permitiendo que se celebraran reuniones de la resistencia militar y hasta que se instalara un puesto de radiotelegrafía. El fraile polaco Maurizio Bialek jugó un papel protagonista tanto a la hora de abrir las puertas a los judíos como para que la Radio Victoria, que había puesto en marcha el célebre teniente Mauricio Guiglio, héroe nacional de Italia, enviara información a través del hospital al ejército aliado.
«Uno de los frailes tiró el aparato al agua en el último momento, pero si llegan a encontrarlo los alemanes hubieran destruido el hospital», señala Sánchez Adalid. Como muestra de los riesgos que asumió la orden española, basta decir que Adriano Ossicini, uno de los médicos principales del centro, fue arrestado, torturado y finalmente convertido en un prófugo en ese mismo hospital. Además, el superior general de la orden llegó a estar incluido en una lista negra de la Gestapo como espía y elemento peligroso.
En el sótano del hospital convivieron agentes de la resistencia, espías, soldados polacos y hasta se escribió la primera carta del Frente Nacional de Liberación. Cualquiera de estos hechos por separado era motivo suficiente para que los alemanes borraran del mapa el hospital. Pero el sacrificio mereció la pena. «Ellos aceptaban su destino. Si proteger a los judíos les costaba la vida o que les mandaran a los campos de concentración, lo comprendían», relata Ángel López Martín. Este hermano de la orden ejerció como superior del Ospedale San Giovanni Calibita (conocido popularmente como 'Fatebenefratelli', en español, 'Hagan el bien, hermanos') y es el responsable en las sombras de que esta historia vea ahora a la luz. Él fue quien ofreció los archivos y quien conoció ya de anciano a alguno de los osados frailes.
Se estima que de los 4.205 judíos que encontraron refugio en monasterios romanos medio centenar lo hicieron en la isla Tiberina. Primero llegaron la veintena de ancianos temblorosos del vecino hospital hebraico y luego los afectados por la redada. No les faltó comida a pesar de la hambruna que recorría la ciudad, ni tampoco medicinas, ayuda económica o recursos para ser evacuados. Algunos llegaron allí a pie gracias a que en medio de la persecución se encontraban en la calle (los alemanes llevaban instrucciones de registrar solo las casas), mientras que otros fueron recogidos por dos ambulancias del hospital. Para que pudieran salir de la ciudad cuanto antes, la embajada española expidió muchos documentos con nombres cristianos bajo la excusa de que se trataba de sefarditas descendientes de los expulsados de 1492.
«Me contaban que no comprendían por qué tenían que estar todo el día metidos en la cama y debían cambiar sus nombres. Preguntaban: »Mamá, ¿cómo me llamo hoy?»»
Mientras los hombres sanos se unían a la resistencia o ponían tierra de por medio, las mujeres y los niños estuvieron allí hasta la liberación. «No podíamos hacer nada en todo el día, y no sabíamos por qué estábamos encerrados allí. Creíamos que era un castigo. Hoy sabemos que fue una salvación», afirmó Gabriele Sonnino, quien entró en el hospital con cuatro años, en un acto conmemorativo celebrado en 2016 donde se colocó una placa en recuerdo del hecho. López Martín conoció a muchos de esos niños que regresaron ancianos a conocer el triste escenario de su infancia, un lugar por donde correteaban, subían a sus altas terrazas y jugaban sin entender nada. «Me contaban que no comprendían por qué tenían que estar todo el día metidos en la cama y debían cambiar sus nombres. Preguntaban: 'Mamá, ¿cómo me llamo hoy?'», narra el religioso, al que el recuerdo del hospital le resulta hoy doloroso. El pasado verano la Orden de San Juan de Dios se desvinculó del hospital, que sigue en funcionamiento, para solventar una larga deuda.
El inicio de las pesquisas de Sánchez Adalid coincidió justamente con el anuncio del Vaticano de abrir sus archivos secretos sobre la protección de los judíos en Roma. El centro médico estaba muy vinculado por su cercanía a la Santa Sede, pues era allí donde se realizaban los análisis de orina de Pío XII, un Papa hipocondríaco con infinidad de enfermedades entre reales y simuladas. En los registros del hospital sus informes aparecen con el nombre de Pastor Angelicus o el de su nombre de nacimiento. «No se puede demostrar que el Papa llamara directamente a los hermanos, pero sí corrió la voz por toda Roma de que había que ayudar a la comunidad hebraica. Pío XII actuó con discreción para ayudar a estos monasterios», recuerda López Martín.
'Una luz en la noche de Roma'
- Autor: Jesús Sánchez Adalid. Editorial: HarperCollins. Precio: 23,90 € .
Este miembro de la orden remarca las numerosas sensibilidades políticas que existían en la ciudad incluso entre las fuerzas fascistas. Sin ir más lejos, el jefe de la policía fluvial, cuyo puesto se encontraba en la misma isla, estaba totalmente informado de lo que estaba ocurriendo dentro del hospital y no solo miró a otro lado, sino que ayudó a los religiosos a poner los carteles de 'Cuidado: epidemia' para alejar a las visitas indeseables.
Una letra vital
En las tres redadas que sufrió el centro, los religiosos escondieron a los falsos enfermos en sitios tan remotos como la caldera, la cocina o los desagües. Cuando los registros se volvían persistente, los médicos y frailes tenían una última arma secreta: el síndrome K, una enfermedad inventada y supuestamente muy contagiosa que obligaba a los sanitarios a aislar a todos los afectados en una de las dependencias más grandes. «Es absolutamente cierto lo de la enfermedad. Un oficial alemán no se podía jugarse el infectar a las tropas alemanas que estaban en aquel momento controlando Italia y cerrando el paso a los ejércitos aliados. Los médicos se lo explicaron tan bien, les enseñaron los informes, que no quisieron arriesgarse», asegura Sánchez Adalid con los documentos que prueban la historia en la mano.
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Si los soldados se acercaban demasiado a la sala Assunta, los sanitarios reclamaban a los refugiados que simularan toses cada vez más feroces. Luciana Tedesco, quien durante la ocupación alemana tenía diez años, describió el lugar a la prensa en 2016 como un «hospital sin enfermos»: «Todas las personas que yo pude ver estaban sanas. Éramos refugiados que aquí pudimos encontrar una casa». En algunos textos se afirma que el nombre de la enfermedad K o síndrome K se le dio como burla al apellido del general alemán Albert Kesselring, pero en realidad hacía referencia a los postulados de Koch, esto es, a la tuberculosis. La gran bestia negra de todos los ejércitos de la época.
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