El hijo del escultor del Valle de los Caídos opina sobre el proyecto de «resignificación» del Gobierno
Juan de Ávalos Carballo confirma a ABC que la única filiación de su padre, un republicano vinculado al ayuntamiento socialista de Mérida en los años treinta, era la religiosa
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Casi se palpan las costillas, una a una, del gigantesco Jesucristo yacente; su cadáver, inerte y marchito, descansa sobre las manos de hormigón armado y piedra de una Virgen María de seis metros de altura y expresión compungida. 'La Piedad' es una de las muchas ... obras que Juan de Ávalos y Taborda creó entre 1950 y 1959 para el Valle de Cuelgamuros (hasta 2022, Valle de los Caídos). Nueve grandes conjuntos escultóricos que, el pasado martes, quedaron señalados después de que el Gobierno presentara el proyecto escogido para «resignificar» este monumento, pues no aparecían en la maqueta final presentada por el estudio arquitectónico.
A pesar de que el Ministerio de Vivienda y el Arzobispado de Madrid han explicado a ABC que las esculturas no serán retiradas, sino contextualizadas, el proyecto ha dejado más preguntas que respuestas a Juan de Ávalos Carballo. «Sería una barbaridad internacional destruirlas porque, a pesar de que con mi padre se está perpetrando una suerte de 'damnatio memoriae' en España, son admiradas en todo el mundo», explica a ABC. Al otro lado del teléfono, y mientras arranca la mañana entre «dibujos y pinturas», recuerda con energía que la única filiación de su progenitor era la religiosa: «¿Franquista? Los verdaderos escultores del Régimen, y no quiero citar nombres, protestaron ante Patrimonio Nacional porque se le encargar a un 'rojo' esta obra».
El artista Salvador Amaya, que trabajó con Ávalos y Taborda en sus últimos años y bebe de su estilo monumentalista, alarma sobre los peligros que implicaría eliminar los grupos escultóricos. «Ya hemos visto las condiciones en las que han quedado aquellos que se han retirado atendiendo a la Ley de Memoria Histórica: descabezados, mutilados, desaparecidos... Es imposible retirar las esculturas del Valle porque están hechas con bloques de piedra y no se pueden desmontar sin causarles daños», sentencia en ABC. Aunque prefiere centrarse en las bondades de unas obras que «deberíamos proteger porque, más allá de los temas y los motivos que las inspirasen, son impecables y envidiables a nivel técnico y estético».
Dura decisión
Hoy es día de confesiones. Carballo admite que le escama que se recuerde a su padre como uno de los hombres fieles al Régimen: «Era un enamorado del arte con formación Católica al que le encantaba dibujar santos. De joven, como había nacido en Mérida, colaboró con su Ayuntamiento, que lo presidía un socialista; estaba muy ligado a sus actividades». Hasta llegó a afiliarse al PSOE en su juventud. «Simplemente era un artista que trabajaba de encargo, ¿y quién hacía los encargos tras la Guerra Civil? Pues el franquismo. Así de sencillo», sentencia. Otro tanto pasaba con su madre, a la que recuerda como una antagonista de la dictadura.
Carballo todavía recuerda la tarde en la que su padre volvió a casa tras reunirse con Franco en El Pardo: «Íbamos a comer en casa, yo tenía 15 o 16 años. Mi madre estaba en contra de cualquier colaboración con el Régimen. Mi padre, por su parte, era un enamorado de su profesión. Estaba recién llegado de un viaje a Italia y suspiraba por emular a los grandes escultores de allí». Uno y otro mantuvieron una charla sobre qué debía hacer, si aceptar o no el encargo. «Aceptaron porque le habían ordenado que sus monumentos, de representaciones religiosas, buscaban la reconciliación y el perdón entre españoles. Por eso ambos asumieron el reto. ¿Cómo no renunciar a la reconciliación y el perdón?», sentencia.
También recuerda que, a partir de entonces, su padre fue el blanco de todas las ideologías. «Recibimos en casa anónimos de muerte de ambos bandos», añade. Aunque está convencido del porqué: «Era todo envidia. La obra del Valle es de una belleza espectacular, impresionante. Te guste o no, la arquitectura que tiene es monumental». Además, recuerda que en las obras que hizo su padre no intervino ningún preso político. «A cambio, no preguntaba la filiación de sus trabajadores. Sabía que había gente de la UGT o que el escultor Ignacio Vergara había sido comisario de 'El Campesino', pero no le importaba. Al contrario, él solo quería que estuviesen ilusionados con el trabajo que hacían», explica.
Amaya, por su parte, sigue la estela de Carballo. «Ni toda la obra de Ávalos fue encargada por el Régimen, ni podemos borrar de la historia todo lo que se creó durante los 40 años que duró». En sus palabras, Ávalos fue un artista al que le tocó vivir en aquellos años, y lo hizo llevando a cabo lo que mejor sabía hacer. «Podría haberse exiliado, ya que cuando estalló la guerra era el director del Museo arqueológico de Mérida y cuentan que tenía el carnet número 7 del PSOE, pero se quedó en su país dejándonos un legado artístico inabarcable tanto por lo prolífico como por lo monumental», sentencia.
Gran valor artístico
Ambos defienden el inconmensurable valor artístico de los nueve grupos escultóricos de Ávalos, así como su carrera. «Fue un escultor fruto de su tiempo, y a pesar de que vivió en una época donde la figuración apenas destacaba, el supo imprimir su sello personal en cada una de sus obras. Todas ellas son reconocibles hasta para el ojo menos avezado», desvela Amaya. Su pupilo sostiene que, aunque fue un gran retratista y esa faceta fue la que prevaleció en su obra personal, lo que la historia del Arte le reconoce es ser el último gran escultor monumentalista. «Su antecesor, Victorio Macho, desarrolló su obra fuera de España, pero tenemos la suerte de que Ávalos nos dejó la suya aquí. Y hay que protegerla porque independientemente de los temas y motivos que la inspirasen, técnica y estéticamente son impecables».
Carballo añade que España no ha sabido poner en valor a su padre. «Teníamos que haberle quitado toda la costra inmunda de la Guerra Civil y subrayar que, además de él, hubo 93 artistas que trabajaron en las obras», completa. Su hijo no titubea y señala que en el Valle de Cuelgamuros hay obras de las que otros países estarían orgullosos y recalca que lo que importa, más allá de ideologías, es el arte. «Es un tremendo error apropiarse de la memoria de unos y de otros, cuando lo que se debería haber hecho es un museo de la obra, de cómo se hizo ese increíble proyecto donde contribuyó gente de todo tipo, no solo aquellos que redimieron sus penas por el trabajo, sino otros tantos que fueron contratados para trabajar», finaliza.
Amaya insiste en que hay que valorar el reto que supuso alzar los nueve grupos escultóricos en mitad de un Cuelgamuros expuesto a las temperaturas extremas. «La estructura interna de la esculturas, antes de modelarlas en barro, era de madera. Había riesgo de que la madera se pudiera con la humedad de barro y se desmoronara con la obra sin terminar», señala. Hoy en día, afirma, estas estructuras internas se hacen metálicas para que no se derrumben. «Imagino también la cantidad de trabajo que llevó montar los andamiajes para subir piedra a piedra los evangelistas. Ávalos trabajaría estrechamente con arquitectos e ingenieros para solventar los pesos y dimensionalidad», finaliza.