El GEO que luchó catorce años contra el terrorismo: «Los etarras se rinden, los yihadistas mueren matando»
Miguel Jarque superó las pruebas de la unidad especial de la Policía Nacional en 1979 y, durante 14 años, fue la última línea de defensa contra el terrorismo
Dos días en los bastiones de Bildu con un excomando antiterrorista de la Guardia Civil: «Somos mejores que los SEAL»
Curso de buceo del GEO, en los años ochenta
La mañana, que había arrancado dulce de la mano de un bollo y un café, se tornó amarga en un suspiro. El agente Miguel Jarque, de barba poblada y 26 primaveras, llegó con sus colegas de comando al banco de Vizcaya a eso de ... las diez. Era un 7 de febrero de 1981, y se enfrentaba a la que sería la primera gran intervención del GEO, el Grupo Especial de Operaciones de la Policía Nacional, alumbrado apenas dos años antes. «Fue un tinglado delicado, ¿eh?, dos secuestradores armados, de los bravos y drogados, habían tomado la oficina bancaria de dos plantas y nosotros debíamos entrar». Recuerda cada minuto que pasó allí, en el barrio de San Ignacio de Bilbao, planeando la maniobra perfecta para liberar a los cinco rehenes. Como para olvidarse.
Lanzaron el asalto después de comer, al son de dos cargas explosivas colocadas en diferentes puntos del edificio. Fueron sus particulares trompetas de Jericó. '¡Boom!, ¡boom!'. Miguel entró por la planta baja; estaba bien adiestrado, pero la posibilidad de que los secuestradores se llevaran por delante a algún rehén le atenazaba: «Los asaltantes quedaron aturdidos. Subí al primer piso y vi a uno de ellos, le pegué un culatazo con el subfusil y lo desarmé». Y otro tanto con el atracador que quedaba. Salieron a los pocos minutos, entre aplausos y vítores. «Fue un éxito, no hubo bajas por su parte ni por la nuestra», añade. Su mayor orgullo, no obstante, fue saber que el entrenamiento había dado sus frutos y que el GEO había quedado bautizado en la liberación de rehenes.
Hoy han pasado más de cuatro décadas desde aquel asalto; tiempo suficiente para que Miguel haya superado mil desmanes más. Al otro lado del teléfono, con una mezcla de emoción y morriña, rememora aquellos días en los que fue seleccionado para formar parte del GEO, las primeras intervenciones MP5 en mano y cómo puso, junto a sus compañeros y mandos, los pilares de una de las unidades más preparadas de España. «Fueron 14 años de aventuras hasta que salí, y 23 más como policía», explica. Con esa amalgama de recuerdos ha escrito 'Madera de GEO. Mi vida contra ETA y la delincuencia' (Arzalia). Un testimonio policial de aquella época convulsa de la Transición española para que no se olvide, como él mismo suscribe, que «todo edificio tiene unos buenos cimientos».
Nacido de la necesidad
Los suyos se fraguaron en un pueblo de la serranía de Cuenca, Santa Cruz de Moya. Allí vino al mundo en 1954 y aprendió dos máximas que aplicaría luego en el GEO: que «de la necesidad surge la fuerza» y que «la perseverancia y el trabajo continuo te permiten conseguir aquello que pretendes». Aunque Miguel admite con cierta sorna que no dio con sus huesos en las fuerzas de seguridad por convicción, sino por una jugarreta de Cupido: «Una chica me deslumbró. Ella vivía en Barcelona. Me hice policía para seguir sus pasos hasta allí». Pero todo acabó en desastre. «No me hizo caso y me vi solo, en una gran ciudad que se me venía encima», sentencia.
Madera de GEO
- Editorial Arzalia
- Precio 23,90 euros
- Páginas 560
En ese momento de necesidad, la palabra que más repite Miguel durante toda la entrevista, oyó hablar del GEO en la televisión. Escuchó que la unidad había nacido como respuesta a la 'Masacre de Múnich' de los Juegos Olímpicos de 1972: el rapto y la matanza indiscriminada de once atletas israelíes por parte de un comando palestino. Aquel borrón hizo entender a Europa que hacían falta grupos antiterroristas de respuesta rápida especializados en la liberación de rehenes. El primer curso fue convocado en 1977; él se personó en el segundo. «Había 50 plazas y nos presentamos 400 en el cuartel de Guadalajara. Fui por curiosidad, luego llegó el idealismo», explica.
Todo por hacer
Miguel afirma que llegó a una unidad de élite en la que todo estaba por hacer. Los fundadores, de los que habla con cariño, no buscaban solo hombres preparados –que también–, sino tipos duros dispuestos a aprender y a forjar un equipo unido. De la retahíla de pruebas que tuvo que pasar –físicas, psíquicas, psicotécnicas, una entrevista personal…– recuerda una: «En la de natación me tocó en la calle al borde de la piscina. Un chico gallego me dio un codazo para que le dejase esa zona. Cuando se lanzó, vimos que no sabía nadar… La superó impulsándose por el murete para llegar al otro lado». Todo parecía acabado para él, pero no. «Los mandos dijeron que, si estaba tan decidido a entrar como para hacer aquello, es que tenía madera de GEO», completa.
Más que las pruebas de acceso, lo duro para este agente fue el curso de múltiples especialidades al que se enfrentó una vez superada la oposición. Desde el famoso rápel, necesario para sorprender a los 'malos' descolgándose por una pared, hasta el paracaidismo, el buceo, el tiro o los explosivos. Durante meses repitieron una y otra vez ejercicios clave como el que define en su libro: «Accedíamos a una caseta en rápel y reventábamos la puerta. Al explosionar penetrábamos en fila india y disparábamos en dirección a unas siluetas de madera. Luego analizábamos los impactos». Si el 90% habían sido certeros, el ejercicio estaba aprobado. Si un solo proyectil golpeaba en las siluetas de los rehenes, debían repetirlo diez veces más.
Entrenamiento CQB del GEO
Les enseñaron a segar vidas, de eso no cabe duda, pero también a que el plomo era el último recurso. «Estamos acostumbrados a las películas de Chuck Norris, en las que la policía entra, pega dos patadas y mata a todo el mundo. Nos mostraron que debíamos hacer lo contrario: no había que matar, había que salvaguardar las vidas de todos, incluso de los delincuentes», argumenta. El resultado fue un grupo cohesionado hasta el extremo que Miguel evoca con emoción: «La unión era tan grande que los oficiales debían recordarnos que no eran nuestros padres, sino nuestros superiores». Era una familia a la que tenían que dedicar todo su tiempo y sus energías. «Vivíamos por y para combatir al terrorismo que asolaba nuestra patria», sentencia.
Miguel también insiste en que aquel GEO era una familia en la que todos debían colaborar: «Pobre del que no aportara algo». Valía todo para mejorar. «Llegaba un compañero, decía que había visto que en una película usaban una pértiga para impulsarse y subir a un segundo piso, y lo probábamos», bromea. Y, en ese camino hacia la perfección, se reunían tras cada entrenamiento o intervención para analizar los errores. «En los 'briefings', una palabra que yo no había escuchado jamás, criticábamos de forma constructiva. A alguno se le ponía la cara colorada, pero era necesario». Eran «máquinas de aprender bien compenetradas», y más les valía, pues fuera de aquellos muros se multiplicaban los atentados terroristas.
Primera línea
Todo ha cambiado desde entonces, hasta el enemigo. El GEO se coció al calor de un terrorismo que hoy ha mutado: el de ETA. «Sus integrantes eran gente con experiencia y maquiavélica. Formaban una organización seria y preparaban todo con una minuciosidad impresionante. Pero, llegado el momento del enfrentamiento, la mayoría levantaban las manos y se rendían si veían que no tenían salida», explica Miguel. Ahora no sucede lo mismo. A los yihadistas, de triste actualidad en las últimas semanas, su fanatismo les lleva a morir matando. «No queremos abatir a nadie, buscamos entregar al criminal a la justicia, somos policías. Pero con ellos sabes que es él o tú, no hay medias tintas», completa.
El veterano detiene sus palabras, reflexiona y prosigue. El enemigo número uno durante sus años como GEO fue ETA, pero podría pasarse la tarde entera enumerando intervenciones contra asesinos, narcotraficantes, secuestradores y atracadores. La lista es larga. ¿Cuál elegir? Echamos cuentas… «Si empezaste en 1981… ¡te pilló el 23-F!». Asiente. Durante el frustrado golpe de Estado su equipo salió a toda velocidad hacia el Congreso. Y allí, tras esperar y esperar órdenes, Miguel no olvida lo que les plantearon: «Llegaron a barajar un asalto del GEO al interior. Nos dijeron que estuviéramos preparados». Él no podía creérselo. Por fortuna, se evitó el baño de sangre.
Miguel Jarque entrena con su MP5, equipada con silenciador
Una de las últimas intervenciones en las que participó fue en 1991, cuando sumaba ya 37 años y lucía los galones de subinspector. Aquel día, recorrió con sus compañeros 500 kilómetros en tres horas para llegar hasta Granada antes de que amaneciera. El objetivo era la casa en la que residía el fugado Juan José Garfia. «Era un famoso criminal que había acabado con la vida de tres personas y había dejado a su paso un reguero de heridos», expone Miguel. En cosa de segundos hicieron saltar por los aires la puerta, subieron a las habitaciones y le detuvieron junto a otro delincuente. Frente a él, una pistola con un cartucho en la recámara, lista para usarse. La sorpresa les dio la victoria.
Aquel fue el canto de cisne de Miguel: «Por entonces había compañeros que llamaban a la puerta con más ganas. La experiencia es clave y yo me veía en mi plenitud física. Era capaz de seguir. Pero el jefe decidió que algunos subinspectores sobrábamos, y entre ellos estaba yo». Momentos duros. «¿Cómo te lo tomaste?», preguntamos. «Como el escritor al que le quitan la pluma o el fotógrafo al que le arrebatan la cámara. Hice borrón y cuenta nueva, volví a comisaría y patrullé», responde. El pionero del GEO halló buenos profesionales, volvió a reencontrarse con la calle y esperó su momento. Estaría allí donde le «necesitaran» –otra vez la palabra–.
Después se convirtió en técnico en la Comisaría General de Información, donde aprendió de «voltaje y ohmios», y colaboró en la captación de información y en las investigaciones del 11-M. Se reinventó una vez más, como hizo cuando era aquel joven golpeado por el desamor. Pero eso, como se suele decir, es otra historia que promete contarnos la próxima vez.