'General invierno': la gran mentira de Napoleón para ocultar su humillación en Rusia
La leyenda de que la derrota de la 'Grande Armée' fue derrotada por el frío fue más un pretexto que una realidad: su mayor enemigo fueron los errores estratégicos
La despiadada venganza de Napoleón contra dos pueblos españoles que humillaron a su ejército
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Iniciar sesiónAdemás de buen estratega, Napoleón Bonaparte era un tipo muy listo. De regreso en París allá por 1813, tras la desastrosa invasión de Rusia, el 'Pequeño Corso' empezó a extender un bulo morrocotudo para eludir responsabilidades y esquivar críticas de sus detractores: las más ... de 600.000 bajas sufridas en el frente del este no eran culpa suya, diantre, sino de un enemigo imposible de vencer… ¡el 'general invierno'! Un adversario que, para colmo, desconocía. O eso escribió. Pero poco tiene que ver la realidad histórica con esta máxima. Y así lo afirmaron una infinidad de militares y cronistas de la época como Henry Beyle: «No es preciso hacer constar que el invierno ha sido precoz: al contrario. En Rusia hacía el mejor tiempo del mundo».
El 'Pequeño Corso' no desconocía que, a la larga, tendría que enfrentarse al 'general invierno': el eufemismo para denominar a las temperaturas bajo cero que se daban en el este. Sabía lo que se le venía encima. En 1811, Caulaincourt, antiguo embajador galo en San Petersburgo, acudió a París con el objetivo de asesorar a Bonaparte sobre la futura invasión. Según explica Andrew Roberts en 'Napoleón, una vida', su extensa biografía sobre este personaje, el diplomático dedicó un día entero a tratar de persuadir al Emperador de que no entrase en guerra. No porque su 'Grande Armée' fuera inferior a los ejércitos del Zar ni porque sus generales no superaran a los de sus enemigos (los rusos, de hecho, eran considerados unos pésimos militares sobre el campo de batalla), sino por el frío.
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Frente a frente con Bonaparte, Caulaincourt le explicó la admiración de Alejandro I por la guerrilla española, cuyas tácticas había implementado entre sus hombres, y los comentarios que le había dirigido sobre la crudeza del invierno ruso. Pero Napoleón estaba obcecado: «¡Una buena batalla acabará con las grandes decisiones de tu amigo Alejandro y con sus castillos de arena!» . Se creía invencible y no entendía que se enfrentaba a muchos más enemigos que la mera infantería de línea de casacas verdes.
Error conocido
En los meses siguientes, Bonaparte hizo acopio de una infinidad de almanaques y obras de otros tantos autores. Toda la documentación llegaba a la misma conclusión: el verdadero 'general invierno' no llegaría hasta noviembre. Así lo explicó el cronista de Napoleón, Agathon Jean François Fain, en sus obras: «No se ha desatendido ninguna información, ningún cálculo en esta materia, y todas las posibilidades se han reafirmado. Es diciembre cuando el invierno ruso se vuelve más severo. En noviembre las temperaturas no bajan de los seis grados». Si lograba que Rusia se rindiera antes de que el frio hiciera mella, el problema estaría solucionado.
La triste realidad es que Napoleón sabía que jugaba contra el tiempo, pues en obras como 'La historia de Carlos XII de Voltaire', que también había leído, se especificaba que el invierno era tan duro que los pájaros caían congelados sobre el suelo. «Las noches eran extremadamente frías, muchos murieron por la intensidad extrema», reconocía la obra. Es, por tanto, una falacia histórica que para el 'Pequeño Corso' fuese una sorpresa. Su máxima consistía en avanzar a toda marcha y regresar a los campamentos antes de las severas bajadas de temperaturas.
La aventura del corso empezó en 1812, cuando envió a 675.000 hombres de su ejército hacia la estepa del este. En principio, la idea era evitar que Alejandro I atacase Polonia, aunque, a la postre, aquel movimiento se tornó en una marcha hacia el corazón de Rusia. Lo que no esperaba el Napoleón era que sus enemigos evitaran las batallas decisivas y que apostaran por una estrategia de 'tierra quemada'. A saber: retrasar más y más sus posiciones para obligar a los galos a extender en extremo sus redes de suministros. Aquello provocó que las tropas quedasen desabastecidas y que los defensores no sufriesen bajas.
Tras varios meses de avance, Bonaparte dirigió su vista hacia la capital del país. Aquella que los oficiales defensores pensaban que jamás se doblegaría a sus deseos. «Napoleón es un torrente, pero Moscú es la esponja que le absorberá», llegó a decir el príncipe Mijaíl Kutúzov cuando vio a los galos frente a la urbe. Estaba equivocado. Ante el imparable avance francés, la ciudad fue abandonada en un éxodo masivo: apenas se quedaron 15.000 habitantes de un total de 250.000. El 13 de septiembre, una pequeña comitiva le entregó, de forma literal, las llaves al Emperador. La 'Grande Armée', por su parte, se adelantó decidida al grito de «¡Moscú! ¡Moscú!» para obtener su premio final. «Allí, al fin, está la famosa ciudad: ¡ya era hora!», gruñó el militar.
Napoleón entró en Moscú durante la mañana del 15 de septiembre y se instaló, como su condición de Emperador le acreditaba, en el Kremlin. Aunque, eso sí, después de comprobar que no hubiese minas. «La ciudad es tan grande como París y dispone de todo» , escribió a Josefina. A pesar de los incendios provocados por los rusos, el 'Pequeño corso' dio, tal y como él mismo dijo, «el asunto por terminado». Para él, la guerra había acabado en ese momento. Un craso error ya que, aunque gloriosa, la urbe no estaba preparada para albergar las 100.000 almas que traía consigo. A las pocas semanas hubo que recurrir a los muebles para hacer fogatas con las que calentarse y «los soldados subsistían gracias a la carne podrida de caballo». Por descontado, el ejército ruso seguía intacto y bien alimentado en retaguardia.
Muerte en el regreso
Ese mismo octubre, sin alimento, sin energía, sin líneas de suministro efectivas, sin noticias de sus refuerzos y, en definitiva, sin esperanza, Napoleón observó la caída de las primeras nieves. Aquello fue la puntilla de una campaña que ya se había tornado en desastre. Sabedor de que no podía continuar con el enfrentamiento, y antes de que llegara el 'general invierno', decidió retirarse hasta Smolensk. Aunque, para entonces, ya había comprendido que la lucha había tocado a su fin. Al menos, por el momento. El 18 de ese mismo mes fue claro con sus generales: «Apresuraos, debemos estar en los cuarteles de invierno antes de veinte días». Para entonces, sin embargo, hacía un sol radiante y el frío todavía no había hecho su aparición.
Según Roberts, acertó, pues a los 17 días comenzaron las duras ventiscas y los termómetros empezaron a bajar. En todo caso, el autor señala que no fue hasta noviembre, con la 'Grande Armée' en retirada masiva, cuando las temperaturas bajaron. Además, es partidario de que, aunque se suela obviar, enfermedades como el tifus fueron igual de letales que el 'general invierno'. Lo que está claro es que el ejército sufrió el puntapié más severo cuando buscaba llegar al cuartel general de Smolensk, región ubicada al oeste del país. A los combatientes les habían prometido que en aquella ciudad podrían recuperar fuerzas para continuar hacia casa. Pero la realidad era que, para entonces, el caos y la desconfianza cundían entre todos los hombres.
La retirada se convirtió en la pesadilla de Napoleón. A golpe de frío y de ataques cosacos, apenas arribaron a los cuarteles 20.000 hombres. Él achacó toda la culpa al 'general invierno'. Casi como una excusa. Sin embargo, autores como Jesús Villanueva afirman en 'La revolución francesa' que «actualmente, los historiadores consideran que, por parte del emperador, existió una fatal imprevisión». En sus palabras, «el alargamiento de las líneas provocado por la frenética marcha a Moscú rompió la cadena de suministros y la estancia en la capital rusa no se aprovechó para preparar a los soldados contra el frío del invierno que se avecinaba». Bonaparte, por tanto, achacó a las inclemencias del tiempo sus propios errores.
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