Los españoles, ante el Congreso Nacional de Moralidad en las playas franquistas
VERANOS DE LA HISTORIA
Ante el miedo de que el 'boom' del turismo pusiera en peligro las buenas costumbres del régimen, el Gobierno y la Iglesia intentaron «poner coto a la invasión desnudista y paganizante» en las costas durante el verano, pero no sirvió de mucho...
La «prehistoria» de los bañadores: esos trajes de tres kilos con plomos
Una bañista en la playa de Torremolinos, en 1970
Pongámonos en situación. Una década después del final de la Guerra Civil, España comenzó su lento deshielo hacia el fin de la autarquía. Los primeros contactos entre Franco y Estados Unidos para que el país saliera de su aislamiento internacional se produjeron en 1951. ... La cartilla de racionamiento se derogó en 1952, cuando se duplicó el consumo de carne por parte de los españoles. Y en 1953 se firman los famosos Pactos de Madrid, según los cuales el presidente norteamericano Dwight D. Eisenhower obtenía permiso para construir bases militares en Morón, Zaragoza, Torrejón de Ardoz y Rota, a cambio de una cuantiosa ayuda económica.
A partir de ese momento, España cambió en muchos aspectos y ya nada volvió a ser lo mismo. Pero poco antes, sin embargo, ya se había empezado a vislumbrar el 'boom' del turismo. La dictadura vio el negocio y, en 1950, el Instituto Nacional de Industria creó Atesa, la primera empresa pública dedicada a impulsar el sector turístico. El proceso, sin embargo, trajo consigo cierto miedo al aperturismo. En su discurso de fin de año, el mismo Franco lo dejó claro: «El año 1950 significa, en nuestras relaciones exteriores, la solemne rectificación internacional del acuerdo de las Naciones Unidas [que había instado a la retirada de embajadores], pero sin que ningún cambio sustancial de posiciones doctrinales se haya producido en nuestra Patria».
El régimen tenía miedo de las nuevas costumbres que los turistas extranjeros pudieran traer a España y, en la primavera de 1951, Franco convocó de urgencia el Primer Congreso Nacional de Moralidad en Playas, Piscinas y Márgenes de Ríos, que fue organizado en Valencia por la Comisión Episcopal de Moralidad y Ortodoxia. El objetivo: «Poner coto a la invasión paganizante y desnudista de extranjeros que vilipendian el honor de España y el sentimiento católico de nuestra Patria». En el programa, varias misas y conferencias como «La playa y los baños, preocupación angustiosa de las vocalías de moralidad».
De este encuentro, al que Daniel Blanco le dedicó en 2017 la novela 'Los pecados de verano' (Ediciones B, 2015), circula en la redes –incluso se vende en páginas de segunda mano– un díptico que se publicó para difundir las conclusiones. En el quinto punto se leía, por ejemplo, la propuesta de «organizar una gran campaña nacional de DECENCIA». Así, en mayúsculas. Y en el séptimo: «Es indispensable que se prohíban los bailes en las playas y piscinas, y mucho más en traje de baño, abuso gravísimo que se va extendiendo y no puede tolerarse». Lo más insólito es que se pedía autorización a las autoridades para que los «seglares católicos» pudieran realizar funciones «como auxiliares de la Policía» en las costas, donde comenzaban a congregarse los turistas españoles y extranjeros con sus pequeños trajes de baño.
Las clavículas
En su libro, Blanco aseguraba que se pasaron una mañana discutiendo lo que representaba para la moral cada una de las partes del cuerpo que quedaban visibles en las playas. Y, cuando llegaron a las clavículas, por ejemplo, no se pusieron de acuerdo sobre si eran decentes o indecentes, porque existía el riesgo de que fueran dos flechas que apuntan peligrosamente al escote. Se determinó la separación de sexos en los lugares de baño, se trató de prohibir estar fuera del agua sin albornoz y hasta se puso alguna multa por llevar el bañador más corto de lo apropiado.
Pero, como era de esperar, nada de esto sirvió para nada, aunque la Comisión Episcopal seguía insistiendo en 1958 en que «el veraneo es el invierno de las almas, el tiempo en el que el demonio y la carne hacen el mayor estrago». El problema para estas capas tan recatadas y reaccionarias de la sociedad española fue que el régimen franquista estaba tan necesitado de divisas que hizo la vista gorda. Ante la avalancha de turistas se vio obligado a dar una imagen de modernidad e, incluso, llegó a potenciar poco después el arte experimental y de vanguardia. Y así, después de que se registrara el primer millón de visitantes en 1951, una década después llegamos a los 15.
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