¿Es correcto usar 'facha' y 'rojo'? Habla Fuentes Aragonés, nuevo miembro de la Real Academia de la Historia
El catedrático, con dilatada experiencia en el estudio de los totalitarismos y los nacionalismos, analiza en ABC el devenir de la política actual y se zambulle en temas como la amnistía
Juan Francisco Fuentes Aragonés, nuevo miembro de la Real Academia de la Historia
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Iniciar sesiónJuan Francisco Fuentes Aragonés es un viejo conocido en la Facultad de Ciencias de Información de la Universidad Complutense de Madrid. «Sin duda, de los mejores profesores que tuve en la carrera», me confesaba hace varios días un amigo que no se perdía jamás ... una de sus clases –mucho decir en una época en la que la asistencia no era obligatoria y la juventud nos atraía con magnetismo hacia las bondades de la cafetería–. Otro compañero le definía como un «peso pesado que derrochaba sabiduría» ante sus alumnos. Ambos llevaban razón, como demuestra el que este catedrático en Historia Contemporánea fuese elegido el pasado viernes como nuevo miembro de la Real Academia de la Historia para sustituir al fallecido Miguel Artola.
Pero la de profesor es solo una de las mil facetas en las que ha dejado una hulla muy profunda. El currículum de Fuentes Aragonés le sitúa como uno de los mejores contemporaneístas que han nutrido la historia de España. A lo largo de su dilatada carrera ha estudiado los totalitarismos y su influencia en el siglo XX –valga como ejemplo su obra magna, 'Totalitarianisms: The Closed Society and its Friends'–; los nacionalismos; la simbología política; el socialismo histórico a través de figuras como la de Largo Caballero... La lista es inmensa. Por analizar, ha analizado hasta la vida y desventuras de Adolfo Suárez en 'Adolfo Suárez. Biografía política'. Y qué mejor experto para explicar la deriva de la política actual y la relación con el pasado de temas tan actuales como la amnistía. Allá vamos...
La violencia y barbarie que condenaron a la Segunda República
Manuel P. Villatoro1-¿Qué implica para un catedrático acceder a la Real Academia de la Historia?, ¿cómo ha recibido la noticia?
Es la culminación de una carrera académica dedicada a la enseñanza y a la investigación. No cabe mayor reconocimiento ni mayor orgullo para un historiador y lo que siento ahora mismo es una inmensa gratitud hacia la Academia por haberme elegido para ocupar la vacante que dejó el fallecimiento del profesor Miguel Artola. Esto supone un honor y una responsabilidad añadidos, por todo lo que ha representado Artola en la historiografía española en las últimas décadas y en mi propia formación y trayectoria. Lo considero un gran estímulo para seguir trabajando en mis propias líneas de investigación y en aquellas tareas que la Academia me encomiende.
2-Entre otros tantos temas, usted es experto en totalitarismos. ¿Cree que los totalitarismos se han reconvertido, al menos en España, en una suerte de democracia alejada de las opiniones del pueblo y tomada por los populismos?
He estudiado los totalitarismos clásicos de la etapa de entreguerras –fascismo, nazismo y comunismo– en mi libro 'Totalitarianisms: The Closed Society and its Friends', y, por tanto, creo que puedo compararlos con cierto conocimiento de causa con algunos fenómenos actuales. Si utilizamos 'totalitarismo' en su sentido estricto, como un régimen de partido único en que el Estado controla toda la vida pública y privada de un país –de esa idea de poder total viene el propio término–, ningún Estado europeo se puede calificar hoy de totalitario, ni siquiera Rusia, que sería más bien una autocracia electiva. Fuera de Europa sí se puede encontrar alguna excrecencia totalitaria, superviviente del antiguo bloque soviético. Ni el populismo ni el nacionalismo son propiamente totalitarios, aunque constituyen patologías políticas, leves o graves, según los casos, que pueden poner en riesgo la democracia y las libertades individuales. Este es el elemento que tienen en común con los totalitarismos: su tendencia a anteponer unos supuestos derechos colectivos –de una raza, de un pueblo, de una clase social– a los derechos individuales de los ciudadanos, limitados o anulados en aras de un supuesto interés general.
3-En sus ensayos ha analizado, por ejemplo, la figura de Largo Caballero... ¿Con qué deberíamos quedarnos de este personaje, con episodios como su apoyo a la violencia en la revolución de 1934, o con su faceta más política?
Largo Caballero, a diferencia de su compañero y rival Indalecio Prieto, fue un socialista mucho más vinculado a la UGT que al PSOE. Esto es importante para entender su pragmatismo sindical y su desinterés por las formas de gobierno: monarquía o república; dictadura o democracia. Su radicalización a partir de 1933, cuando los suyos empiezan a jalearle como 'el Lenin español', le convierte en un personaje completamente distinto del que había sido hasta entonces, hasta el punto de que Niceto Alcalá-Zamora, que había tenido una excelente relación política y personal con él, pensó que Largo Caballero se había vuelto loco. Bueno, es una forma de verlo. Lo cierto es que, tras la caída de su gobierno en 1937, que él atribuyó a los comunistas, volvió más o menos a lo que había sido hasta 1933: un socialista poco amigo de republicanos y comunistas. Su trayectoria entre 1933 y 1937 fue un auténtico desastre, y en muchos casos se puede considerar un suicidio político, pero son cuatro años –es verdad que cruciales para España– en más de medio siglo de militancia socialista, con episodios tan alejados de su imagen de 'Lenin español' como su colaboración con la política social de la Dictadura de Primo de Rivera.
4-La Segunda República amnistió a los revolucionarios de 1934... y también a algunos catalanes. ¿Qué implicó a nivel histórico para la convivencia en España?, ¿cree que la mejoró o que generó más crispación en episodios como la primavera de 1936?
Lo primero que hay que decir es que la amnistía fue un compromiso electoral del Frente Popular y tal vez su principal reclamo en las elecciones de 1936; por tanto, no engañó a nadie al aprobarla. El problema fue su interpretación y su alcance, mayor de lo que estaba previsto. La amnistía, bien administrada, podía haber servido para pacificar los ánimos, pero ocurrió todo lo contrario, no solo por su aplicación excesivamente laxa, sino porque trajo consigo un castigo a aquellos a los que el Frente Popular consideraba artífices o cómplices de la represión de la derecha tras la Revolución de Octubre, desde algunos mandos militares, como el general López Ochoa, hasta aquellos obreros que ocuparon los puestos de trabajo de los despedidos después de octubre del 34. De ahí que la aplicación de la amnistía, en lo que tenía de revancha, no contribuyera a pacificar los ánimos, sino a aumentar la crispación y la violencia, como explican muy bien Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío en su reciente –y estupendo– libro 'Fuego cruzado. La primavera de 1936'.
5-¿Por qué el nacionalismo periférico de zonas como Galicia es más conservador y aboga en parte por la unidad al Estado, mientras que el catalán es todo lo contrario?
En términos históricos, el nacionalismo es fuerte cuando tiene detrás, o ha tenido en sus inicios, una burguesía que lo respalda y lo financia, como ocurrió con el nacionalismo catalán en el primer cuarto del siglo XX y, en menor medida, con el vasco. El nacionalismo gallego careció de ese apoyo del poder económico –en parte, de ahí su debilidad– y, por otro lado, era consciente de que una región relativamente pobre como Galicia no podía aspirar a la independencia. Al final, el secesionismo suele ser la expresión del egoísmo de unas élites territoriales que ven la unidad nacional como un mal negocio para sus intereses y los de su 'pueblo'. Esas élites hacen a veces de aprendices de brujo, cuando desencadenan movimientos de masas que se acaban volviendo contra ellas. Le pasó a la Lliga Regionalista al poner en marcha un nacionalismo con tientes populistas que en los años 30 desbordó ampliamente el marco inicial del catalanismo. El miedo a la revolución explica el apoyo de la Lliga a Primo de Rivera en 1923 y al golpe militar del 36.
7-Háblenos de los claros y los oscuros de Adolfo Suárez. ¿Fue útil su labor para aunar todas las facciones políticas?, ¿le considera un personaje clave para la democracia?
El conjunto de su actuación como presidente del gobierno fue claramente positivo, con decisiones audaces que aceleraron el ritmo de la transición y ayudaron a compaginar las aspiraciones de una amplia mayoría de la sociedad española y la capacidad de evolución y mutación del Estado. Fue un gran propagandista de la reconciliación y del consenso y contribuyó decisivamente, con importantes apoyos por arriba y por abajo, a superar el trauma de la guerra civil, que en su caso, como en el de tantos españoles, fue un trauma personal y familiar. Sus principales problemas y errores vinieron a partir de 1979 y desde luego en 1980, en parte por las crecientes dificultades de esta nueva fase de la transición –más terrorismo, más crisis económica, más descontento militar…– y, en parte, por sus malas relaciones con su propio partido, UCD, y finalmente con el rey. Fue un líder excepcional para un momento crucial, pero más breve de lo que a Suárez le hubiera gustado. Culminada la transición se quedó sin papel que interpretar y, muy pronto, sin partido.
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8-La sociedad enarbola con mucha ligereza términos como 'facha' y 'rojo'. ¿Los considera absurdos desde el punto de vista histórico, o cree que el lenguaje está condenado a evolucionar?
En cuestión de odio y sectarismo, los historiadores estamos curados de espanto. En los orígenes de la revolución liberal española, los liberales llamaban a los absolutistas 'serviles' y estos a los liberales 'negros' –equivalente al posterior dicterio de 'rojos'–. Me pregunta si el lenguaje evolucionará hacia la superación de términos que denotan una voluntad de exclusión del adversario o simplemente del que piensa distinto. Creo que, por suerte, el uso de esos dicterios es relativamente marginal entre la gente, pero tiene una presencia inquietante en ámbitos con gran impacto en la opinión pública, como las redes sociales o ciertos medios de comunicación muy militantes. Esta forma de expresarse, aunque, como digo, pueda ser minoritaria, supone una regresión en la convivencia hacia épocas y lenguajes en que se buscaba la exclusión, cuando no la eliminación física, del otro. En todo caso, conviene distinguir, como tantas otras veces, entre 'opinión pública' y 'opinión publicada': es decir, entre lo que piensa la gente y lo que dicen algunos que piensa la gente. Por tanto, no hay que dejarse impresionar por un tremendismo muy instalado en ciertos medios, pero tampoco hay que ignorar su capacidad para envenenar a la opinión pública y estropear la convivencia.
9-¿Una pregunta que nunca le hayamos hecho los periodistas y que le gustaría responder?
'A Vd., que es muy aficionado al ajedrez, ¿qué le ha enseñando este juego sobre la historia?'. La respuesta espero darla en una mesa redonda que tengo el 29 de abril en la Fundación Areces con el periodista Leontxo García –una eminencia mundial en la materia– sobre 'El ajedrez como metáfora: de la geopolítica a la inteligencia artificial'.
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