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Miguel Artola, toda la Historia en su cabeza

Ha fallecido hoy, a los 96 años, el historiador, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1991 y premio Nacional de Historia en 1992

Miguel Artola, en 2007 Ignacio Gil

Fernando García de Cortázar

Nada es más triste para un historiador que tener que escribir la nota necrológica de quien fue desde los años sesenta en Salamanca su maestro. Miguel Artola acaba de fallecer en Madrid a los 96 años largos . En su despedida, como le ocurria al poeta Miguel Hernandez cuando decía adiós a su amigo Ramón Sijé, «tanto dolor se agrupa en mi costado que por doler me duele hasta el aliento». ¡Cómo me gustaría a mí también dejar aquí mi oración relatada, mi conversación con el alma del amigo muerto , mi cántico espiritual al maestro que durante años y años llevó toda la Historia en su cabeza, el historiador total que partiendo de la consideración de los primeros años del liberalismo en España y del protagonismo de su burguesía nos ha dejado su honda y extensa meditación sobre el pasado de nuestra patria!

Juan Pablo Fusi ha escrito con buen criterio que desconocer el pasado del país en que uno vive es como estar privado de derechos civiles y culturales. Bajo este prisma todos los españoles tenemos una gran deuda con Miguel Artola . Antes que la Transición nos familiarizara con la democracia, el historiador donostiarra nos enseñó a muchos qué había ocurrido con la formación de España como nación, cuáles habían sido las causas de su atraso económico o del insuficiente desarrollo de una cultura liberal. Consciente de la importancia fundamental de la Historia en la educación cívica, tanto en la Universidad de Salamanca como en la Autónoma de Madrid, la obsesión de Artola fue educar a sus alumnos , que serían ciudadanos de una España distinta y proporcionar a un selecto público lector, destinado a alentar las transformaciones de una España en democracia, una reflexión sobre nuestro pasado, precisa, documentada, alejada de complejos nacionales y lejana a interpretaciones solemnes de quienes ni siquiera habían sido preparados para la noble función de historiador.

Y es justamente por eso, por la importancia que tiene la historia en la educación civica de un país, que cabe exigir en el historiador al menos una doble disposición: una cierta prudencia en sus juicios -la prudencia civil que tanto apreciaba Gibbon- y una neutralidad emocional ante los hechos. Miguel Artola reunía ambas. Por otra parte, jamás perdió de vista la razón, a la vez crítica y renovadora , de su profesión: sustituir los mitos, las leyendas, las falsedades, por conocimiento verdadero, por explicaciones verosímiles, por afirmaciones contestables y verificables

Acaso sin saberlo o sin proponérselo, todo intelectual deja dos obras. Una, la suma de sus textos escritos; otra, la imagen que del hombre se forman los demás, resumida, con no escasa frecuencia, en un símbolo que se apodera de la imaginación de la gente. Para mí Miguel Artola es el magnífico profesor de Salamanca , que confiaba más en el examen oral que en el escrito; el autor de los Textos fundamentales para la historia, nacidos de su asignatura, tan preocupados por los aspectos capitales del pasado, tan claros a la hora de ir al grano. Y es también el maestro que, aun afirmando sus propias convicciones, no quiere imponérselas a su discípulo; el maestro que no busca adeptos , que no quiere copias de sí mismo, sino inteligencias independientes, capaces de ir por su camino.

Se quejaba Ortega y Gasset de que en España no abundaban los buenos maestros. Miguel Artola ayudó a que esa carencia fuera menos dolorosa. No hay una sola de las páginas que escribió sobre historia regional, nacional o europea, ni uno solo de los múltiples y valiosos estudios colectivos que dirigió que no me traiga a la memoria su rostro como sacado de un pintor vasco , ni esa alegre seriedad, como de niño que se divierte, con la que un día de 1973, a punto de iniciarse un nueva época en nuestra historiografía, en pleno Congreso de Ciencias Históricas, celebrado en Santiago de Compostela, me dijo: «Sólo iremos a la ponencia de tu hermano y a la mía, que son las que más interés tienen». Desde entonces he sido muy selectivo y jamás he sufrido atracón alguno en los congresos.

Hoy, en mi orfandad, reclamo la palabra sabia y amiga del hijo de mi maestro , del grandísimo editor Ricardo Artola, que desde hace treinta años me acompaña y orienta en el mundo cambiante de la producción editorial. Y, por supuesto, elevaré mi oración a Dios para que reciba al gran historiador fallecido con los brazos abiertos. Pero también recordaré a Antonio Machado en su elegía a Giner de los Ríos, cuando invitaba a hacer por el hermano de la luz del alba un duelo de labores y esperanzas.

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