ENFOQUE
Los mitos de Rommel, el zorro que no pudo escapar a la cacería de Hitler en la Segunda Guerra Mundial
El 6 de febrero de 1941, hace hoy ochenta años, uno de los héroes más reconocidos de Alemania tomó el mando del Afrika Korps
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Iniciar sesiónCuando el sol se desperezó el 14 de octubre de 1944, Erwin Rommel, en otro tiempo el mariscal predilecto de Hitler, ya sospechaba que no sería una jornada más dedicada a recuperarse de sus heridas. Esperaba visita en su casa, una generosa mansión ... en mitad de los bosques de Herrlingen . «¿Vienen a proponerle un nuevo puesto?», le preguntó su hijo Manfred, que rondaba los 16 años, durante un paseo. «Eso es lo que han dicho». Los invitados fueron puntuales: llamaron a la puerta a las doce. Eran tres hombres en un automóvil verde: dos oficiales y un conductor de las SS. El chico percibió que su padre, apodado el Zorro del Desierto por sus genialidades con el Afrika Korps –cuyo mando tomó el 6 de febrero de 1941–, estaba inquieto.
Para los generales Burgdorf y Ehremberg , ocultos mensajeros de la Parca, se subió el telón cuando entraron en la vivienda. Según dejó escrito Desmond Young –oficial aliado en la Segunda Guerra Mundial y gran biógrafo de Rommel– interpretaron el papel de buenos amigos hasta el final. Dieron un cálido apretón de manos a los presentes, se presentaron a su mujer y repitieron los manidos cumplidos de cualquier invitado indeseable. Minutos después pidieron hablar a solas con el militar, así que madre e hijo subieron las escaleras. El Zorro del Desierto, un cincuentón de pronunciadas entradas, hizo lo propio tras la charla, aunque con una expresión de terror en la cara. «Vengo a decir adiós. Dentro de una hora estaré muerto. Me han denunciado…».
La vida de Erwin Rommel , mago de la guerra en África, mando respetado, defensor del buen trato hacia los prisioneros y héroe del pueblo germano, acabó aquel día. Para él no hubo plata o plomo; solo plomo. Se subió al coche y, a unos cientos de metros, ingirió la cápsula con cianuro que los oficiales traían consigo. Un triste regalo de despedida. Sobre el papel no se le había acusado de nada, aunque Hitler sospechaba que había participado en el complot del 20 de julio para asesinarle en la Guarida del Lobo ; aquel bombazo conocido como la Operación Valkiria del que salió vivo para sorpresa de Alemania entera. Eso bastó para obligarle a suicidarse.
Poco antes de morir con resignación, se sabe que dirigió una frase a aquellos generales que, como Caronte, le escoltaron a través de la laguna Estigia: «No he tenido participación alguna en el asesinato. Únicamente he procurado servir a mi país» . Todavía hoy existen dudas de su colaboración en el complot, aunque son muchos los historiadores que, como Young, apoyan su inocencia. Y no porque careciera de motivos, pues estaba en contra de los campos de exterminio e insistía en que los nazis tenían las manos manchadas de sangre, sino porque siempre fue un hombre de honor cejado a combatir allí donde Alemania le llamase.
La repulsión hacia los crímenes nazis, la elegancia con la que trató a sus enemigos y sus éxitos con el Afrika Korps han transformado a Rommel en un mito de la Segunda Guerra Mundial . Un icono que vapuleó a su némesis, Bernard Montgomery , a todos los niveles. Sin embargo, expertos en su figura como el historiador y periodista Jesús Hernández (autor de una veintena de obras sobre el conflicto como «Los héroes de Hitler» ) son partidarios de que hay que huir del maniqueísmo. «A todos nos encanta alabar sus grandes victorias en las ardientes arenas del desierto. Su mayor éxito fue, sin duda, la captura de Tobruk . No obstante, aunque era un genio de la táctica, también es real que su desprecio de la logística condenó a su Ejército», afirma a ABC.
Un zorro sin ayuda
Rommel nació a finales de 1891 en el mismo pueblo que le vio morir. Su modesto origen burgués le convirtió en una sombra de lo que la vieja Prusia esperaba de un militar de alto rango, aunque eso no le impidió ingresar en la escuela de oficiales cadetes en 1910. En la Gran Guerra demostró ser un guerrero nato y, allá por 1917, obtuvo la prestigiosa medalla «Pour la Merité» por haber capturado a 3.200 enemigos durante la Ofensiva de Caporetto . El resto es historia. Tras el fin de las hostilidades siguió en el ejército y, en 1934, se sintió atraído por la figura de un Hitler que prometía devolver a los militares la gloria que el Tratado de Versalles les había arrebatado.
A partir de entonces participó en las ofensivas más destacadas del Tercer Reich . Desde la toma de los Sudetes hasta la conquista de Polonia. Pero fue en 1940 cuando demostró su buena mano en los avances mecanizados. Ese año, durante la invasión de Francia, su 7ª División Panzer , apodada la «División Fantasma» por la rapidez con la que se desplazaba, se convirtió en una pesadilla para los galos. Obsesionado por cumplir con su deber, Rommel apenas descansó. Todo por la victoria. «Me encuentro más a vanguardia que el resto. Estoy ronco de tanto gritar órdenes. He dormido tres horas y comido algo», explicó a su esposa Lucia.
Con ese currículum no parece raro que, hace hoy 80 años, le entregaran el mando del Afrika Korps, el contingente que Hitler hizo llegar al norte de África en apoyo de unas maltrechas fuerzas italianas al borde del colapso. Uno de los primeros mitos que rodean al general es que fue enviado a un frente que el «Führer» consideraba prioritario. « Hitler nunca entendió el complejo escenario mediterráneo . Siempre lo vio como un estorbo para su auténtico objetivo: la Unión Soviética. Así que, cuando no le aburría, le desconcertaba. Para él era un objetivo secundario que no debía detraer demasiadas tropas», explica Hernández.
Rommel pisó Libia una semana después, y lo hizo con órdenes muy concretas. «El Afrika Korps debía limitarse a impedir que los británicos expulsasen a las fuerzas italianas de África, pues corrían el peligro de ser aniquiladas. Pero si enviaron a Rommel para establecer una sólida línea defensiva, está claro que se equivocaron de persona», desvela el historiador. El 31 de marzo, el alemán inició una ofensiva que sorprendió a británicos e italianos y le permitió tomar Bengasi aplicando los principios de la Blitkrieg (romper, mediante vehículos, el frente por un punto y rodear al contrario). Después avanzó como una centella sobre Tobruk, un puerto clave por las posibilidades que ofrecía para obtener refuerzos por mar.
No consiguió conquistarlo hasta mucho después, en junio de 1942, tras una infinidad de idas y venidas. Con todo, durante ese año se ganó el respeto de sus enemigos valiéndose de tácticas tan desconcertantes para los británicos como los ataques en pinza, el uso revolucionario de cañones antiaéreos de 88 mm . para destruir carros de combate o, incluso, algunos trucos de tahúr. Así definió él mismo una de las tretas que más esgrimía: «Cerca de Mechili […] tropezamos con una formación avanzada inglesa. […] Aunque no disponíamos de más de tres vehículos, […] avanzamos rápidamente hacia ella, levantando una gran nube de polvo que le impidió ver cuántos transportes venían. Aquello engañó a las tropas enemigas, que abandonaron la posición».
Esta y otras tantas artimañas le valieron el apodo del Zorro del desierto. Su leyenda se engrandeció hasta tal punto que C. J. Auchinleck , Comandante en Jefe de las Fuerzas de Oriente Medio , prohibió en una directiva hablar sobre el germano: «El hecho de que nuestro amigo Rommel se haya convertido para nuestras tropas en una especia de mago o coco representa un serio peligro. […] No es un superhombre. […] Es importante que, cuando hablemos de nuestro enemigo de Libia, no mencionemos jamás el nombre de Rommel , debemos referirnos a los alemanes o al Eje». A las tropas les costó no mitificarle, pues ya se había extendido que había quemado la orden de Hitler de ejecutar sin juicio a los comandos ingleses.
Hernández no niega esto, pero sí es partidario de que «ese mismo arrojo táctico que nos resulta fascinante le condujo a un callejón sin salida» después de que se hiciera con Tobruk y pusiera sus ojos en El Cairo . Y es que, a pesar de que sabía que carecía de las fuerzas necesarias para acabar con las tropas del recién llegado Montgomery , se obcecó en estirar más y más el frente. «Para llevar a cabo su ambiciosa estrategia ofensiva en África era necesario contar con unas líneas de suministros fluidas y seguras, de las que no disponía debido al poder de la " Royal Navy ". La Marina italiana , que casi ni se atrevía a salir de sus bases, resultaba inútil para protegerlas».
«Si hubiera tomado El Cairo se habría encontrado como Napoleón en Moscú, diciendo "¿y ahora qué?"»
A su vez, el historiador es partidario de que, para mantener un ejército en otro continente, hacía falta un despliegue de carácter industrial que el Eje no podía permitirse. «Estaba sentenciado. Si hubiera tomado El Cairo se habría encontrado como Napoleón en Moscú, diciendo "¿y ahora qué?". En cambio, el general Montgomery, muy tosco en el plano táctico y carente del aura que rodea a Rommel, dominaba a la perfección esos condicionantes decisivos», sentencia. Al final, su voracidad le pasó factura y, tras atacar las posiciones enemigas de El Alamein, antesala de su preciado objetivo final, tuvo que retirarse en noviembre de 1942 por falta de blindados. Intentó defender su último bastión en Libia pero, tras conseguir algunas victorias pírricas, el Octavo Ejército británico le devolvió a Alemania en 1943.
Antinazi, pero leal
La capitulación en África no le hizo caer en desgracia, sino que impulsó su figura en el seno del alto mando. Así lo explica a ABC Pere Cardona , divulgador histórico especializado en la contienda y autor –entre otras obras– de «Lo que nunca te han contado del Día D» : «Tras la derrota africana, fue destinado a Grecia e Italia, donde lideró el Grupo de Ejércitos B . En julio de 1943 los aliados desembarcaron en Sicilia y Hitler, temeroso ante la inminente caída italiana, lo destinó a tareas defensivas. En noviembre de 1943, el Zorro del Desierto recibió un nuevo encargo: el de reforzar el Muro Atlántico ante la más que probable invasión. A su llegada a Francia, recorrió incansable el litoral en busca de puntos débiles».
«Vengo a decir adiós. Dentro de una hora estaré muerto. Me han denunciado…»
Según Cardona, fue a lo largo de aquellos meses, «mientras sembraba las playas de minas y de otros elementos defensivos como puertas belgas, rampas, postes, erizos checos y alambradas», cuando empezó a sellarse el que sería su trágico destino. Por entonces era ya un secreto a voces que la guerra estaba perdida para Alemania y que los aliados no tardarían en devolver la democracia al continente. Ante ese horizonte varios oficiales del Reich se propusieron acabar con la vida de Hitler en un intento desesperado por firmar la paz. Rommel, leal al país, pero también a su superior, se debatió durante aquellos meses entre la disyuntiva de participar en los complots o mantenerse al margen. Decidió no colaborar, aunque tampoco informó de ellos.
Lo que sí hizo fue insistir a Hitler en que, si los aliados pisaban Francia, la única solución sería negociar la paz. El memorándum que envió al «Führer» poco después del Día D así lo atestigua: «Nuestras tropas combaten heroicamente en todas partes, pero la desigualdad de la lucha precipita el final. Deben deducirse las consecuencias políticas de la situación ». Hastiado y decepcionado después de saber las barbaridades que se perpetraban en los campos de exterminio, recibió la visita de varios conspiradores durante el verano de 1944. Fue su ambigüedad en aquellas reuniones la que le costó la vida. Caesar von Hofacker, entre los líderes de la conjura, regresó a París convencido de que le había atraído para la causa, y así se lo hizo saber al resto. No parece extraño que, cuando fueron detenidos y ajusticiados por la Gestapo, de la boca de los reos saliese su apellido.
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