Los «sepulcros flotantes» de Cádiz donde España mató a 20 franceses diarios en la Guerra de Independencia
La historiadora Lourdes Márquez Carmona rescata la desconocida historia de los navíos franceses que se establecieron en Cádiz, en los que se hacinaron a miles de prisioneros galos en «sepulcros flotantes» llenos de «muertos vivientes»
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Iniciar sesión«Estos barcos, donde nos habían confinado a 1.200 o 1.500, no tenían un solo rincón que no presentara grandes peligros para la salud. En las baterías había una atmósfera espesa y sofocante. Se nadaba en sudor y el juego de los pulmones ... estaba horriblemente comprimido. Sobre el puente, los rayos del sol quemaban la piel y nos hacía hervir la sangre [...]. Estaba prohibido que nos bañáramos en el mar y cualquiera que osara hacerlo pagaba con su vida». Así comenzaba el desolador relato de Ducor, uno de los prisioneros franceses que, durante la Guerra de Independencia , estuvo encerrado, en condiciones infrahumanas, en una de las cárceles flotantes establecidas en la Bahía de Cádiz, hoy prácticamente olvidadas.
En total fueron más de 20.000 hombres los que pasaron por los cinco pontones que había fondeados frente a las costas de la ciudad, antiguos navíos de línea que fueron convertidos en auténticas prisiones en medio del mar, donde las enfermedades y la malnutrición campaban a sus anchas acabando con la vida de decenas de ellos cada día. Tan crítica era la situación que, ante la impotencia de la autoridades españolas de abastecer siquiera a su propia población de alimentos de primera necesidad, y las británicas, que no quisieron devolverlos a su país ante el miedo de que regresaran a luchar de nuevo, los franceses acabaron comiéndose a los perros que había a bordo y hasta a se plantearon el canibalismo con los compañeros negros de la tripulación.
«Pronto se dejó de reír. La armada de Dupont, de la que esperábamos nuestra pronta liberación, había capitulado. Los españoles los habían hecho prisioneros [...]. Las enfermedades se cebaron en poco tiempo con unos hombres presos y malnutridos así. Fui testigo de cómo nacieron y cómo se propagaron todo tipo de fiebres: diarrea, disentería, tifus, escorbuto. Yo esperaba mi turno», reconocía el marino sobre las calamidades que vivieron aquellos hombres, cuya historia fue rescatada en 2012 por la historiadora gaditana de origen irlandés Lourdes Márquez Carmona , en «Recordando un olvido. Pontones prisiones en la Bahía de Cádiz. 1808-1810» (Círculo Rojo). Un libro del que ahora publica su segunda y mejorada edición con nuevos datos y mapas sobre la ubicación exacta de estas cárceles flotantes en la bahía.
Michel Maffiotte
«La pista me la dio el tataranieto de Michel Maffiotte —recuerda la autora—, timonel del navío Indomptable que combatió en Trafalgar en 1805, al que conocí cuando publiqué un libro sobre aquella batalla. Su tatarabuelo había luchado también junto al almirante Rosily, jefe de la armada francesa, en la batalla de la Poza de Santa Isabel a comienzos de la Guerra de la Independencia y me trajo sus memorias manuscritas sobre aquel episodio de 1808. Ahí leí por primera vez la palabra pontón. Pero, curiosamente, en ellas había escrito la derrota al detalle y luego mencionaba de pasada que fue introducido en uno de los pontones, sin describir nada de esa experiencia. Supongo que por lo dura y traumática que fue, porque luego sí que seguía relatando ampliamente su viaje hasta Canarias. “Ahora entiendo porque mi tatarabuelo no contó nunca nada de lo que sufrió en los pontones”, me dijo el tataranieto, quien me confesó que había llorado al leer mi libro».
El desconocimiento sobre este episodio es tan grande, que la investigadora encontró una gran dificultad para hallar información. No había bibliografía anterior sobre el encarcelamiento de prisioneros franceses en estos pontones, pero pudo localizar, finalmente, testimonios de soldados como Maffiotte , Henry Ducor o Claude Etienne Henry Bernard , quienes estuvieron presos allí. Entonces descubrió que estos barcos acondicionados a modo de cárcel tenían 60 metros de eslora y 15 de manga. Llegaron a albergar a 1.000 hombres cada uno sin apenas comida ni bebida, contagiándose entre ellos todo tipo de enfermedades infecciosas por las pésimas condiciones higiénicas y causando numerosos muertos entre los presos.
El mismo Ducor aseguraba que las prisiones flotantes se convirtieron en «un mundo de espectros» en el que algunos marinos y soldados luchaban para no ser visitados por la muerte, aunque casi siempre llegaba. Este marino cita también a un doctor francés presente en uno de los pontones y, sin dar su nombre, reproduce su análisis de la situación: «Las causas de la mortalidad eran tan intensas y se multiplicaban en nuestras prisiones flotantes, por lo que los fallecimientos eran cada vez más numerosos. Al comienzo del cautiverio tirábamos los cadáveres al agua, pero las corrientes los depositaban sobre la orilla de Cádiz, por lo que los habitantes de la ciudad consiguieron del gobernador que fueran a recoger los muertos para enterrarlos. No pasaba un día que no murieran a bordo 15 o 20 prisioneros, y los españoles tardaban a menudo una semana en recogerlos».
Entre Trafalgar y la Poza de Santa Isabel
De todos los testimonios encontrados por Márquez Carmona el que más le impactó fue el de «un comerciante que le cuenta en una carta a su padre, de Vejer de la Frontera, que la gente de Cádiz había dejado de comer pescado porque los peces estaban muy gordos. Todos creían que era porque, como todos los días se arrojaban cadáveres desde los pontones, estos se los comían». Es cierto que luego esta situación cambió levemente, porque las autoridades gaditanas —que siempre estuvieron dispuestos a dejar regresar a los franceses a su país, pero los ingleses se opusieron— convirtieron uno de los pontones, el Argonauta, en un hospital. Y también pusieron a su disposición una barca llamada «Caronte» que iba todos los días a sacar a los muertos de los barcos y enterrarlos en tierra para que no fueran a parar al mar.
La historia de estos pobres desdichados comienza en la batalla de Trafalgar, en 1805. Después de la derrota de la escuadra combinada franco-española al mando de Villeneuve, a manos de los británicos de Nelson, el vicealmirante galo es capturado y algunos de sus barcos logran escapar hasta la costa de Cádiz. Entonces, el almirante Rosily es enviado por Napoleón para ponerse al mando de la escuadra superviviente. «Al llegar a Cádiz, sin embargo, se encuentra que no hay flota. Sólo cinco barcos en muy mal estado y con la tripulación malherida. Así que tiene que reorganizarla y permanece allí, fondeado, durante tres años como amigos de los españoles. Habían sido aliados en Trafalgar y podían bajar tranquilamente al puerto y mezclarse con los gaditanos, hasta que en mayo de 1808 comienza la Guerra de Independencia y pasan a ser enemigos», apunta la historiadora.
En junio, llamados por el deber, salen a enfrentarse con sus cinco barcos con los españoles en la batalla de la Poza de Santa Isabel y son derrotados de nuevo. «Aquí suele producirse un error, pues siempre se dice que la primera batalla en la que se rindió Napoleón fue Bailén, pero es mentira, fue aquí, en junio de 1808, con Rosely al mando», subraya Márquez Carmona. Fue entonces cuando comienzan realmente las desgracias para los franceses, con un largo periodo de reclusión en las más extremas condiciones de salubridad y habitabilidad, al ser hacinados en las mencionadas cárceles flotantes. Es decir, viejos navíos de línea desprovistos de todo elemento de navegación y artillería que fueron anclados en medio de la bahía y se convirtieron, según calificaban ellos mismos, en «sepulcros flotantes» llenos de «cadáveres vivientes».
Batalla de Bailén
A esos 3.500 prisioneros de la Poza de Santa Isabel se unieron un mes después los 17.500 soldados de la «Armée du Midi» al mando del general Dupont, tras rendirse ante el general Castaños en la famosa batalla de Bailén . Se dirigían hacia el sur para conquistar Andalucía por orden de Bonaparte. Entre ellos iban 500 marinos de la Guardia Imperial que debían sustituir a la guarnición de Rosily en la bahía de Cádiz. Pero, al final, todos acabaron igualmente presos. Y si sumamos a los civiles galos que fueron apresados en la ciudad, sumamos más de 24.000 rehenes.
La cantidad era tan importante que las autoridades gaditanas se vieron obligados a distribuirlos por otros edificios de la Bahía de Cádiz, incluido el durísimo campo de Cabrera y los mencionados pontones: La Rufina (donde se hallaban los comerciantes de la colonia francesa de Cádiz), Le Castille (con los generales y oficiales que habían sido apresados en la batalla de Bailén), L’Argonaute (reconvertido en una especie de hospital flotante cuando los muertos y los enfermos eran inabarcables, aunque este naufragaría en 1809 al intentar llegar a ala costa de Puerto Real, que en ese momento estaba bajo dominio de las tropas francesas), Le Vengueur y Le Souverain .
El balance total de este episodio desconocido de la Guerra de la Independencia para Francia fue muy duro, ya que de los 24.776 prisioneros militares encarcelados entre los pontones y otros edificios de la provincia, sobrevivieron solamente 7.082. Es decir, que tuvieron una tasa de mortalidad de 70% en cinco años, desde 1809 a 1814. «Yo no lo calificaría de un episodio vergonzoso. Hay que ponerse en la situación de la época. España para nada quiso tener esos pontones en esas condiciones, fue una situación dada, porque llegaron esos 17.500 franceses de la batalla de bailén tras las Capitulaciones de Andújar entre Castaños y Dupont y no pudieron ser devueltos a Francia porque los ingleses se negaron. Y luego tenemos cinco barcos amigos que, de la noche a la mañana, pasan a ser enemigos, con 3.500 prisioneros más y una capacidad de abastecimiento muy reducida, porque esos problemas también existían para la población de Cádiz», justifica la autora.
«Y el hecho de que haya sido un episodio silenciado y olvidado con los años se debe a que muchos murieron en condiciones lamentables. Lo abordaron de pasada el “Parte de Guía” y “La Gaceta de Madrid”. El historiador Adolfo de Castro , en el siglo XIX, fue de los pocos que relató este hecho. Pero quitando esto, no ha tenido ninguna repercusión en la historiografía española, francesa ni inglesa», concluye.
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