El periódico del siglo
¿SABÍAN que Charles Chaplin, que arrastraba sangre gitana en las venas, sabía también cantar en vascuence? La revelación, no sé si verídica o apócrifa, se la debemos a Edgar Neville, que allá por 1929 envía desde Hollywood una crónica a ABC donde nos relata la vida íntima de quien quizá sea el emblema más característico del extinto siglo XX. Por aquellas fechas, el gran Charlot había empezado a dejarse crecer un bigote natural -en realidad, «cuatro pelos de tres días que hacen muy feo», según precisión jocosa del corresponsal- con la pretensión de poder exhibirlo en sus películas, en lugar del bigotito postizo que lo había inmortalizado. Cuando su amigo Neville anuncia que esa misma tarde le presentará a una linda muchacha española, el coqueto Chaplin empieza a pasearse nervioso y desazonado, hasta que al fin se atreve a exponer su cuita: «¿Me puedo afeitar este horrible bigote con su máquina?». El artículo de Neville, titulado «Vagabundeo con Charlot», ha sido incorporado por Catalina Luca de Tena al libro El periódico del siglo, junto a otros noventa y nueve que no le andan a la zaga: así, apretada en quinientas y pico páginas, se nos ofrece la radiografía cordial de ABC y también el clima abigarrado de una época que explica nuestra genealogía espiritual.
Por El periódico del siglo desfilan, como una comitiva de fantasmas benéficos, los escritores que convirtieron ABC en una catedral de la literatura, inmolándose en sus altares: sus artículos tienen levedad de espuma y fijeza de daguerrotipo, brisa de metáforas y un turbión de sangre en las venas que alza en volandas al lector. Don Torcuato Luca de Tena, fundador de ABC, quería que en estas tres letras se compendiara «el poder del alfabeto entero»; leyendo este libro que su biznieta ha espigado con paciencia de herbolario y un amor que le revienta en las costuras del corazón, uno concluye que aquel anhelo se ha cumplido sobradamente. Porque es el omnímodo poder del alfabeto lo que resplandece aquí, su luz civilizadora espantando las tinieblas donde acampan la barbarie y el cerrilismo, como ese faro que, encaramado en el muelle de Tánger, alumbra el artículo seleccionado de César González-Ruano. Durante cien años, ABC ha creído a machamartillo en las palabras escritas con libertad, en la «tolerancia amable» -así la designa Wenceslao Fernández Flórez- a las opiniones que el escritor dispara, desde la mirilla de francotirador por la que atisba el mundo; y, al cobijo de esa cortesía máxima, la literatura se ha colado de rondón en ABC, como un saboteador que juega a trastornar la prosa rutinaria de los teletipos con un condimento de clandestina poesía.
«Cada página, en fin, de este periódico del siglo es una noticia, un ensayo y un poema», escribe Catalina Luca de Tena en el prólogo que sirve de atrio al volumen. Y también: «La excelencia literaria es la única fuerza que tiene un periódico de prevalecer sobre el tiempo». No se puede explicar con menos palabras -otra vez el poder del alfabeto entero- el espíritu de una misión periodística que nació con el resuelto propósito de estrellarse o triunfar. No habría sobrevivido ABC a contubernios políticos y barahúndas sociales si hubiese extraviado la brújula de sus lealtades: lealtad a unas convicciones de las que nunca ha abdicado y lealtad a una aristocracia expresiva que lo ha convertido en catedral centenaria de la palabra. Mientras leo -o sorbo con los ojos, más bien- el hermoso libro compilado por Catalina Luca de Tena siento la pululación de todos los escritores que me precedieron en esta navegación de tinta y papel. Son los ángeles custodios de mi religión, las mesnadas de ABC que alzan su escritura volandera y perdurable entre el fragor de las linotipias y exclaman con legítimo orgullo: «Estamos donde siempre».
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