Suscribete a
ABC Premium

CARMEN LAFORET

SE ha ido sigilosamente, como había vivido, justo cuando la editorial Destino, que la lanzó al estrellato hace ahora cuarenta años, se proponía publicar en su benemérita y muy longeva colección «Áncora y delfín» una novela inédita suya que proseguía la trilogía iniciada con La insolación. Hace apenas unos meses, la misma editorial había reeditado La mujer nueva, así como un epistolario con Ramón J. Sender, lleno de interés literario y humano. Estábamos viviendo, aunque discreto y como en sordina, el revival de Carmen Laforet, aquella escritora huidiza, celosa de su soledad, que un día decidió guardar silencio, cuando de repente nos llega la noticia de su muerte, que quizá haya sido el descanso ansiado, pues la autora peregrinaba desde hace años por los pasadizos inciertos de la desmemoria. Para muchas generaciones de lectores, hablar de Carmen Laforet equivale a hablar de Nada, aquella novela milagrosa, como nacida por partenogénesis, que refundó la literatura española. La había escrito una joven de apenas veintidós años que cedía la voz a una estudiante llamada Andrea; sobrecogía en aquel libro la angustia prematura, el desgarro existencial de aquella joven, súbitamente envejecida por una realidad asfixiante. La lectura de Nada, que acometí en la adolescencia, me dejó un regusto de calcinada desesperanza, como si entre sus páginas la autora se hubiese dejado jirones de su alma exhausta; enseguida intuí -luego confirmaría esta primera impresión leyendo sus otros libros- que, a través de la literatura, Carmen Laforet nos proponía una suerte de transferencia espiritual: el desconcierto, la congoja, la pugna anímica de sus personajes eran, en cierto modo, proyecciones de una búsqueda interior. También en La mujer nueva, Carmen Laforet nos está hablando de una apetencia de libertad y renovación espiritual que se estaba operando dentro de sí misma. Si algo caracteriza la literatura de Carmen Laforet es, precisamente, una radical aspiración de otra vida distinta y más plena, en perpetuo conflicto con una realidad opresiva, pedregosa, que dificulta la realización de ese anhelo. Quizá, si un día dejó de escribir, fue porque al fin alcanzó dicha aspiración; quizá su silencio de décadas haya sido el corolario de esa búsqueda que se impuso como misión vital.

Sea como fuere, impresiona hoy esa elección costosa, de un ascetismo sin concesiones. En una época como la nuestra, en que el escritor -exprimido por las imposiciones del mercado o acicateado por la vanidad- se arriesga a convertirse en un charlatán caricaturesco que trata de estirar su voz hasta más allá de la afonía, propinando a sus contemporáneos libros prescindibles, superfluos, repetidos o inútiles, la decisión de Carmen Laforet cobra una significación especial. Como Rimbaud, como Salinger, como Hammet y tantos otros nombres fundamentales de la literatura, Carmen Laforet resolvió un día que su palabra se había agotado, o que al menos ya no servía para pronunciar cosas nuevas, y enmudeció. Lo hizo sin aspavientos, con un cierto desapego incluso, aceptando que la escritura es un don pasajero, ese quid divinum del que habló Horacio, que sopla donde y cuando quiere. Esta actitud serenamente despojada hace de Carmen Laforet una escritora, si cabe, más moderna y precursora, por contraste con el clima ambiental, donde la escritura empieza a parecerse demasiado a la producción de salchichas. También la aureola de un misterio que su muerte acrecienta, pues hace falta mucho rigor -y si se quiere una pizca de orgullosa clarividencia- para renegar de las pompas mundanas, cercenar una carrera exitosa y colgar para siempre la pluma. Ese gesto enigmático e irrevocable hace más preciosa y esencial su literatura, más cierta su permanencia entre las generaciones futuras.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación