Jean Luc Figueras (1957-2014)
Rebeldía en los fogones de Barcelona
Maestro de muchos de los protagonistas de la primavera culinaria que vive la ciudad
Ana luisa Islas
La vida en la hostelería es de vocación, de traerlo en las venas. Es a veces también muy ingrata, se cobra facturas y no perdona errores. «Este horario es mi vida, salgo cansado, pero no veo la vida de otra forma», comentaba Jean Luc Figueras ... a este diario en 2010, cuando retornaba a Barcelona para dirigir la cocina del Blanc, en el Mandarin Oriental. «Llego aquí a las diez de la mañana y me voy sobre las once de la noche», confesaba.
Ayer, la vida del cocinero de origen francés, madre italiana y padre catalán -y corazón barcelonés-, se extinguió tras una jornada de mucho trabajo en Ankara, Turquía. Figueras falleció de un paro cardiaco en la habitación de su hotel a las cuatro de la mañana, tras dar de comer a más de 150 comensales, en un festival de cocina mediterránea.
Su vida, como la de otros cocineros -Santi Santamaría, también fallecido, por ejemplo-, fue de largas jornadas. Al año de abrir el local que llevaba su nombre, en el barrio de Gràcia de Barcelona, recibió una estrella Michelin. Desde 1995 hasta 2007, cuando dejó el restaurante, ostentó reconocimiento y éxitos. Eligió entonces retirarse varios años.
Se fue cansado y con mucha presión encima. Jean Luc, rockero, músico (tocaba la guitarra cada día) e irreverente, necesitaba una pausa en el camino. Esos años se refugió en su familia. Le sobreviven cuatro hijos y su mujer, Ángela Bolaños.
Sin embargo, la cocina volvió a llamarle. Lo tenía en la sangre. Cuando le dijo a su padre, transportista, que quería ser cocinero, le retiró el habla por un año. Los fogones eran un imán para él. «Tenía ganas de volver y reencontrarme con la ciudad, sin buscar estrellas, sino el agrado de la gente», explicaba a su vuelta. Regresó con ímpetu y la ciudad lo recibió con gusto. Dos años después abandonó el hotel y colaboró para el «7 Portes», hasta que hace un año el hotel Mercer le ofreció lo que buscaba desde que llegó al Mandarín Oriental, montar una «brasserie». Aterrizó en el Gótico acompañado de sus hijos Eduard y Claudia. Estaba contento, y eso se probaba en sus platos. Montó un grupo de rock con sus amigos. La gente apasionada siempre consigue alargar los días.
La aportación de Figueras a la cocina es larga: las salsas, sus famosos canelones o su devoción por el producto cuando nadie hablaba de él. «La cocina de experimento está acabada, hay que buscar el mejor producto», explicaba hace cuatro años. «De una santa vez, que los protagonistas sean los agricultores, ganaderos y criaderos de puercos», rogaba.
Sus alumnos están esparcidos por la ciudad: Fran Heras, al frente del Llamber; Xavi La Huerta, en Casa Alfonso... entre otros. Su partida prematura sacudió a todos. Jean Luc quería «retirarse» en diez años montando un horno de leña y vendiendo pan con una mula, «como se hacía antes». Sin embargo, siempre tuvo claro que la vida es esa que se vive cada día, y sus noches, y nunca se quedó con ganas de hacer nada. Junto a sus mejores platos, deja, sin duda, su ejemplo.
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