probando voy

Manual básico para ser una «cougar»

El término «cougar», originado en Canadá en 1999, hace referencia a mujeres mayores saliendo con hombres jóvenes

rosa belmonte

Aparte de la edad, te das cuenta de que eres «cougar» cuando oyes el clásico ding, dong, ding, dong en el iPhone de tu noviete y le sueltas: «Parece que va a empezar una película de Alexander Korda». Pero él no entiende nada. «Qué ... cosas más raras dices». Glub. Así que a partir de ese momento la película más antigua que citas es «Matrix». Para que te entienda y para no espantarlo. Porque estás «mad about the boy», como en la canción de Dinah Washington. Y sí, también un poco demente. Menos de 30 años. Y si te dice ven, lo dejas todo.

Ser «cougar» es muy cansado, más que el «pole dance», por eso me ha durado poco. Lo suficiente para contarlo. También es caro, porque te da por hacerte todos los tratamientos estéticos. No es que me haya hecho cougar para probar; es que, ya que he sido «cougar», lo cuento. Muy cansado. Tienes que vigilarte las canas de todos sitios (nunca la expresión «echar una cana al aire» tuvo más sentido) y estar a la última. Mantener duros tus tríceps. Leer cómics (que yo los había dejado en «Mortadelo y Filemón»), ir en moto en invierno, patinar y montar en bicicletas fixies sin frenos (ser «cougar» es ir sin frenos, o al menos olvidar que existen).

El término «cougar», originado en Canadá en 1999, hace referencia a mujeres mayores saliendo con hombres jóvenes, algo que se ha dado siempre. «Cougar» es puma, de manera que a las mujeres se les supone una naturaleza felina y depredadora. O sea, que Cloris Leachman en «La última películ» o Allison Janney en «Masters of Sex» no lo serían. Yo estoy más cerca de estas (más patéticas) que de Joan Collins atendiendo en jarras al nacimiento de su próximo marido. Porque de cougar solo he tenido la diferencia de edad. Y esa cosa, atractiva para alguno, de escribir. Ni más dinero, ni más inteligencia, ni más belleza, ni una mansión. De poner piso, ni hablamos. Ni siquiera me gusta cocinar. Un partidazo, vaya. Y añoso.

Pero puesta en materia (puesta en carne prieta, deseable e incansable, eso hay que reconocerlo) soy muy de divulgar, por lo que me toca y para que sigan haciéndolo, los «Consejos a un joven sobre la elección de amante» de Benjamin Franklin. Este explica la ventajas de ir con «viejas» (de 40 a 60). Razones que da: la conversación es más amena, no hay peligro de niños y dan servicio si estás enfermo. Además, una mujer mayor es «más prudente y discreta y sabe conducir la intriga para evitar sospechas». Porque yo estoy hablando, claro, de que todo sea secreto. Aunque ahora parezca Luis Miguel Dominguín contándolo. Hay otra cosa de Franklin que me encanta: «Cuando las mujeres dejan de ser bellas, se aplican a ser buenas». Anda. Será las que ya lo fueran. Y dudo que eso sea un activo para ligar. No sé si cuando haces pop (la música es otro tema) ya no hay stop, pero una vez que entras en la dinámica de los cómics, las fixies y los pixies los hombres mayores se vuelven invisibles. Tú ya lo eras para ellos. No te sientes culpable.

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