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Los restos de Bolaños

acotaciones de un oyente

Cuando Cayetana terminó de hablar, los restos de Bolaños ya chapoteaban en un charco de bilis y adrenalina usada

Feijóo se revuelve contra Sánchez: «Usted, por seguir en el poder, pactaría con Netanyahu»

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Bolaños
José F. Peláez

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Cuando despertó, Bolaños aún estaba allí. Cayetana Álvarez de Toledo lo miró con una mirada nueva, diferente a la de otras veces, como si, de alguna manera, estuviera creciendo en ella una compasión espontánea e imprevista y todos los presentes fuéramos a convertirnos en testigos ... de la epifanía. Pero conviene no confundir compasión y condescendencia. La condescendencia implica soberbia; la compasión, empatía. Parecen términos similares, pero son opuestos. Y esto no recordaba a la palmadita en el hombro de un cínico sino más bien a la mirada de un Santa Coloma que, del fondo de su casta, saca la nobleza y, en lugar de seccionarte la yugular, te secciona las previsiones. Así que tras escuchar cómo Bolaños volvía a hacer referencia a su familia y a su linaje, respondió: «Mire, señor Bolaños, entre usted y yo hay una diferencia esencial: yo a usted no lo odio; usted a mí, sí. Yo puedo odiar lo que usted hace, pero usted odia lo que yo soy. Referencias a mi apellido, a mi origen argentino y a mi familia, de la que usted no sabe nada. Ni mil asesores le han servido para saber quiénes fueron mis padres: una chica argentina y un francés liberal y valiente que se alistó contra el nazismo. Usted odia por identidad, como un totalitario. No debate, demoniza. En realidad, la ruina de la conversación pública es consecuencia de una decisión política». Cogió entonces carrerilla para ceñirse a algunos temas de actualidad que ustedes pueden imaginarse para terminar: «Los españoles no nos odiamos como sus socios odian a España ni como ustedes nos odian a nosotros. Somos los hijos y los padres de la paz civil».

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