Los pinganillos convierten el Congreso en un circo

En el camino de los diputados por los pasillos el lenguaje universal siguió siendo el castellano. Saludos entre políticos de diferente procedencia que se hicieron en la lengua común antes de ocupar sus asientos en el hemiciclo. Acomodo que algunos mantuvieron por poco tiempo. Cuca Gamarra, portavoz del PP, fue la primera en afear a la presidencia que se estaban saltando el reglamento antes de modificarlo. Apeló la popular a los artículos que regulaban el uso de lenguas hasta ese momento y pidió a Armengol que respetara la legalidad. Reproche que se quedó ahí, mientras la presidenta daba paso a los discursos.

Acababa de estrenar el uso de la palabra el socialista José Ramón Gómez Besteiro cuando Pepa Millán, portavoz de Vox, interrumpía apelando al Reglamento. «¡Artículo 172!», gritaban desde la bancada de Abascal, que fue el primero en levantarse para abandonar el hemiciclo ante el desplante de la presidenta. En su camino hacia el exterior, todos los diputados de Vox dejaron su pinganillo encima del pupitre vacío de Pedro Sánchez, ausente por estar en Nueva York en la semana de alto nivel de la ONU. La montonera de traductores tuvo que ser retirada por los trabajadores de la cámara, que no pudieron limpiar el bochorno que por entonces era ya inevitable. «¡No hace falta que volváis!», llegó a escucharse desde la bancada situada a la izquierda de la presidencia. Reproches que parecían de otra época.

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Juan Casillas Bayo

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A partir de ahí se sucedieron en la tribuna los discursos en las diferentes lenguas cooficiales en los territorios. Primero con el mencionado Besteiro, que lo hizo en gallego y castellano y que queda para la historia como el diputado que estrenó esta norma en el Congreso (antes incluso de ser aprobada). Tras él, el repertorio fue interminable. Infumable. Un cóctel de lenguas que hacía complicado, en ocasiones, seguir el hilo de las argumentaciones. Tampoco ayudaban los pinganillos, que fallaban por momentos.

Fue Gabriel Rufián, portavoz de ERC, el primero que desterró por completo el castellano de su intervención. La hizo completamente en catalán y eso, claro, provocó que sus chistes se rieran en diferido. Una tónica a la que habrá que acostumbrarse y que tergiversa la vida parlamentaria como se conoce hasta el momento. Porque no es lo mismo reaccionar a una interpelación directa que hacerlo a la de un traductor. La nueva política.

Curiosamente, hasta que no entró en escena Mertxe Aizpurúa, portavoz de EH-Bildu, apenas nadie había hecho uso de los pinganillos. Su irrupción en euskera obligó a muchos a estrenar el aparatito, que quedó inédito en la bancada popular.

El murmullo en el interior del Congreso se hizo más evidente con el paso de los minutos. Como cuando el profesor de matemáticas alarga su explicación y sus garabatos se hacen ininteligibles. Como si estuviera hablando en chino mandarín. Esos alumnos que desconectan al no entender algo eran los diputados este martes, incapaces de escucharse unos a otros en un pleno que estaba diseñado, precisamente, para lo contrario. Para fomentar la comunicación entre españoles. O eso promulgaban los impulsores de una norma que no tardó en levantar ampollas.

Los diputados de Vox entendieron que una vez terminadas las intervenciones de los nacionalistas e independentistas era buen momento para regresar al hemiciclo. Lo hicieron cuando Alberto Catalán (UPN) afeaba la división que se quería hacer en Navarra con el uso del euskera. Reivindicación en castellano a la que le siguió la de Borja Sémper, el elegido por el PP para tomar la palabra.

Para sorpresa general, el diputado vasco se arrancó en euskera pasados unos minutos, autotraduciéndose como se hacía hasta ahora en el Congreso. Un uso de la palabra que escandalizó al señor Abascal, que volvió a levantarse de su silla y a abandonar el hemiciclo. Esta salida no estaba en el guion, así que sus acólitos tardaron en seguirle, pero lo hicieron para regocijo de los nacionalistas e independentistas, felices por haber provocado ese escarnio en la derecha. «Los que se han ido son los mismos que nos echaban de clase cuando hablábamos euskera o nos metían en la cárcel. Algo hemos avanzado», señalaba el representante del PNV.

El aburrimiento de sus señorías iba en aumento a medida que crecían los reproches plurilingües, lo que convirtió el pleno de una ida y venida de diputados al baño, a fumar o a tomar café. Lo de siempre, pero en distintas lenguas. Algunos hasta tuvieron tiempo de hablar por el móvil, ajenos a lo que sus homólogos decían en la tribuna. Más que una cámara plurilingüe aquello parecía una jaula de grillos.

Un sainete que se enredó con los recados a causa del coste de las traducciones, las banderas o la celeridad de la tramitación de esta norma. «Podían haberse dado la misma prisa para tramitar la ley de la ELA, pero la aplazaron 42 semanas. Los enfermos de ELA sí pueden esperar, pero sus pinganillos, no. La subida del aceite o de los carburantes sí pueden esperar. Son unos hipócritas para cazar poder». Las palabras de José María Figaredo (Vox) cerraron el debate después de tres horas de dimes y diretes en cuatro lenguas. La votación, eso sí, no tuvo más que un idioma y ahí ganó el sí esperable de la izquierda, los nacionalistas y los separatistas (176) y 169 en contra, con dos abstenciones. El dibujo perfecto del mapa político actual de España.

A la salida, con los pasillos hirviendo, el idioma volvió a ser el castellano, que lo mismo sirve para quedar e irse a comer o que para hablar con un prófugo. La vida sigue igual. O casi.