El marqués de Salamanca, el primer promotor inmobiliario
Gatos que fueron tigres
Su nombre quedó incrustado en el mapa de Madrid con mayúsculas y hoy se pronuncia con reverencia inmobiliaria
Eusebio Poncela: la marginalidad del alma
Madrid
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Iniciar sesiónNacido en Málaga en 1811, José de Salamanca y Mayol, el marqués de Salamanca fue, sin lugar a duda, el mejor arruinado de España. Y no por accidente, sino por vocación. Hay quien nace para santo, quien nace para torero, y quien, como don ... José de Salamanca y Mayol, nace para arruinarse con estilo, a la francesa, con palacetes y solares, sin reparar en facturas ni en créditos a devolver. Si el XIX español tuvo héroes militares, conspiradores, poetas románticos y bandoleros de leyenda, el marqués fue todas esas cosas a la vez, pero con frac, levita y una cartera siempre vacía pero llena de pagarés.
Se cuenta que su despacho estaba siempre lleno: ingenieros de caminos con proyectos imposibles, contratistas que veían oro en cada montaña, políticos que necesitaban financiación y no tenían escrúpulos, y periodistas dispuestos a vender titulares al mejor postor. En el Madrid de la época, Salamanca era espectáculo. Los días en que entraba en el Congreso, las damas llenaban las tribunas, no tanto por escuchar sus discursos —que eran más adornados que útiles— como por ver si lucía nuevo chaleco o si venía acompañado de algún proyecto descomunal. Los señores, en cambio, cuchicheaban en los cafés, a medio camino entre la admiración y la envidia: «Dicen que ha comprado medio barrio… con dinero del otro medio».
Y es que el marqués, que fue economista, banquero, constructor, político y ávido negociante, está considerado como el primer promotor inmobiliario de Madrid. Todo se debe a un Real Pósito de la Villa que, en 1865, divide el Madrid Este en 39 solares. Don José se hace con uno de ellos, donde levanta un majestuoso palacete que sigue en pie en el Paseo de Recoletos, 8. Allí comienza un verdadero plan de cambiar el Ensanche Este de Madrid, para que pudiera albergar a las personas más pudientes de la Villa. Su objetivo eran banqueros, empresarios, políticos, herederos y todo el sinfín de carteras llenas con las que se codeaba.
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Alfonso J. UssíaLo veías en las tabernas del centro, con un abrigo largo, hablando de teatro y calles, con una voz que era remanso y tempestad
Este hecho cambia por completo la manera que tenían los madrileños de convivir. Hasta la fecha, los edificios albergaban todas las clases sociales en el mismo lugar. Los ricos vivían abajo, en las primeras plantas ya medida que se subían las escaleras, se situaban las menos pudientes. Los áticos albergaban, por tanto, a las cuentas menos favorecidas, que debían subir y bajar hasta cinco plantas mientras que los más ricos estaban a puerta de calle. La irrupción de los edificios que comienza a levantar el marqués rompe con esta tradición e inicia un proceso de segregación socioespacial, donde los barrios ricos comienzan a distanciarse de los pobres. Todo menos tener que verlos tanto y tan cerca de casa, pensarían.
El barrio de Salamanca fue, por tanto, la ruina más gloriosa que sufrió el marqués. Lo soñó como un París castizo, con calles rectas, anchas, limpias y con palacetes donde hoy se levantan boutiques suizas y restaurantes en los que una café vale lo mismo que un apartamento en Zamora. Pero entonces aquello era otra cosa: solares polvorientos, obreros reclamando jornales atrasados y acreedores plantados en la puerta con cara de sepulturero. Aun así, don José se paseaba por sus avenidas inacabadas con el aire triunfal de quien inaugura Versalles.
Las deudas
Lo admirable —y en esto hay que concedérselo— es que nunca perdió la sonrisa. Podía caerle encima una montaña de deudas, que él la sacudía con un chiste y un nuevo proyecto. El marqués era optimista por sistema: para él, la bancarrota era una anécdota, la aritmética un prejuicio burgués y el dinero un metal vulgar, destinado a desaparecer tan pronto como tocaba sus manos. Para eso estaba.
Murió pobre, pero no gris. Su nombre quedó incrustado en el mapa de Madrid con letras mayúsculas, y hoy se pronuncia con reverencia inmobiliaria. El barrio de Salamanca es sinónimo de lujo, de distinción y de alquileres criminales. Y muy posiblemente lo que hizo fue verlo antes que nadie. Y así fue don José: un hombre que convirtió la ruina en estilo de vida, la deuda en espectáculo y la vanidad en legado eterno. Y aunque los manuales de economía lo colocarían como ejemplo de lo que no debe hacerse jamás, en el fondo fue más sabio que todos: comprendió que en España, más importante que pagar, es dejar nombre. Y él lo dejó, con barrio, palacete y hasta versos de Mesonero Romanos incluidos: «Madrid se va a Salamanca, por la Puerta de Alcalá; que, harto de ser siempre villa, quiere ascender a ciudad. De un poderoso banquero, obedeciendo al imán, huyendo va de sí mismo, por su confín oriental».
Murió en Carabanchel, en su palacio de Vistalegre, en 1883. Madrid perdía a un hombre que cambiaría la ciudad por completo y que la soñó hasta conseguirlo, desde alguna mesa del Café Suizo.
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