Eusebio Poncela: la marginalidad del alma
GATOS QUE FUERON TIGRES
Lo veías en las tabernas del centro, con un abrigo largo, hablando de teatro y calles, con una voz que era remanso y tempestad
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Iniciar sesiónHay actores que siempre serán alguno de los papeles que interpretaron. No importa que hagan cien películas o cincuenta obras de teatro distintas. Michael siempre será un Corleone, del mismo modo que John es solo Ford, o Batman, Michael Keaton. Eso le pasará a Eusebio ... Poncela (1945-2025), que siempre será Dante en el 'Martín (Hache)' de nuestra memoria. Decía eso de «hay que follarse a las mentes» y varias perlas más que fueron escuela de vida de una generación sin complejos que tenía muchas ganas de celebrarse y equivocarse al mismo paso.
Nació en el barrio de Vallecas de Madrid y desde niño su pasión sería el arte dramático. Tanto fue así, que de hasta ocho colegios lo expulsaron, por estar demasiado pendiente de ese mundo que pasaba por dentro sin importarle demasiado lo que ocurría fuera. El Vallecas de Eusebio era un barrio de sueño, polvo y esfuerzo. Y, muy probablemente por eso, curró como el que más para hacerse un hueco entre las tablas y el telón, entre las tres funciones diarias y el dolor de espalda por llevar de pie una vida entera de papeles, personajes, sacrificios y desilusiones. No hay éxito sin entrega y no hay entrega sin pasión. Y de todo eso iba sobrado esa voz grave pero clara, fina y al mismo tiempo contundente como era aquella que salía de su boca.
A esos rincones de su ciudad volvió siempre con una presencia que hacía vibrar las tablas con el eco de Lorca. Formado en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (Resad), debutó con 'Mariana Pineda' y se alzó a la fama con obras como Marat-Sade en el Teatro Español. Desde joven, su taconeo en los escenarios madrileños marcó un sendero hacia lo inconformista, haciendo del teatro su refugio para explorar con audacia la complejidad humana. Madrid fue su guía: temprano alternó con televisión y cine, con hits como 'Los gozos y las sombras' o Estudio 1 para TVE, obras que lo hicieron entrañable al público y nuestro para siempre.
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La Gran Vía madrileña fue testigo de su salto a la pantalla en los años setenta: se estrenó en 'La semana del asesino' (1972), para luego consagrarse como icono del cine de autor con 'Arrebato', (1979), de Zulueta, una pieza de culto repleta de nervio cinematográfico y simbolismo urbano. La fama, más puta que las gallinas (que él habría dicho), le llegó más tarde, cuando las luces del cine y la televisión se fundieron en su mirada en 'Matador' (1986) y 'La ley del deseo' (1987), de Almodóvar, donde encarnó papeles que rompieron moldes y tabúes, regalando al cine español personajes memorables. Y, aunque su mirada se desvió a otro país en los 90 (Argentina, Patagonia, casas amigas y hermanas), regresó convertido en Dante, con toda la intensidad en 'Martín (Hache)', para quedarse en ese amigo mayor siempre.
Eusebio era el viejo amigo de siempre. Lo veías en las tabernas del centro, con un abrigo largo, hablando de teatro y calles, con una voz que era remanso y tempestad. Decía que en esos cafés madrileños encontró inspiración, cercanía y el aplauso sin artificio. Luego, cuando la noche se abría y Madrid se hacía más extraña, recordaba su Vallecas natal como cuna de libertad. El olor a azulejo y taberna le alumbraba la resistencia: «Hice lo que quise, siempre solo», confesaba años después. Madrid—sus calles, su teatro, sus luces—fue su hogar siempre. Allí nació, se formó, se construyó como actor, y finalmente, vivió sus últimos días. Eusebio eligió el azul de frío y escarcha de la sierra, en El Escorial, esa cuna de madrileños ilustres que quieren alejarse del bullicio sin perderlo de vista.
Recibió numerosos premios que seguro recuerdan los obituarios y recordatorios en estos días. Yo solo recuerdo su voz clavada en mi cerebro de tantas veces que lo vi en la pantalla o en teatro. Vendrán los halagos y los recuerdos de todos aquellos que tuvieron la suerte de trabajar con él. Para mí, en cambio, siempre será una banda sonora serena y punzante, una frase incómoda, una verdad espeluznante, o como diría él: «Siempre estuve envuelto en cosas muy marginales, porque la marginalidad es más un estado del alma».
Con él se apaga una llama que ardió en el corazón del cine español, ese que también nació entre tabernas, obras de Lorca y largas noches de café en la capital.
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