Ex presidentes de Madrid: El club de los enemigos íntimos
Con su marcha, Aguirre ha entrado en el selecto club de expresidentes de Madrid, que ya tiene otro postulante, Ignacio González. Este relato curiosea en la pintoresca relación de los tres socios del club: Leguina, Gallardón y Aguirre
MAYTE ALCARAZ
Don Joaquín está llegando en un taxi. Otoño del año 2000. Jesús Pedroche , íntimo amigo de Gallardón y presidente de la Asamblea madrileña, recibe al primer presidente, y en aquel momento único exdirigente, de la Comunidad de Madrid . Es Joaquín Leguina ... (Cantabria, 1941) que llega en taxi, sin más perifollo presidencial que un cuadernillo salpicado por la estrellada blanca y roja, al Parlamento de Madrid, construido en la nueva Vallecas de las vacas gordas. Pedroche atiende a su invitado de honor y avisa, inmediatamente, al «jefe»:
–Alberto, no lo vas a creer, pero Joaquín no tiene ni coche oficial, ni secretaria ni nada. He tenido que llamar a un taxi para que le llevaran a su casa.
Alberto Ruiz-Gallardón (Madrid, 1958) pone enseguida remedio a la orfandad protocolaria de su antecesor . Para ello lleva al siguiente Consejo de Gobierno el Estatuto del expresidente que, si bien no estará pensionado, sí otorgará una intendencia institucional a los exmandatarios que incluirá coche y asistente. A pesar de la juventud de la autonomía madrileña, se inaugura así un nuevo club: el de los expresidentes de Madrid que, tras la marcha el lunes de Esperanza Aguirre (Madrid, 1952), cuenta ya con tres socios y un postulante, Ignacio González. Y eso a pesar de la bisoñez de esta autonomía , una veinteañera, hoy llena de deudas, pero que no cumplirá los treinta hasta el próximo año.
Leguina: «En el INE voy a ganar más de lo que cobro en el Congreso»
Madrid ha hecho extraños compañeros de cama. Gallardón bebe los vientos por Leguina , con el que se conjuró para no volverse a enfrentar nunca más en las urnas, y Esperanza también socorrió a su homólogo socialista tras abandonar éste su escaño en las Cortes, víctima del relevo generacional que impuso el socialismo de nuevo cuño. Leguina tuvo que regresar en 2008 a su plaza de demógrafo en el INE. Aunque el socialista se ufanaba en su blog —con el resentimiento propio de quien es purgado por los suyos— de que «en el INE voy a ganar más de lo que cobro en el Congreso como presidente de la Comisión de Defensa», lo cierto es que poco tardó Aguirre en crear un Consejo Consultivo donde el primer mandatario madrileño tiene un asiento permanente , incompatible con cualquier otro empleo público. Por ello Gallardón nunca ha ingresado en ese alto comisionado y se pierde los 72.000 euros brutos anuales con los que está premiado. Tres mil más que los que recibe como ministro.
Viejos enfrentamientos
Es curiosa la indulgencia con la que tanto Gallardón como Aguirre han tratado siempre al veterano Leguina a pesar de que ambos las han tenido tiesas políticamente con el exlíder socialista, durante los años de plomo de la hegemonia de izquierdas en Ayuntamiento y Comunidad. En Madrid se recuerdan dos episodios protagonizados por dos bravas mujeres, empeñadas ambas por distintas razones en unir su destino a un árbol para evitar el dislate de la piqueta.
La última fue la baronesa Thyssen , precisamente contra Gallardón, por querer talar los plátanos que crecen a las puertas de su museo. Pero la pionera de ese desacato fue la ya expresidenta madrileña cuando, a finales de los ochenta, amenazó al socialista Leguina con encadenarse a un árbol de la Casa de Campo si continuaba con su proyecto de invadir aquel pulmón verde con un Metro en superficie.
El hoy tertuliano no escatimó diatribas para la «condesa» (consorte de Murillo) , que entonces ostentaba una combativa concejalía de Medio Ambiente, con Manzano de jefe. Y lo menos que dijo Leguina, con su incisiva y culta lengua de Gallardón, cuando ambos se tiraban los trastos en la vieja Asamblea de San Bernardo, fue que el ahora ministro de Justicia no había llegado ni a presidente de su comunidad de vecinos. Eso lo declaró, claro está, antes de cederle su cargo por la fuerza de las urnas en 1995.
Pero en este club de los presidentes caídos nada es lo que parece. La transmisión de poderes el 1 de junio de 1995 entre el primer y el segundo presidente, a pesar de lucir camiseta distinta, fue, con Cela de testigo, ejemplar. Contrastó con la tensión del siguiente traspaso.
Hacía frío a cuchillo en la Puerta del Sol el 21 de noviembre de 2003, fecha de la primera toma de posesión de Aguirre: «Alberto, prefiero que no intervengas en mi investidura». Una delgadísima Aguirre, vestida con una chaqueta de listas anchas comprada en Zara , devolvía así a su compañero de filas lo que ella consideraba «la mayor puñalada trapera que he recibido de ti» durante los delicados momentos del infame «tamayazo». Gallardón asistió al acto de relevo, besó y se despidió sin decir palabra.
Como Rebeca en Manderley
Pero a Gallardón no le cambió el semblante: al fin y al cabo su padre, José María, estuvo allí amordazado en un calabozo cuando la Real Casa de Correos era la Dirección de Seguridad de Franco. Y tras ese acto poco protocolario, Aguirre entró en el despacho de Gallardón como Joan Fontaine en el cuarto de Rebeca: con el miedo que genera creer que el fantasma de Rebeca, o de Alberto que tanto da, va a aparecer por Manderley.
Los tres han hecho bueno a Andreotti : en política hay rivales, enemigos, adversarios... y compañeros de partido. Porque Leguina también tiene su memorial de agravios con Zapatero, que terminó laminándolo. Conforman el club de los enemigos íntimos. Y cultivan una relación a base de SMS, que nunca faltan en días importantes: «Esperanza, no te vayas» . Adivinen, quién se lo puso ¿Leguina o Gallardón?
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