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Las navajas de la pandemia

La lucha con arma blanca implica un alto grado de agresividad. Es un encuentro con el cuerpo del otro

nitarios del Samur en el lugar de la pelea con arma blanca en Ciudad Lineal EFE

José Cabrera

En Madrid están las cosas revueltas. Hace calor, somos muchos y hay crispación, como en el resto de España y del mundo. Las agresiones con navajas se han disparado este verano de post-pandemia, ya sean reyertas, bandas latinas, alcohol de por medio. En la región, son ya diez apuñalamientos registrados en un corto periodo de tiempo y la Policía lo ha notado.

Detrás de una navaja siempre hay una mano, una sola mano que actúa porque un cerebro ‘calenturiento’ detrás así lo ordena. Y, así, en estos tiempos extraños las armas blancas han hecho su aparición al mejor estilo mediterráneo. Cada vez que alguien blande una navaja y ataca a otro, hay detrás una persona única que ya portaba el arma antes de la reyerta. ¿Por qué? Miedo, agresividad contenida, medio de defensa en barrios poco tranquilos… Y, así, un largo etcétera.

La lucha con un arma blanca implica un alto grado de agresividad que, por ejemplo, las armas de fuego no conllevan, pues son instrumentos de matar a distancia, más asépticos. Por el contrario, la lucha con navaja es un encuentro con el cuerpo del otro, pinchándole, tocándole, sintiendo la sangre y el dolor ajenos muy cerca. Es un combate cuerpo a cuerpo.

La razón del aumento de armas blancas este verano en Madrid no es única, obedece a distintas variables: más bandas en las calles, más calor, un verano raro de post-pandemia, menos tolerancia hacia el otro, más incapacidad para el diálogo... Lo cierto es que cuando las navajas abundan, algo pasa y la razón huye.

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