El flamenco (también) es patrimonio madrileño
No son pocos quienen conciben a la Capital como Universidad, doctorado y sede del I+D+I del arte 'jondo' desde hace más de seis décadas
Espectáculo flamenco en El Corral de la Morería, en 2016
El flamenco tiene su cuna , pero también tiene su baluarte. Los viejos cantaores decían eso de que el flamenco nació en Cádiz, llegó a Jerez y de ahí, de una patá, a la margen trianera del Guadalquivir y al resto del mundo. ... Mundo que es tan ancho como lo que va de La Unión a Tokio. Porque para que se consolide este patrimonio de la Humanidad también era necesario que Madrid, el alto y bajo Madrid, acordara que este arte era mucho más que una de tantas modas que llegaban a la Corte.
Ahora que la política se vuelve a arrojar sin piedad su patrimonio y su génesis, conviene volver la mirada a la Historia. Porque para que el flamenco arraigara en Madrid era necesario un clima previo que recogió muy bien en su libro, ‘El flamenco en Madrid’, José Blas Vega .
Hablamos del Madrid de los sainetes de Don Ramón de la Cruz , en el XV II, y más tarde el pueblo llano, lo que se han llamado los ‘majos’, que iban asumiendo en sus festejos formas y requiebros que, si no flamencos en puridad, sí que fueron concomitantes con lo que andando el tiempo será nuestra música más internacional .
Los más puristas pueden poner el grito en el Cielo, o en Oriente Medio , pero para lo que nos interesa todo viene del entrecruce en el Sur de lo musulmán, lo gitano y las formas castellanas. De ahí hasta el lento prestigio que adquieren los cantaores, poco a poco, de gañanes a estrellas, según la nobleza ‘madridí’ valoraba más y más el duende.
La explosión
Pasear por el Madrid flamenco es situarnos, también, en la mitad del XIX y en los rincones oscuros y tan dados a la faca y al quejío que hay entre la calle de Toledo y las Cavas . Aquí ya sí que hay documentos literarios y grabados de Gustavo Doré sobre el bolero y el zorongo concibiendo este arte como la quintaesencia de lo español.
Hans Christian Andersen llegó a escribir que Madrid olía a azahar, pero eso es otra cuestión. La que importa es que saliendo del triángulo de Cádiz-Jerez-Sevilla, en la Capital hay jaleo flamenco documentado por algo tan elocuente como el tópico. Ya clareando el siglo XX, don Antonio Chacón, el Papa del Cante, triunfa en Madrid: en el Café del Puerto y el Fornos . Y a partir de ese encuentro con la Capital, Chacón no dejaría ni Villa Rosa ni Los Gabrieles.
Lourdes Gálvez, crítica flamenca, rememora aquella letra ‘chaconiana’: «Cómo reluce, cómo reluce, la gran Calle de Alcalá, cómo reluce; cuando suben y bajan los andaluces; vámonos, vámonos, al Café de la Unión, donde paran Curro Cúchares, El Tato y Juan León.» El signo más evidente, esta coplilla, de que desde hace ya más de un siglo «Madrid era y es una de las plazas fuertes del flamenco . Juan Breva, por ejemplo, tenía, a finales del XIX, un coche de caballos esperándolo en la puerta de uno de los tres cafés donde actuaba cada noche». Eso.
Los billares de Callao
Y ya, por fin, el siglo XX. Cuando como recuerdan Enrique Montiel y Juan José Téllez, biógrafos de Camarón y Paco de Lucía, los dos genios concibieron su reencuentro glorioso en «los billares de Callao». Es el Madrid, abunda Téllez, de «los partidos de fútbol que organizaba Paco». Ese Madrid que «es casa común del flamenco» para Montiel y que a Camarón le «dio todo», desde «Torres Bermejas a Cepero o a Paco de Lucía ». Y hasta aquel concierto tan epílogo que fue el de José Monge en el Colegio Mayor San Juan Evangelista.
Juan José Téllez abunda en un hecho sintomático de la importancia del Madrid flamenco: la cantidad de flamencólogos, propios o foráneos, que residieron de forma permanente en la Capital. Y la lista no es coja. Se da la circunstancia de que nombres como el de Caballero Bonald o Fernando Quiñones «compartían bloque en María Auxiliadora, 5» . Una galaxia a la que habría que sumar a «Félix Grande o Manuel Ríos Ruiz ». En suma, que los sabios del flamenco vieron la pureza y la innovación, el canon y el mestizaje, desde lo que algunos llaman «la novena capital de Andalucía» . Y en esa efervescencia es donde tiene un capítulo Enrique Morente soñando Alhambras y fusiones. Y donde hay que consignar, como también puntualiza Téllez, el surgimiento de un ritmo, «un experimento», que si no es flamenco en puridad guarda no pocas vinculaciones con él: «El sonido caño roto, con arraigo grande en todo el ámbito suburbial de Madrid» . Tampoco habría que olvidar la herencia extremeña, los Porrina, asentados de largo en la Capital.
Hoy, a mayo pandémico del presente, el Corral de la Morería permanece abierto sólo los sábados por la maldita persistencia del bicho. Su gerente, Armando del Rey, insiste en la importancia del tablao como concepto en «la Historia, la Cultura y la idiosincrasia de Madrid» . Con orgullo confiesa lo que sospechábamos: «El Madrid de los tablaos ha sido desde los años 50 Universidad, Doctorado e I+D+I del flamenco». Modernidad y tradición en un lugar donde, a la sombra del cuadro ‘Pelando la pava’ de Juan Barba («uno de los más fotografiados de nuestro país») han pasado los mejores. Y esos mejores «se han intercambiado experiencias y conocimientos». Aquí arrancó un fandango de luto Camarón de la Isla en homenaje a Carmen Amaya, aquí los guitarristas enseñaron unos acordes novedosos a John Lennon en una noche sin final.
Motivos más que suficientes para que Madrid sea concebida por los propios como lo que es. La capital mundial del flamenco .
Noticias relacionadas