DANZA
El flamenco que viene, en peligro de irse
El género vive una vuelta a la tradición cien años después del Concurso de 1922
Alberto García Reyes
El flamenco es una expresión artística volcánica. Está siempre en ebullición y en conflicto . Y esa es en realidad la razón de su imparable evolución: su guerra intrínseca. El próximo año se cumple un siglo de la celebración del Concurso de Cante Jondo de Granada ... , en el que los intelectuales del 27, arqueólogos del tradicionalismo literario y musical, reivindicaron el rescate de los valores clásicos de este arte, que ya entonces consideraban en peligro de extinción por culpa de la contaminación que a su juicio estaban padeciendo los artistas de principios del siglo XX de músicas extranjerizantes y barbarismos melódicos que conducían a una heterodoxia letal para el género andaluz.
Este debate ha existido desde antes de que a la cultura musical andaluza se le empezase a llamar «flamenco», una palabra que tiene poco más de dos siglos. Y siempre se ha resuelto con la intervención exclusiva de los artistas, no de sus críticos. Por eso el proceso que atraviesa actualmente no es nuevo, ni siquiera inquietante. Es natural. La corriente de bailaoras como Rocío Molina, que se integra en el grupo de los renovadores que siguen la estética de Eva Yerbabuena -la última gran innovadora de la danza jonda-, se complementa con la de los «farrucos», que representan una de las escuelas hoy consideradas canónicas.
Interculturalidad
Sin embargo, el fundador de esta saga, Antonio el Farruco , fue en su día un rompedor. Porque uno de los primeros tópicos que hay que combatir cuando se habla de flamenco es su presunta raíz milenaria. Se trata de un arte joven, basado en la interculturalidad y de naturaleza cambiante. Por ejemplo, que la malagueña Molina haya bailado desnuda en algún espectáculo no es ninguna transgresión. La Niña de los Peines ya posó sin ropa para Zuloaga. Por lo tanto, los inmovilistas del flamenco sólo son personas poco informadas.
Pero, una vez resuelta esta confusión que hace pasar a cantaoras como la Fernanda de Utrera por una clásica cuando su estilo fue absolutamente novedoso, conviene acordar unos límites porque, de lo contrario, el flamenco no existiría como género propio. Y es probable que nunca como ahora hayan estado tan claros. La nueva generación de bailaores, cantaores y guitarristas ya habla de las fronteras sin tapujos: la variedad rítmica, la armonía -la llamada «cadencia andaluza»- y unas mínimas condiciones interpretativas.
El baile jondo atraviesa un momento de gran variedad estilística
Dentro de esa circunferencia hay muchos lugares en los que colocarse. Molina ha optado por el rupturismo total para sumarse a la opción de Israel Galván , el más vanguardista de los maestros actuales. En cambio, otros como la granadina Patricia Guerrero, la jerezana Leonor Leal, la gaditana María Moreno, el catalán Jesús Carmona, el gaditano Eduardo Guerrero, la malagueña La Lupi, Ana Morales o Mercedes de Córdoba, por citar sólo algunos de los recién llegados a los grandes carteles, apuestan por el término medio. Y otras como La Moneta son directamente recuperadoras de viejas escuelas. El baile jondo atraviesa un momento de gran variedad estilística, aunque en las tres corrientes abunda la escasez de personalidad. Probablemente, nunca se ha bailado con mejores condiciones técnicas que ahora, pero tampoco con menos sello.
Curiosamente, esta deriva se da un siglo después de que Federico García Lorca y Falla alertaran de la pérdida de valor de la música andaluza y, como ya pasara entonces, la abundancia de buenísimos intérpretes no se traduzca en verdadera riqueza creativa. En el cante hay una pléyade de voces tradicionalistas -Rancapino Hijo, Antonio Reyes, Jesús Méndez, José Valencia, María Terremoto, Pedro el Granaíno-, todas ellas de mucha calidad, pero sin una obra propia clara aún. Son víctimas de los advenedizos, que siempre han existido, pero ahora tienen mayor eco mediático . Todos ellos reaccionan con hostilidad a los impostores. «La popularidad no coincide con la calidad», denuncia Farruquito. No se puede explicar mejor. Porque aunque hablamos de un arte volcánico, si nadie atiende a su erupción, la lava se enfría. El flamenco que viene necesita ayuda, necesita duende , como el que Lorca buscó en Granada en 1922.
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