ANÁLISIS
La lengua va a parir un ratón
A la sociedad le resulta bastante indiferente esta actualización del Plan de Normalización
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Iniciar sesiónEl proceso de comisiones, grupos de trabajo, informes, consultas y demás tinglados para la actualización del Plan Xeral de Normalización parece que va tocando a su fin. Y después de toda la infraestructura desplegada de sabios, activistas, académicos, diletantes y gente del común... empieza ... a cobrar forma la idea de que la reforma va a parir un ratón. Y lo que empieza a ser más evidente: que a la sociedad le resulta bastante indiferente, porque desde el principio todo ya le parecía así, por mucho que el informe del IGE dijera lo que decía, incluido lo que algunos querían que dijese arrimando el ascua a su chamuscada sardina.
Es difícil tener otra impresión cuando, en el proceso participativo abierto por la Xunta, apenas se han recibido 300 propuestas de la sociedad civil en el buzón abierto para tal fin. Que usted dirá –con buen criterio– que nadie sabía que existía. Bueno, para eso está el nacionalismo, que lo mismo se copia y pega miles de alegaciones para objetar al proyecto de Altri que puede hacerlo para trasladar la imagen de que la cosa lingüística preocupa una barbaridad, y no solo cada Día das Letras en la compostelana cita de pancarta, pulpo y empanada.
Se intuye una previsible reforma lingüística lampedusiana, donde mucho va a cambiar pero para que, en esencia, todo siga más o menos igual, porque así lo quiere el ciudadano. Se darán las matemáticas en gallego y las ciencias en castellano, o incluso se dará libertad a cada centro para que –respetando los equilibrios– se determinen las asignaturas en uno y otro idioma. Se subvencionará a Netflix para que doblen al gallego Los Thunderman y alguna serie adolescente más y se impulsará que las empresas funcionen mayoritariamente en gallego, petición que está por ver si tiene sentido cuando estén implantadas en toda España.
Al final, el Consello da Cultura Galega o la misma Xunta hacen lo que tienen que hacer: diagnósticos y prescripciones. Es llamativo como en sus recomendaciones, el CCG plantea que el gallego debe ser un mérito para la contratación en la sanidad. Hasta hace no mucho desde estos mismos ámbitos se exigía que fuese un requisito. La realidad de la falta de sanitarios hace que algunos se vayan cayendo del guindo identitario. O que planteen experiencias piloto de inmersión lingüística en centros educativos donde haya «consenso». ¿Y si resulta que no lo hay en toda la geografía gallega? ¿Cómo medimos ese grado de consenso necesario?
El gobierno gallego debe ser muy cuidadoso con cómo se desarrolla en este campo tan minado. La alteración de los equilibrios entre castellano y gallego podría resultar lesiva para los intereses electorales del PP, siempre amenazado a su derecha por quien lo considera poco menos que un partido nacionalista travestido de conservador. Su política lingüística está avalada sucesivamente en las urnas, y nunca –esto es lo más relevante– va a obtener el aprobado por parte de sus adversarios políticos, algunos de ideas peregrinas.
Por ejemplo, podríamos preguntarnos cuántos hablantes ha ganado la lengua gallega desde que el Congreso de los Diputados autorizó en esta legislatura su uso en los debates parlamentarios. Tan solo se emplea ahí, porque esos mismos diputados –Néstor Rego, vaya, que no hay otro– luego salen a comparecer ante los periodistas de Madrid en sala de prensa y se expresan en un estupendo castellano. O cuántos va a ganar si se 'oficializa' el uso del gallego en el Parlamento europeo. ¿Podemos ser realistas, aunque sea por un instante? ¿En qué va a cambiar el uso que la ciudadanía gallega haga de su lengua propia ese estatus jurídico? Ya saben la respuesta.
Luego nos acabamos dando de bruces con la realidad: la sociedad está a otras cosas. Puede reprocharse a este análisis una invitación a la resignación ante el declive de la lengua gallega, a un bajar los brazos y asumir preventivamente la derrota. Tampoco es eso, aunque basta ver que, en Cataluña, con una auténtica convicción fervorosa por la inmersión y el monolingüísmo desde hace décadas, atraviesan un escenario igualmente pesimista. El catalán se conoce más pero se habla cada vez menos. ¿Les suena esa radiografía? Quizás lo más aconsejable sea dimensionar las expectativas y los objetivos.
Lo dicho: esperemos al ratón.
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