Suscribete a
ABC Premium

Mr. Tambourine Man

«Eh, señor de la pandereta, toque una canción para mí». A más de uno he oído quejarse de que ya casi nadie lee poesía. Quizá sea verdad, pero tengo la impresión de que la poesía no se escribe para ser

«Eh, señor de la pandereta, toque una canción para mí». A más de uno he oído quejarse de que ya casi nadie lee poesía. Quizá sea verdad, pero tengo la impresión de que la poesía no se escribe para ser leída, sino para ser ... oída. Así fue en los albores de la literatura Occidental, desde Homero hasta Virgilio, de Safo a Catulo. Y así ha vuelto a ser en el siglo XX: las liras se metamorfosearon en guitarras y la Musa se encarnó en los surcos de los vinilos. Por eso, cuando en el viejo tocadiscos, con ese sonido metálico entrañable como el ruido de la máquina de cine de las sesiones dominicales de mi infancia, suena la voz áspera y nasal de Dylan, «el plateado saxofón dice que debería renunciar a ti, pero no nací para perderte» («I want you») uno no puede dejar de emocionarse.

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia