Vidas rotas, y curadas, por una guerra «que nadie imaginó»
Una red de solidaridad ha permitido dar acogida en España a refugiados de Ucrania vulnerables o con enfermedades graves. Antes de llegar, miraron horrorizados cómo los misiles rusos rozaban sus vidas
Barcelona
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Iniciar sesiónCuando la noche del 25 de marzo las fuerzas rusas empezaron a bombardear Slavutich (Ucrania), ciudad dormitorio de los trabajadores de Chernóbil, emplazada a sólo 40 kilómetros de la central, Olena y su hijo Fedor de siete años, que padece autismo, llevaban ya tres ... días de viaje hacia la capital del país. Una fría madrugada empaquetaron su vida en una minúscula bolsa, abandonaron la localidad, y emprendieron una ruta desesperada hacia Kiev. Su único objetivo era alejarse de los «ocupantes» que estaban desde hacía días pisando los talones a su ciudad.
Habían permanecido un mes aislados, junto a sus vecinos, viendo cómo los misiles sobrevolaban sus cabezas. Resistieron atrincherados sin apenas víveres, sin luz ni electricidad y «la mayor parte del tiempo escondidos en refugios». A Olena le preocupaba la falta de alimento pero también que su hijo se quedara sin el tratamiento que le da paz y le conecta con la realidad. Angustiada, luchando contra la acuciante falta de medios, esta madre coraje intentaba conectarse cada mañana a las redes sociales para lanzar un SOS. «Soy una madre con un niño autista que necesita salir de la ciudad», gritó repetidamente en busca de una respuesta amiga. Contra todo pronóstico, su llamamiento obtuvo respuesta y Olena y Fedor se sumaron a una caravana de vehículos, organizada por particulares, y abandonaron su localidad, dejando allí a la abuela del pequeño, una anciana enferma de cáncer. Fue una huida hacia adelante para sortear la desolación y la muerte que se anunciaban en su ciudad y también el principio de una nueva vida desconocida que, al igual que otros muchos refugiados ucranianos, aún se esfuerzan por recomponer en tierras ajenas.
Olena y su hijo, al igual que Tatiana y Andrei, un matrimonio sexagenario de Podilsk (sur de Ucrania), que también lucharon por escapar del horror, fueron amparados por los voluntarios de CaixaBank y hoy, desde Barcelona, recogen los pedazos de sus vidas quebradas por la guerra para pegarlas y volver a empezar. Su meta: regresar a su país y «construir poco a poco todo lo que el odio y la guerra han destrozado».
Más de 400 voluntarios
ABC conversa con estas dos familias golpeadas por el conflicto, que forman parte de los 550 refugiados ucranianos a los que la entidad bancaria, junto a la Fundación del Convento Santa Clara y Mensajeros de la Paz, ha dado cobijo en su corredor humanitario, el mayor creado entre los dos países a raíz de la guerra, y que ha supuesto la implicación de más de 400 voluntarios, incluyendo médicos, traductores, conductores de ambulancias y personal de apoyo. Entre los refugiados que se acogen a esta acción solidaria se encuentran personas vulnerables y enfermos como Andriy que tuvieron que suspender sus tratamientos cuando estalló el conflicto.
En el caso de Olena, la guerra solo hizo que aumentar la angustia que se había instalado en su vida cuando, en 2021, un año después del azote de la pandemia, diagnosticaron a su pequeño un Trastorno del Espectro Autista (TEA). Ella y su hijo habían regresado a Ucrania tras años residiendo en Camboya, donde nació Fedor y donde Olena regentaba un establecimiento turístico. La alarma sanitaria por el Covid les hizo regresar a su país en 2020. Fue allí en Slavutich, aún abatidos por el primer envite del SARS-CoV-2, cuando les confirmaron que Fedor era autista. «Lo más duro de la pandemia había pasado, empezaba a planificar mi futuro para poder asistir mejor a mi hijo, y estalló la guerra», dice la madre. Estuvieron un mes viendo horrorizados cómo los misiles rusos rozaban sus vidas. Lograron escapar hacia Kiev tras horas interminables de odisea en una caravana organizada por particulares. «Tardamos seis largas horas en atravesar un bosque, se nos estropeó el GPS, y anduvimos perdidos pero finalmente logramos llegar a la capital. En los accesos nos recomendaron acelerar y no detenernos porque podían dispararnos», relata la madre. Una vez allí, «el tiempo se detuvo». «Fedor no paraba de gritar. Nos sentamos en la acera, nos abrazamos y rompimos los dos a llorar. La vida en Kiev continuaba, la gente pasaba junto a nosotros ajenos a nuestra dura experiencia. Nunca lo olvidaré», recuerda emocionada.
«Nunca podremos agradecer lo que hicieron por nosotros
Olena
Los tres días que permanecieron en la capital no fueron la mejor bienvenida. «Fue el mayor toque de queda. Hubo muchos bombardeos, mi hijo estaba fuera de sí, se arañaba la cara. Era incapaz de controlarlo», explica Olena con la emoción contenida. Un israelí les ayudó y condujo hasta Polonia. Allí desde las redes sociales contactaron con los voluntarios de CaixaBank y encararon su viaje hacia España. El día 5 de abril a las 21.00 horas desembarcaron en la céntrica calle Pelayo de Barcelona. «Fue espectacular. Los voluntarios se desvivían por nosotros», recuerda Olena. Fue un paréntesis agradable tras meses de horror. «Nunca podremos agradecer lo que hicieron por nosotros», dice esta madre coraje, que solo aterrizar en la capital catalana empezó a buscar trabajo. Lo logró a los pocos días. Empezó trabajando de canguro, luego limpió en un hotel. Pese a su vasta formación -es licenciada en Pedagogía, Derecho, Económicas y empezó a cursar Psicología-, Olena no hizo ascos a ningún empleo. «Nos acogió una familia maravillosa pero mi intención era conseguir la independencia económica para no ser una carga para ellos», señala. Su gran hándicap es ahora la falta de recursos. Ella, como el resto de refugiados, aún no tienen disponible la ayuda aprobada por el Gobierno y la situación de su hijo le impide acceder a un trabajo estable que le permita sobrevivir. «No puedo llevar a mi hijo a un centro especial y en la escuela ordinaria solo pueden asistirlo tres horas. El resto del tiempo está conmigo», señala esta madre coraje. Pese a lo adverso de sus circunstancias no le ha pasado por la cabeza tirar ,la toalla. «Necesito tiempo», dice. Su anhelo es que su hijo esté bien asistido y pueda vivir con la máxima normalidad. Sabe que lo que la guerra ha roto es difícil de recomponer pero no imposible. «Lo que nos ocurre era impensable. No lloras por los bombardeos sino porque no entiendes cómo puede ocurrir algo así en el siglo XIX», afirma Olena.
Los bombardeos dibujaron a Rusia como «una pared sorda», pero ella y sus compañeros de viaje se resisten a «romper el vínculo emocional» con sus atacantes. «Los rusos han sido nuestros hermanos. La guerra no logrará separarnos», concluye. Tatiana y Andrei, matrimonio de 62 y 64 años, respectivamente, se resisten también a enterrar los lazos afectivos con su país vecino. La guerra paralizó sus vidas y también el tratamiento de Andrei, afectado de un cáncer de colon, el mismo que hace unos años arrebató la vida a una de sus hijas con tan solo 35 años. Gracias a la labor solidaria impulsada por los voluntarios de CaixaBank, el matrimonio pudo trasladarse el pasado abril a Barcelona, donde, desde el Instituto Catalán de Oncología (ICO), Andrei sigue el tratamiento. «Mi hija murió hace seis años por este mismo cáncer. Era filóloga y justo había empezado a trabajar. Tenía toda una vida por delante», dice Tatiana con el rostro teñido de dolor. Ella y su esposo enfermo dejaron en Ucrania su vida anterior, a sus otros dos hijos y a sus tres nietos. «Nos preguntaron si queríamos desplazarnos a Noruega o a España. Lo tuvimos claro. Elegimos España por el sol», reconoce Tatiana.
Ni ella ni su marido, como tampoco los voluntarios que lograron rescatarles de la guerra podrán olvidar las frenéticas horas que precedieron a la partida del matrimonio hacia España. «Llegamos al aeropuerto y la compañía nos dijo que no les dejaban volar. Tuvimos que decirles con todo nuestro pesar que no podían ir a España», dice una de las voluntarias. Ni ella ni el resto de compañeros tenían en mente desistir. «Pasamos a la opción B. Les llevamos a tomar un café a la cafetería del aeropuerto para ganar tiempo a la desesperada. Con la ayuda del Ministerio de Sanidad y de la embajada española en Polonia lo logramos. Fueron cinco minutos de vértigo. Pasamos de los lloros a los gritos de euforia», explica a este diario. Ese día era su cumpleaños. «Nunca lo olvidaré», señala. En tierras catalanas, Teana y Andrei, se sienten «héroes» y «turistas». Entre revisión y revisión médica, el matrimonio descubre la capital catalana. «Cuando acabe esta guerra, traeremos a nuestras hijas a esta tierra. Siempre estará en nuestro recuerdo», concluyen.
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