ATENTANDOS DE BARCELONA Y CAMBRILS
Sólo el 50 por ciento de la célula de Ripoll consumió propaganda yihadista
Un estudio identifica los factores de riesgo que llevaron a la radicalización de los terroristas del 17A
«Lo que ocurre en prisión no tiene por qué tener recorrido fuera»
Barcelona
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Iniciar sesiónOcho años después de los atentados yihadistas de Barcelona y Cambrils, con 16 muertos y más de un centenar de heridos, un estudio ha identificado los factores de riesgo que llevaron a la radicalización de los diez integrantes de la célula de Ripoll ... (Gerona). Uno de los autores de esta investigación, el sargento de los Mossos d'Esquadra Pol C. Aritzeta explica a ABC que «en ocasiones, la religión puede ser un factor de prevención ante extremismos violentos», aunque este no fue el caso.
El policía de la Comisaría General de Información (CGI) precisa que, muchas veces, la literatura científica no profundiza sobre este aspecto, cuando «la religión islámica normalizada, y una persona que la conozca, se puede hacer resiliente ante el discurso extremista», pero los yihadistas que perpetraron los ataques del 17A, apunta Aritzeta, recibieron por parte del líder de la célula, el imán Abdelbaky Es Satty, «un discurso sesgado, con una doctrina extremista», el salafismo, por lo que la religión sí se convirtió en factor de riesgo, porque practicaron y compartieron «una doctrina violenta».
En su proceso de radicalización tuvieron gran impacto los hermanos mayores –entre los diez integrantes de la célula había cuatro parejas de hermanos– que fueron los que plantearon realizar la «acción violenta» y quienes mantenían una relación más cercana con Es Satty, por eso «estuvieron más expuestos al discurso, a la narrativa y la presión coercitiva del propio grupo». De hecho, el estudio corrobora que pese a que cuando comenzaron a radicalizarse, entre 2014 y 2015, «la propaganda de Estado Islámico era muy potente, con llamamientos para combatir en Siria e Iraq, sólo el 50 por ciento de ellos consumió material de índole yihadista a través de internet», ya que alimentaron su extremismo fuera de la red, a través de esas relaciones familiares y de amistad. «No tuvo tanto que ver con medios externos, sobre todo entre los hermanos pequeños, sino de un grupo hermético, porque cuando ellos ven que lo 'bueno' es realizar una acción violenta, consumen literatura y bibliografía facilitada y previamente seleccionada por el imán», apunta el sargento, «es decir, no tenían la necesidad de justificar sus actos fuera, sino que las respuestas ya las tenían dentro del grupo». Y es que entre ellos también había primos y relaciones de vecindad, de ahí «la influencia tan grande del vínculo» y el hermetismo.
Todos ellos tenían actitudes segregacionistas y gran parte de la célula había experimentado «eventos vitales potencialmente traumáticos», del traslado a España durante la infancia al fracaso escolar o situaciones de agravio por razón origen que les llevaron a crecer bajo una percepción de rechazo. Y es que siete de sus integrantes, al igual que el imán, nacieron en Marruecos, y todos salvo uno, Mohamed Houli, natural de Melilla, tenían dicha nacionalidad. Moussa Oukabir sí nació ya en Ripoll, si bien Houli era el único que contaba con la nacionalidad española.
Para diseccionar los elementos que llevaron a su radicalización, la investigación de los Mossos y especialistas de las universidades de Córdoba, Granada y Burgos, publicada en la revista 'Behavioral Sciences of Terrorism and Political Aggression', estableció cinco dimensiones de estudio: sociodemográfica; experiencial; creencias subjetivas; criminógena y psicológica. «A nivel demográfico, sí que eran personas que habían estudiado, algunos tenían trabajo y amigos fuera de la célula, pero los factores de riesgo estaban mucho más presentes [en sus vidas] y más intercomunicados que los de protección, que eran periféricos y no fueron suficientes para neutralizar los primeros», precisa el investigador. Por eso, pese a los altos niveles de integración aparente –tenían «contactos sociales no radicales» y todos mantuvieron una «amplia red social»–, hubo otra serie de condicionantes que propiciaron su extremismo. Entre otros, la violencia. En muchos casos, los terroristas se criaron en hogares sin figura paterna o donde imperaban los malos tratos, junto a «madres con un nivel sociocultural muy bajo», por lo que la familia no era un referente. Una violencia que luego ellos mismos ejercieron en el ámbito escolar, con ataques de ira, peleas, agresiones y 'bullying'.
El 80 por ciento de la célula tenía antecedentes familiares con radicalización cognitiva o conductual
El estudio, en el que se analizaron 200 declaraciones policiales, 50 entrevistas a familiares y entorno de los terroristas, además de pruebas e informes complementarios, también refleja que un alto porcentaje de los yihadistas mostraron un bajo autocontrol, manifestado en conductas impulsivas o mal genio; también «búsqueda de emociones fuertes a través de actividades de riesgo realizadas por placer sin importar las consecuencias». De delitos juveniles, a conducción temeraria, consumo de drogas, deportes extremos y presenciar o participar en peleas. «Era un campo abonado para esta narrativa y la intervención del imán, siendo menos resilientes ante este tipo de discursos», precisa Aritzeta.
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En cuanto a la dimensión criminógena, la mitad de los diez yihadistas –incluyendo al imán, que pasó por prisión– tenían antecedentes y, en los doce meses previos a los ataques, habían sido identificados, denunciados o detenidos por robos y asaltos. «Tenemos delincuencia común, delitos contra el patrimonio y un multirreincidente», en el caso de Houli, aún entre rejas.
Entre los factores psicológicos que propiciaron su extremismo, los investigadores constatan su percepción de una amenaza simbólica [contra los musulmanes por parte de la sociedad occidental], así como su disposición al autosacrificio, ira y odio, y también su fundamentalismo.
Tríada oscura
«Muchos factores intervienen en su radicalización, y hemos podido hacer una fotografía de cada uno de ellos, pero la limitación del estudio es que no podemos decir cuál fue el punto de inflexión; el que la desencadenó», indica Aritzeta. Lo que sí puede constatar es que «todas estas carencias» descritas las suplieron «a través de una persona mucho mayor que ellos, que sabía de religión, de la vida, que tenía experiencia y que supo manipularlos, que fue el imán» Es Satty. Un individuo de cuya personalidad los expertos determinaron que reunía rasgos compatibles con la denominada «tríada oscura»: maquiavelismo, narcisismo y psicopatía. «Lo que hizo, con sus doctrinas radicales, fue aprovechar todos los factores de vulnerabilidad de la célula de Ripoll para entrar con métodos de manipulación psicológica y erigirse como el líder en base a sus conocimientos».
De los cambios que experimentaron los yihadistas sí fue consciente parte de su entorno. «Alguna persona, sobre todo del círculo más próximo, sí que explicó después que había detectado alguna conducta que le había llamado la atención, e incluso hubo quien llegó a pedir ayuda a la familia para no cometer la acción, pero no se supo contextualizar, ni se le supo dar la importancia que tenía vehicular esas dudas, porque si se hubiese hecho no se habrían producido los atentados», constata el sargento de la CGI.
La mitad de los terroristas tenían antecedentes por delincuencia común. Entre otros, delitos contra el patrimonio
Así, los factores de riesgo, entre los que estaba su alto grado de extremismo; su sentimiento de superioridad del endogrupo (musulmanes) sobre el exogrupo (occidentales); e incluso, en el 80 por ciento de la célula, antecedentes familiares con radicalización cognitiva o conductual; propiciaron su extremismo, y los factores de protección, como su integración social y laboral en Ripoll, junto a amistades fuera de la célula, aspectos fundamentales para prevenirla, no fueron suficientes para «contrarrestar» los primeros, por lo que esta investigación aboga por implementar «intervenciones preventivas que aborden las diversas dimensiones» del proceso, que es «multifactorial» y subraya la «importancia crucial» de intervenciones tempranas para mitigar el riesgo del extremismo violento.
Y es que, como apuntan los investigadores, resulta vital trabajar en la prevención y articular mecanismos para detectar los cambios de conducta asociados a la radicalización, porque una detención o penas de cárcel no paralizan ese proceso.
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