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Majestic hace el ridículo, Messi gana con Meliá
Una sociedad madura, con una burguesía fuerte, moderna, que entiende la creación de riqueza, o no se deja hacer aquel proceso, o lo lidera desde arriba y lo gana
Artículos de Salvador Sostres en ABC
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Iniciar sesiónA través de su Socimi llamada Edificio Rostower, Leo Messi llevaba ocho años invertido en el negocio hotelero. La Socimi es la propietaria de los inmuebles y Majestic era el operador de los hoteles en Sitges, Ibiza, Mallorca, Baqueira, Sotogrande y Andorra con la marca ... MiM (Messi i Majestic). Desde principios de noviembre Messi ha cambiado de operador y el nuevo es Meliá, que gestiona 400 hoteles en todo el mundo. El nombre de la empresa no ha tenido que modificarse y ahora MiM significa Messi i Meliá, que participa con su marca de lujo y encanto Meliá Collection.
El cambio es un avance para Messi porque Meliá tiene más experiencia y calidad tanto en el lujo como en el gran lujo, pero son tristes los motivos por los que se produce. Tristes para Cataluña. De una gran tristeza. Continuamos sin aprender. Hasta 2024, Edificio Rostower era una sociedad limitada. Al convertirse en Socimi, el pacto entre Messi y Majestic se rompió al no querer comprometerse la familia Soldevila a pagar un fijo por la explotación de cada hotel. Como en cualquier Socimi, Majestic pasaba a pagar a Messi, además de un porcentaje sobre la facturación, una cuota anual estable por la explotación de cada establecimiento. No es que Majestic hallara desorbitadas las cantidades, sino que en su cálculo pequeño, pequeño y trágico, no quería comprometerse.
Los ingredientes los tenemos pero no sabemos qué hacer con ellos, y así una cadena hotelera catalana, sin demasiado prestigio en las últimas décadas, sin ninguna capacidad de generar actualidad e interés en los medios ni en las redes por sí sola, ha roto una relación empresarial con uno de los iconos mundiales más reconocidos, y que le funcionaba fantásticamente, porque la historia de los años en que han convivido sólo puede calificarse de éxito. Y todo por no querer asumir el compromiso mínimo de pagar una cantidad fija, que en los últimos ocho años de explotación han podido de sobra comprobar que cubrían de sobra con la ocupación.
Ésta es la confianza que demuestra Majestic en su capacidad de gestión pero sobre todo ésta es la idea, el alma empresarial que tiene una familia catalana en 2025. No nos puede ir bien. Es imposible que Cataluña sepa hacer lujo. Sabemos hacer muchas cosas, pero no sabemos hacer lujo. Y no es porque no hayamos viajado y no hayamos visto cómo se hace. Tampoco es que nos guste cuando lo hacen los otros. Lo que pasa es que carecemos de grandeza. Seguimos teniendo la mentalidad de un tendero. Es una mentalidad sin alma, sin deseo de un mundo mejor. Una mentalidad retorcida, truculenta, que si puede enreda, y si no puede enredarte entonces intenta discutirte cada céntimo de euro allí donde el dinero es indigno y no fértil; allí donde te ensucias discutiendo, ganas poco y quedas como un cochero en lugar de entender dónde está el verdadero interés de tu negocio, la posibilidad de crecimiento y de proyección: y entonces sí, de multiplicar exponencialmente tus ganancias.
En 1999, el chef Fermí Puig abrió el restaurante Drolma en la planta noble del hotel Majestic. Fue el primer gran restaurante de hotel en la ciudad, un lugar de encuentro de lo mejor de la intelectualidad, política y negocios de Barcelona. Gracias a Drolma, Majestic volvió a las páginas más interesantes de los periódicos y sin tener que pagar publicidad. Majestic era actualidad, Majestic era prestigio, Majestic transmitía calidad por los altos productos con que Drolma trabajaba –trufa blanca y negra, langosta, caviar– y también por el tipo de clientes, fijos y esporádicos, que tenía el restaurante. Empresarios, artistas, las más distinguidas autoridades que visitaban la ciudad. Drolma era un restaurante que normalmente no perdía dinero, aunque algunos años quedó ligeramente por debajo; pero de todos modos su planteamiento, su afán, no era la facturación contable, sino ser el buque insignia de una marca que no tenía ningún otro espejo para proyectarse. Lo que al final pasó es que la familia Soldevila mandó cerrar Drolma porque no ganaba dinero. Nunca más desde entonces Majestic ha vuelto a salir en los periódicos sin pagar por ello. Nunca más Majestic ha vuelto a tener prestigio social, ni ha servido para nada más que para albergar a anónimos turistas de paso. Ni siquiera Convergència i Unió celebra ya sus victorias electorales en el balcón del hotel, porque ni CiU existe ni Junts ha vuelto a ganar las elecciones. Y nunca más nadie con un poco de buen gusto ha ido a comer a Majestic, ni se sabe qué restaurante hay, ni qué chef lo lleva; ni se ha vuelto a cerrar ningún negocio ni operación significativa en aquella casa. Majestic ha desaparecido de nuestra vida y de nuestra importancia. No solo es que Majestic perdiera cerrando Drolma. Es que se perdió, se extravió: y Drolma era algo que ya tenía hecho, y era algo facilísimo de entender, y que le daba un beneficio diario, palpable, y además transversal en una sociedad muy estática. Ni eso fue capaz de comprender la familia Soldevila, para el gran desespero de muchos. Lo que quiero decir es que el ridículo que ahora ha hecho con Messi no es un ridículo nuevo.
No hay manera. No aprendemos. Ni aprendimos con Drolma ni con Messi de referencia. Ni siquiera con la ventaja de tener a una de las personas más icónicas que Cataluña ha dado en los últimos 20 años. Ni siquiera su ejemplo, su trayectoria, que lo tienes de socio, que lo tienes al lado, te sirve para entender el mecanismo de la grandeza. Y no se trata de una grandeza derrochadora, nuevo rico o suicida desde el punto de vista económico. ¿Cuál es el valor –en millones de euros– de asociar tu imagen a la de un astro mundial? Que los Soldevila lo desprecien les desmiente como empresarios serios.
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A Messi le irá mejor con Meliá. Ha sido una suerte para él poder cambiar, para él y para los clientes de sus hoteles. Pero es muy mala suerte para Cataluña estar todavía instalada en este nivel de poca profesionalidad, tan amateur, tan lejos de los estándares internacionales. El proceso independentista no ha sido ajeno a esta frivolidad. Una sociedad madura, con una burguesía fuerte, moderna, que entiende la creación de riqueza, o no se deja hacer aquel proceso, o lo lidera desde arriba y lo gana. ¿Pero quién había arriba? Pues entre otros la familia Soldevila, que cerró Drolma y ha roto con Messi. Con estas élites –o presuntas élites, habría que decir– no puede construirse nada serio, y es una lástima porque los ingredientes los tenemos. Cuando tantas veces vivimos como un agravio la relación con Madrid, hay que pensar que Madrid no tenía a un Messi y se lo tuvo que inventar; hay que pensar que tampoco tuvo a un Fermí Puig y también se lo tuvo que inventar, por no hablar del clima, del mar, y de las condiciones de vida francamente más amables que se dan en Barcelona. ¿Y qué hemos sido capaces de hacer con estos dones? Quejarnos. Quejarnos y destruirlos, o por lo menos intentarlo. No ha habido en Cataluña un liderazgo, una inteligencia puesta al servicio de las increíbles ventajas que la geografía y el talento nos han dado. Hemos tenido recelo, envidia, mucha mediocridad y una mirada cutre y resentida, basada en la desconfianza del otro y en creer que nuestra astucia se basaba en timarlo. Era imposible que nos saliera bien.
Messi no está en el Barça ni querrá participar en ninguna dinámica del club mientras esté el actual presidente, que lo echó del modo más grosero e inexplicado; Messi ya no tiene a un gestor catalán para sus inversiones hoteleras, y no lo tiene por razones que en cualquier otro país civilizado serían incomprensibles, hasta el punto de que el acuerdo con Meliá se cerró en dos días, por lo obvio y ventajoso que era. Y a la vez Messi, a través de su fundación, es el alma del hospital de niños Sant Joan de Déu y ha liderado la inversión y realización del SJD Pediatric Cancer Center de Barcelona, que trata a 400 niños al año con una esperanza de vida de más del 80%.
Los ingredientes los tenemos.
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