ARTES & LETRAS
El palentino que descubrió la Antártida
hijos del olvido: gabriel de castilla (palencia, c. 1570-piscobamba, perú, 1619)
El navegante avistó la ignota tierra austral siglo y medio antes que el capitán Cook
Pobres niños ricamente educados
Francisco de Carvajal, el 'Demonio de los Andes'
F. JAVIER SUÁREZ DE VEGA
A Gabriel, joven palentino al que tanto aprecio, le gustará escuchar esta historia protagonizada por un tocayo y paisano. Un émulo de Colón que fue el primero en avistar un nuevo continente de cuya existencia se dudaba: la llamada 'Terra Australis', el ... lugar más gélido del planeta.
Las brumas envuelven el nacimiento de Gabriel de Castilla. De ilustre prosapia -descendía del rey Pedro I-, cabe situarlo en 1570, incluso antes. Sus orígenes palentinos están fuera de toda duda, aunque un reciente trabajo de Areños Muñoz parece descartar que naciera en la capital. Como tantos otros, optó por la carrera de las armas y se lanzó a la aventura americana.
Y, ¡vive Dios!, si tuvo ocasión de demostrar su arrojo y calidad. Bajo el patronazgo de su tío, Luis de Velasco y Castilla, primer marqués de Salinas de Pisuerga con el que viajó al Nuevo Mundo, prestó grandes servicios y asumió importantes responsabilidades civiles y, sobre todo, militares. Un Luis de Velasco que se anotaría un histórico triple digno del Zunder al ser nombrado tres veces virrey: dos de Nueva España y otra del Perú. Y, a su retorno, este carrionés presidió el Consejo de Indias. Ahí es nada.
Gabriel de Castilla combatió a los corsarios ingleses y holandeses, tanto en el Caribe como en el Pacífico. Destacó en la defensa de la estratégica fortaleza de San Juan de Ulúa, en 1594 fue nombrado capitán de la artillería de la ciudad de Méjico, en 1596 maestre de campo, en 1599 lugarteniente de capitán general de mar y tierra de la Armada del Sur con base en El Callao.
También brillaría en Chile, donde se vio las caras con los indómitos mapuches en el interminable conflicto de la Araucanía que llevó a algunos a denominar esta región como el Flandes indiano. Fundó el fuerte de Purén y su intervención fue providencial para conservar las provincias de Hualqui y Quilacoya.
Escoltó varios cargamentos de oro y plata del puerto de Arica a El Callao, ante el acecho constante de enemigos cada vez más arriscados. Y se le confió la lucha contra ellos, como en 1600, cuando salió con tres naves a la caza de dos escuadras corsarias holandesas que, tras cruzar el estrecho de Magallanes, buscaban regresar a su patria cargados de plata de Potosí.
Fue en una de estas acciones cuando un contratiempo iba a garantizarle un pasaje a la eternidad. Al mando del galeón Jesús María, zarpó con otras dos naves, una de las cuales había pertenecido al corsario inglés Richard Hawkins, Ricardo Aquines para sus «amigos» en las prisiones hispanas de las que disfrutó largos años, tras su captura en la costa americana. Las tormentas que azotaban con frecuencia aquellos piélagos australes pudieron estar detrás de que la flotilla alcanzase una latitud hasta la que nadie se había aventurado. Así lo revela el testimonio del marinero holandés Laurenz Claesz que declaró haber «navegado bajo el almirante don Gabriel de Castilla con tres barcos a lo largo de las costas de Chile hacia Valparaíso y desde allí hacia el Estrecho, en el año de 1603; y estuvo en marzo en los 64 grados. Y allí tuvieron mucha nieve».
Un libro, publicado en Ámsterdam en 1622, afirmaba que en esa latitud había una tierra «muy alta y montañosa, cubierta de nieve, como el país de Noruega». Parece haber cierto consenso en cuanto al lugar avistado: las islas Shetland del Sur. No ocurre lo mismo con el irresoluto enigma de quién lo hizo, aunque muchos, como Jorge Berguño, Balch o Christie, apuestan por que Gabriel de Castilla fue el primero avistar la Antártida. Nadie llegaría tan lejos como él hasta que, en 1773, el célebre capitán Cook alcanzó los 71º 10' de latitud sur.
Olvidado en su patria, poco a poco se va reivindicando su memoria. El Ejército español bautizó con su nombre una de sus bases antárticas, en 2017 el ayuntamiento de Palencia le dedicó una calle y ya son varios los libros y artículos publicados. Aun así, sigue siendo un perfecto desconocido para la mayoría.
Lo que está claro es que los hados del destino se confabularon para hermanar Palencia y la Antártida pues, además de ser descubierta por el almirante Castilla, los primeros en pisarla fueron los 644 tripulantes de un navío de línea puesto bajo la advocación de un santo de Frómista. Sucedió en 1819, cuando el San Telmo, junto a otros tres buques, se dirigía a El Callao en el marco de las guerras de independencia americanas. Sin embargo, una tempestad hizo que fuese visto, por última vez, rumbo al gélido sur y con graves averías.
En España, el San Telmo y sus tripulantes fueron dados por desaparecidos en 1822 al no tenerse noticias suyas. Aunque otros, que sí las tuvieron, decidieron mantenerlas en secreto. Varios barcos ingleses llegarían poco después de su naufragio a la isla Livingston -la avistada por Castilla- y hallaron unos restos que identificaron con el navío español. Puesto en conocimiento de las autoridades británicas en Valparaíso, les ordenaron guardar silencio. Debía ocultarse a toda costa que fueron los españoles los primeros en pisar aquella 'terra incognita'. Recientemente, se han hallado restos de refugios, suelas de calzado y huesos de focas que, antes de perecer de hambre y frío, habrían servido de alimento a los infortunados marinos.
Gravemente enfermo y arruinado, tras costear muchas de las expediciones que dirigió, Gabriel de Castilla murió en Piscobamba en 1619, lejos de su Palencia natal, donde ya nunca más será olvidado.
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