Desde la Raya
Se llamaba Sandra
Cuántas 'sandras' habrá en las aulas sufriendo en silencio, por miedo, amenazas o por vergüenza
Abrazo entre dos mundos
Esperanza
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Iniciar sesiónEste bellezón, esta sonrisa tan tierna, esta niña llena de vida es Sandra. Que ya no tiene belleza, ni sonrisa, ni vida. Se llamaba Sandra Peña. Tenía 14 años y todos los sueños en su mochila. Pero se ha suicidado por bullying, por acoso en ... el colegio. Prefería estar muerta a ir a clase, pero no le hicieron caso ni a ella ni a su familia. Cuánto estaría sufriendo esa pobre criatura que prefirió dejar todo, irse, apagar la luz que iluminaba su casa. Es su familia la que ha pedido que difundamos su foto, que no se nos olvide su cara para visibilizar el problema que viven tantos niños atormentados, rotos por dentro. Es una menor. Pero no la pixeléis, no desdibujéis sus rasgos, no la hagáis invisible. Su rostro muestra la crueldad extrema y normalizada de tantos menores que golpean sin piedad, como un martillo, a sus compañeros de patio y pupitre. Quizá el dolor, la denuncia de su familia, sirva para adaptar la ley sobre los menores, para buscar y aplicar justicia. La inacción también mata.
Sus acosadoras son también menores, pero no tres niñas. Son el fruto podrido de esta sociedad también podrida donde el que no pisa no vale, donde el que golpea gana. No es un juego; es violencia consentida, camuflada tras la cobardía de quienes no intervinieron para atajarla. Dónde estaban los que debieron escuchar, proteger. Son también el fracaso de todos como sociedad que mira hacia otro lado. Algo debemos estar haciendo muy mal con los que vienen detrás. Cuántas 'sandras' habrá en las aulas sufriendo en silencio, por miedo, amenazas o por vergüenza. Cuántos centros fallan a la hora de detectar esos problemas o no poner en marcha los protocolos. Cuántos padres consienten, malcrían a sus hijos o simplemente no pueden con ellos, víctimas también de su tiranía.
No es nuevo. El acoso y derribo al débil, al solitario, al brillante, al alto, al bajo, al feo, al guapo, al orejudo, al listo, al tonto, al gordo, al flaco; la estigmatización del distinto siempre ha existido. Pero son nuevas las formas en una época en que las redes y los dispositivos móviles permiten prolongar ese acoso mucho más allá de las aulas. En casa, a cualquier hora del día, el que se siente poderoso puede machacar a su víctima.
El diferente es objeto de violencia verbal, psicológica o física sin un castigo para los maltratadores. Les protege su edad. Generalmente es la víctima la que tiene que abandonar el aula o el centro, en vez de expulsar y apartar a quienes hacen de su vida un infierno.
Y hay niños, adolescentes, incapaces de procesar tanta maldad, este bestialismo que nos despoja de lo humano, de lo que deberíamos ser: la solidaridad, la empatía, el amor. Está escrito en la ley de Dios pero debiera ser la ley del hombre. Nadie va a devolver esa hija a los brazos de sus padres, a encender la luz que se ha apagado. Pero quizá su sonrisa ayude a proteger a otros niños.
Miradla bien. Es Sandra. Tenía 14 años.
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