RUIDO BLANCO
El resto es ruido
El Concierto de Año Nuevo, con sus valses y polkas, está fuera del tiempo
Paradoja de belén
Cruz de navajas
Suena la Marcha Radetzky en Viena, en Berlín, en París, en Roma, en Valladolid y en Atenas. Es Año Nuevo en la vieja Europa y el concierto del Musikverein se convierte cada uno de enero en el último hilo dorado que nos conecta con el ... significado de la civilización. Un atisbo de esperanza para la cultura entendida como liturgia pagana si es que existe otra manera de concebirla que no incluya el rito. Un concierto de música clásica, ballet y esplendor austríaco de audiencia millonaria nos hace disfrutar de los albores del nuevo calendario siempre con fe. Con las filas de cariátides doradas como testigos exquisitos de una historia repetida desde 1939. Ellas han visto derrumbarse y renacer Europa varias veces sin mudar el semblante. La segunda Gran Guerra, la reconstrucción, paz, la unión y de nuevo la guerra. La belleza y la crueldad jamás se distancian demasiado. Donde hoy hay flores la primera vez colgaron esvásticas.
Poco importa si el mundo se desmorona cuando va a sonar la Radetzky en Viena y empieza el tambor y preparamos las palmas. Solemne, de elegante alegría contenida, perdió su inspiración marcial para ser el paréntesis de una batalla cultural que según terminen los aplausos habrá vuelto a perder. El Concierto de Año Nuevo, con sus valses y polkas, está fuera del tiempo. O es posible lo contrario y sea el único par de horas al año que la vieja Europa viva en el presente. Uno habita esta mañana corta entre el arpa y los violines. Cae sutil en la delicadeza de los vientos y observa sin prisa las largas secuencias de macizos de flores. No hay reloj en esos minutos en que acaba el concierto pero sabemos que no ha terminado y empiezan los bises y el mundo aguarda las melodías más conocidas de Johann Strauss. El Danubio Azul obra el milagro de convertir los hogares en salones neoclásicos y en pijama y zapatillas bailamos el primer y quizá único vals del año. Despeinados agrandamos los compases para saborear un mundo sin ruido. El resto es futuro, siempre futuro frenético que obliga a vivirlo todo por anticipado. El Año Nuevo sabe esperar a que termine la música en Viena.