artes & letras
'El esmero', de Tomás Sánchez Santiago: precisión y vuelo
La antología del autor zamorano ofrece una puerta de entrada al completo y complejo universo poético del Premio Nacional de Poesía de la Crítica
'Las leyes de la caza', de Pilar Fraile: su verdadero «yo»
Fermín Herrero
Por fin, pues lo había merecido sobradamente por libros anteriores, Tomás Sánchez Santiago, un escritor de muchísimo fuste, ha obtenido este año el premio de poesía de la Crítica a nivel nacional gracias a 'El que menos sabe'. Con posterioridad, ha ordenado, con un criterio ... muy acertado, como corresponde a su condición de profesor, siguiendo directrices temáticas, en cinco apartados, a su vez embastados de manera diacrónica, al paso del tiempo, motivo crucial de su poética, una selección de su obra bajo el título de 'El esmero', que procede precisamente de uno de los numerosos poemas largos, el quinto del 'Almanaque desconcertado', y en verdad memorables de su último libro, al que nos acabamos de referir. Sin duda este ordenamiento en forma de antología es una buena puerta de entrada a su completo y complejo universo poético y al mismo tiempo se puede leer como un volumen exento.
Como decía, el libro está organizado en bloques temáticos, si bien la sección de cierre es más bien un cajón de sastre, con un peso mayor en todos ellos de las entregas más recientes, particularmente de la citada, y menor de las primeras, de su inaugural 'Amenaza en la fiesta', que se ha reeditado hace poco en Isla de Delos, en edición conjunta con 'Limitación del vuelo' de Ezequías Blanco, únicamente aparece su poema de remate: «Los últimos recursos». Como «bazar sin norma» califica el propio autor el agrupamiento final a modo de coda, «Rienda suelta», en el que conviven desde una tala a matarrasa en la margen izquierda del Duero a su paso por Zamora con desolación arbórea, pese al afecto del autor, hasta un retrato melancólico de las cajeras volviendo a casa tras una jornada laboral en alejandrinos asonantados o un soneto, con serventesios en vez de cuartetos, sobre un cementerio de coches.
Castilla Ediciones
El esmero
- Tomás Sánchez Santiago 160 páginas 15 euros
La parte cuarta, de sesgo metapoético, se sitúa, aun sin certeza alguna, «cerca de lo innombrable», hacia su «música imposible» y su «luz derrotada». El poeta zamorano, discípulo nato de Claudio Rodríguez, de su estirpe legítima, nos lleva hacia donde habita la poesía, «el corazón helado del silencio», de donde viene, gracias a palabras sin paños calientes ni membrete oficial, desechadas por los hombres, tiradas por el suelo, las «descuadradas e insolventes», esquivas, sobrevenidas, indecisas, desubicadas, peligrosas, sí, pero, con su «golpe de amor» y por «el revés del idioma», transformadas por quien «conoce las cosas por su nombre» en bellas e imprevistas, justas y deslumbrantes, como recién estrenadas, amén de verdaderas. Son poemas «que tratan del quehacer de escribir», en cuya práctica, su sino y su gloria, añagazas, estrategias y señuelos, el autor es maestro consumado, siempre a la espera, a punto, «previsto y a la escucha». No en vano es el que desordena, el que menos sabe, el zahorí, en consonancia con unas palabras de Christian Bobin en 'La plenitud del vacío': «Los verdaderos escritores son zahoríes. Sanadores. La mano magnética del que escribe se posa sobre el corazón desnudo del lector, mitiga la fiebre, transforma la sangre en agua».
La antología se abre con el poema «Genealogía», con ese primer endecasílabo tan de su mundo narrativo, sobre todo de su novela en marcha 'Calle Feria': «Venimos de comercios pegajosos». Y es lógico que así sea puesto que el tramo inicial, «Inmediaciones», trata sobre personas cercanas, tanto de su familia como amistades, de ahí, entre la elegía y el homenaje, las palabras dedicadas a Tomás Salvador González, Luis Javier Moreno y José Diego, camaradas caídos en fragores líricos. El siguiente, «Íntimas rozaduras», apuesta, desafiante, por lo menudo, lo minúsculo: el aire que entra por las rendijas; una sopa que humea amorosa,; «el rumor de los hilos» o «el chasquido brillante de las cáscaras»; el corazón de una niña como «un dedal sin trampa», en su inocencia, «antes de que los números le muerdan»; una «grieta de luz» que reta, de atardecida, al invierno inminente; las hojas de una acacia, su destino, en fin, que es el nuestro, el de las generaciones de los hombres, a la intemperie, desde 'La Iliada'. El tercero, «De lo contrario», desde su propensión insumisa, «se ocupa de una resistencia crítica contra la inercia del mundo», cada vez más áspero e intimidatorio.
En su conjunto, al margen de la huella gamonedista, por ejemplo, en los numerosos sintagmas cuya atribución metafórica recae en un complemento de nombre abstracto, la inaudita capacidad elocutiva nos trae a la memoria el poderío expresivo del último Rosales y al Vallejo de las constelaciones imprevisibles, pero certeras hacia lo hondo. Citaré solamente un alejandrino encabalgado entre la multitud de hallazgos que sobresaltan y te dejan pasmado: «El calor comercial/que dan los matrimonios». Aunque no siempre la brillantez es un mérito poético por sí mismo, muy al contrario, las metáforas chocantes se disipan rápido, porque lo fundamental en un poema, a mi juicio, no es lo que dice, sino lo que es susceptible de sugerir, sin expresarlo directamente. En la poesía discursiva de Sánchez Santiago se aprecia un equilibrio harto difícil entre expresión arriesgada y poder de sugerencia. Del mismo modo que se consigue compensar, potenciando ambas, la emoción intelectual y la afectiva, desde una mirada piadosa hacia lo pequeño, lo desapercibido, lo arrumbado.
En definitiva, una muestra muy bien contrapesada de su intensa y continuada dedicación lírica, de su secreta labor durante más de cuatro décadas, que aúna, de un modo original y en extremo desusado, la precisión, los nombres de la exactitud, y el vuelo «de aquello que encontrara sin esperarlo». Ambas facultades, imprescindibles para que surja el temblorcillo inequívoco de la poesía, capaz de sublimar hasta lo mínimo inadvertido, vienen del cuidado en lo que bien atiende, «del esmero y tino» con que ajusta y entalla su escritura, tanto en prosa como en verso, pues sopesa y calibra cada palabra antes de «posarlas con amor y riesgo en el cielo del orden -ese otro orden- del poema», mimo y desvelo, resuelto con pulcritud, que este lector, cualquiera que se guíe exclusivamente por la calidad literaria, agradece sobremanera.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete