VÍA PULCHRITUDINIS
Sorpresas
Pregunté a los alumnos qué les parecía la idea de renunciar al uso de los portátiles y hablar, simplemente hablar
Pobres
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Iniciar sesiónEl lunes me enfadé muchísimo. Me enfadé como no recordaba haberlo hecho desde hacía muchísimos años. La historia se remonta a dos meses atrás, cuando comenzó el curso y en el aula reinaba un silencio sepulcral sólo interrumpido por el teclear de los ordenadores. Los ... alumnos acudían a clase en un espacio privilegiado, único y magnífico como es el aula de una universidad pública, pero simplemente no estaban. Un grupito de chavales atentos, de esos que preguntan, cuestionan y hasta se te encaran eran mi tabla de salvación frente a los que empotraban sus gafas ante la pantalla de sus portátiles. Sí, puede que si usted ya estudió hace años no lo entienda pero ahora desde la tarima no ves las caras de los chicos sino la marca del ordenador por el que los padres de la criatura han empeñado uno de sus riñones.
El grupo se iba dividiendo entre los que atendían, los que hacían trabajos para otras asignaturas preguntando a la inteligencia artificial y los que, sin decoro, navegaban por páginas de fans de Eurovisión. Lo primero que pensé era que lo que tenía que contarles no les interesaba o que, al menos, la forma en la que lo estaba haciendo no servía. Como un día malo lo tiene cualquiera, llegó un momento en que no pude más. Amenacé con plantar unas filminas, hacerles coger apuntes y dejarnos de clases pretendidamente participativas, práctica en lugar de memorización y terminé la clase con un sabor agrio en la garganta.
El jueves de camino al aula volví a pensar en el fracaso que suponía renunciar a todo lo bueno que se puede hacer en un aula universitaria. Sacando fuerzas de flaqueza decidí dar y darme una segunda oportunidad. Pregunté a los alumnos qué les parecía la idea de renunciar al uso de los portátiles y hablar, simplemente hablar. La respuesta fue enternecedora. Hasta los más adictos hablaron por primera vez en dos meses para decir que les parecía perfecto, que a ellos también les molestaba el soniquete de las teclas de sus compañeros durante la clase. Sin perder el romanticismo pero con un pragmatismo propio del siglo algunos propusieron que, al menos, siguiera pasándoles los apuntes de la parte teórica pero que, por ellos, adelante con la idea de una clase sin teclados.
Reconozco que ahora mismo me resultaría casi imposible escribir estas líneas a mano y cada vez que miro al teclado me acuerdo de los alumnos. Tienen razón los que dicen que la imposición no funciona con unos chavales en la tardoadolescencia pero la cosa va más allá. Atreverse a hablar, a debatir sin posturas enconadas en las que la razón no la tienen ni las canas ni la adoración a la pubertad te da sorpresas. No sólo es que los chicos dejen el teclado bajo el pupitre, es que mañana es lunes y un servidor tendrá que estar a la altura porque no habrá lugar para las disculpas.
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