VÍA PULCHRITUDINIS
El perro cojo
Un sistema capaz de gastar en lo que no es rentable económica ni electoralmente dice mucho de si mismo
San Carlo Acutis
Viva la fiesta
Valladolid
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Iniciar sesiónLa estatua de un perro cojo reposa sobre una caja de cartón muy alta en cuyos laterales todavía se pueden ver las grapas arrancadas con las que en su día se grapó la dirección del destinatario. Es una peana orgullosa, tan pobre como exclusiva y ... que algún día puede convertirse en tendencia para los más afamados centros de arte contemporáneo. Tiempo al tiempo. El autor deambula a su alrededor con la cabeza gacha, mezclando la satisfacción por las miradas que se clavan en su perro con la inseguridad por encontrarse en medio de un grupo demasiado grande para sus hábitos cotidianos en un piso tutelado y en el taller ocupacional al que acude cada día.
La escena tiene lugar en una de esas salas municipales sustentadas con fondos de una diputación, un gobierno autonómico o del Estado. Un remolino de gentes que, tras la visita a la exposición, disfrutan de «un Fanta» y unas rodajas de chorizo sobre pan de molde que a esas horas ya está rancio. Dinero público gastado en agasajar a un puñado de usuarios y familiares acompañados de funcionarios y denostados políticos. La demostración de que el sistema funciona y que puede hacerlo en cosas tan alejadas de la política internacional como la estatua de un perro cojo.
Enfermedad mental, abandono, vejez, discapacidad… una pléyade de servicios públicos que se comen presupuestos con tanta facilidad como generan dignidad. Un aluvión de acciones sordas destinadas a una minoría cuyo futuro sería imposible en un país sin una cultura democrática cierta y dispuesto a invertir dinero público en cosas tan intangibles como la dignidad individual de quienes más lo necesitan. Gastos asumidos por todos como imprescindibles y que sustentan a quienes ya tienen un problema real más allá de quienes generan ruido para crearse el suyo propio con el afán dictatorial de que sea de todos.
El sistema funciona y se sujeta porque los ciudadanos queremos que sea así. Un sistema capaz de gastar en lo que no es rentable económica ni electoralmente dice mucho de si mismo pero, sobre todo, dice mucho de los ciudadanos que libremente votan porque eso siga siendo así. El problema no es el sistema, ni el Ejecutivo, ni la Unión Europea. El problema es adoctrinar a una sociedad para que destruya el marco de convivencia democrática del que, casi sin darnos cuenta, disfrutamos cada día aunque no salga en los telediarios. El peligro está en ese antisistema que emplaza su esperanza en individualismos egoístas fruto de la frustración personal que alimenta una sociedad tan antidemocrática como carente de alma. Una sociedad que busca la rentabilidad económica o la dictadura del relativismo dejando de lado la Verdad. El perro cojo reluce sobre la caja de cartón gracias al sistema y a que, por ahora, la mayoría entendemos que lo importante no es el perro sino su autor aunque no tenga nombre.
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