VÍA PULCHRITUDINIS
Domingo de Resurrección
Hoy es el día más importante del año, una celebración que en sentido estricto hace enmudecer hasta a la propia Navidad
Autoedición
Gracias Donald
Este Viernes Santo escuché a una atea empedernida decir que visitando una iglesia mientras hacía turismo se había sentido «especialmente bien». Aunque nada más fuera por eso, bien merecen la pena todos los desmanes a la que nos acostumbran las celebraciones de la Semana Santa ... y que, a veces, tanto cuesta digerir cuando el folklore, la promoción turística y los disfraces sustituyen a los hábitos raídos, horas santas y vigilias.
Hoy es el día más importante del año, una celebración que en sentido estricto hace enmudecer hasta a la propia Navidad. Hoy es Domingo de Resurrección, una celebración que a todos, creyentes o no, impresiona porque, en el fondo, lo de nacer es hasta sencillo pero resucitar son palabras mayores. Hoy los cristianos continúan su particular camino de esperanza en un año jubilar como el que vivimos. Guerras, injusticia, olvido o abandono continuarán mañana pero el mundo entero y España en particular han visto cómo el arte, la tradición y hasta las ofertas de hoteles y restaurantes han envuelto de forma disimulada el mensaje que, de verdad, importa ya sea a través de la catequesis o el proselitismo. El relato de una verdad que es posible en nuestro corazón y en nuestra mente. La certeza de que la felicidad nace cuando se da y no cuando se recibe. Un sueño convertido en realidad que, a menudo, parece más imposible que la propia resurrección de Cristo.
La publicidad indisimulada en procesiones o esa nueva moda de desear una 'feliz Semana Santa' son ofensivas pero, echando la vista atrás, es como culpar a Juan de Juni o a Pompeyo Leoni de que sus magistrales obras de imaginería que hoy reverenciamos fueron juegos de artificio para poner de moda la Semana Santa en el siglo XVI. No es comparable un crucificado con algunos de los paquetes turísticos que hoy se ofertan pero, al final, lo importante es que alguien pueda decir «me he encontrado especialmente bien» mientras presenciaba cualquiera de las procesiones que han recorrido nuestras calles y plazas.
Este Domingo de Resurrección es la encarnación de la esperanza pero no lo es sólo para cofrades y devotos creyentes. La esperanza de hoy lo es para el mundo entero. Una mirada diferente al prójimo que procesiona o a nosotros mismos en el interior de una oración, aunque sea pagana, bien valen la pena porque confirman que el mundo puede ser mejor y que está solo en nuestras manos. Una conversión que no se asienta ni en cheques, ni en el diagnóstico de nuestros problemas como sociedad sino en la capacidad íntima que cada uno de nosotros tenemos para tener esperanza en que la bondad es posible. Mañana volverá a ser lunes y se acaban las vacaciones pero puede que todo esto haya merecido la pena.
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