Tolmo: Aquel sueño que nos sedujo

Tolmo: Aquel sueño que nos sedujo ABC

POR Jesús Fuentes Lázaro

Nunca, seguramente ni los mismos creadores, llegaron a pensar que un sueño, su sueño, aunque luego dejara de ser propio para ser más amplio, perduraría durante tanto tiempo. Por que eso ha sido Tolmo: un sueño con fecha de caducidad. Sólo que, transcurridos los primeros ... años, se nos olvidó que tuviera final. Al proyecto lo creímos inmortal.

El nacimiento de Tolmo fue más un acto de la voluntad que un intento pragmático o una traslación de iniciativas que se producían en otros lugares. Un grupo de pintores y escultores, sobre todo de pintores, se reunieron para habilitar un espacio, físico y mental, en el que ellos, de dentro, y otros, de fuera, dieran a conocer sus obras. Querían despertar las conciencias desgastadas por el paso de los siglos y unas preferencias artísticas que continuaban apegadas a formas y maneras de la pintura costumbrista. Desde el que dominaba la técnica al principiante; desde el que carecía de imaginación a hasta quien la poseía en abundancia, se reproducía una y otra vez al mismo tema: Toledo. Los más avanzados le aportaban una paleta impresionista, la mayoría continuaba en la tradición de Velázquez sin que tuvieran posibilidad alguna de llegar a ser Velázquez, Soroya o Zuloaga. Como resultado, Toledo tal vez sea la ciudad más reproducida al óleo del universo. Todo empezó con el Greco. Cuando trasladó la idea -nada nueva por otro lado en la Italia de la que procedía -de reflejar un Toledo quimérico al fondo de varios de sus cuadros. Desde entonces no se ha parado. En ese ecosistema trasnochado unos individuos, entonces anónimos, quisieron edificar un sueño no figurativo, cuyo fin es el que nos han anunciado recientemente.

En los días posteriores a la comunicación del final del proyecto, hubo quienes se apresuraron a esbozar un epitafio más o menos nostálgico. ¡Son tan agradecidas para los vivos las necrológicas! Otros apostaron por el retorno del sueño terminado. Incluso los fundadores dejaron imprecisa una vuelta al sueño que clausuraban. ¡Como si fuera posible recuperar los sueños cuando nos apetece! También hubo quienes experimentaron un escalofrío impreciso ante el final de la aventura. La convulsión interior que nace de la certeza de un comportamiento individual poco comprometido. ¿Cuánta parte de responsabilidad nos corresponde a los demás en el colapso del proyecto?

«Tolmo ha cerrado cuando le correspondía. Ni antes ni después»

Nos habíamos habituados a convivir con un sueño y llegamos a pensarlo imperecedero. Tolmo ha cerrado cuando le correspondía. Ni antes ni después. De las diversas ocasiones en las que estuvo a punto de hacerlo, esta era la más adecuada. Se produce en el instante preciso y no por la crisis económica actual, aunque haya sido la excusa. Ni por los gastos de mantenimiento, ni por el descenso en la adquisición de obras. Ha cerrado porque había llegado a su final. De ahí, que si Tolmo surgiera de nuevo, sería otro sueño, otro proyecto. Tal vez igual de duradero, posiblemente igual de fecundo, pero no sería ni el mismo proyecto ni el mismo sueño.

Tolmo hizo su aparición en una ciudad de provincias con la esterilidad de un desierto cultural. Desde los siglos gloriosos la cultura no había sido una gran cosa. Nada o muy poco le llegaba del oasis que podía representar Madrid. Nacía con intencionalidad utópica y con sentido práctico. Tal vez, un oximoron. La utopía consistía en reinterpretar y actualizar la herencia innovadora del Greco. El sentido práctico aspiraba a que un grupo de artistas de Toledo se hiciera un hueco en el mercado del arte, sin las imposiciones de los gustos tradicionales o las dictaduras de marchantes y representantes artísticos. Imaginaban Toledo como una ciudad de la cultura a la que de nuevo volverían sus miradas intelectuales, poetas, filósofos, pintores. Y, en el centro o en los extremos –la geometría es lo de menos– ellos.

Huían de las composiciones figurativas, que habían sido superadas en el resto del mundo, incluida España. El intento fue como querer transformar de repente, y sin tiempo para la adaptación, a Toledo en Nueva York, París, Berlín o Moscú. Los toledanos se acostarían un día en la inanidad de una ciudad de provincias y despertarían, a la mañana siguiente, en el ajetreo, las incertidumbres y la inseguridades cosmopolitas de las ciudades citadas. ¿Se imaginan las alteraciones de un fenómeno tan fantástico? Ante la procacidad de la propuesta, lógico es que aparecieran los detractores. Normal que surgieran enemigos y adversarios. También incomprensiones y rivalidades. Al fin y al cabo, lo novedoso siempre genera tensiones y más en Toledo que tiene el pulso adaptado a los latidos de la inmovilidad.

«A pesar de tantos obstáculos, supieron sobrevivir. Superaron riesgos»

A pesar de tantos obstáculos, supieron sobrevivir. Superaron riesgos. Salvaron discrepancias internas y zacandillas externas. Y se presentaron al final del siglo y comienzos del siguiente como un Bien a proteger. Se organizaron reconocimientos, se hicieron exposiciones, participaron en concursos como jurados o competidores, fueron consultados en iniciativas y proyectos. Ellos representaban lo que de forma grandilocuente se ha dado en llamar el mundo de la cultura. Para analizar quedará, cuando dispongamos de las perspectivas que aporta el tiempo, averiguar la influencia real que ejercieron en la ciudad y su pervivencia en el futuro.

Entre tanto éxito relativo se fueron infiltrando los años. Y en ese transcurrir inequivoco del tiempo, lo previsible es que aparecieran enfermedades. De todo tipo y género. Porque también a los sueños les afectan las debilidades de la naturaleza. Se percibía una indudable duda. Como un cansancio anémico que intentó combatirse con la incorporación de gentes nuevas y nuevas iniciativas. Nadie, o mejor, todos se daban cuenta de que el proyecto estaba llegando a su final. Lo que sucede es que nos negamos a despertar de un sueño, máxime sí es sugestivo. Nos resistimos a pasar de un universo onírico a una realidad burda, tosca, ignorante. Aunque lo mismo sucede a la inversa.

Tolmo fue un instrumento para comprender la vida diaria, también en provincias, a través del mecanismo de los sueños. O mejor, con los materiales, las reglas y las técnicas de los mismos. Así que fue bonito mientras duró. Distinto es lo que suceda ahora: sin Tolmo.

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