ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA
La palabra imaginada (40): Poemas recién publicados
Del libro Signos de una antigua diosa. Ápeiron Ediciones. 2025. María Antonia Ricas
La palabra imaginada (39): Matisse con Jesús Pino
MARÍA ANTONIA RICAS
Diosa fumando cigarrillos Salem
Aunque tuve un largo aprendizaje de humo, por mucho que quise no he conseguido imitar tu postura.
Nunca tendré los ojos azules, ni seré delgada, morena, con hombros de perfecta redondez, con clavícula mostrándose elegantemente bajo el escote halter del vestido ... de verano. Ni siquiera me atreví con ese escote, ni siquiera habrá veranos en un jardín de los 60.
No alcanzo a colocar el antebrazo así, con la mano distraída apenas sujetando el pitillo entre el corazón y el índice. Hasta tu manera de dejar caer la ceniza marca el gesto inconfundible de una divinidad a la que le sobra el tiempo o el espacio y sus impedimentos.
Nunca naceré el 9 de noviembre ni tomaré pastillas preciosas, indispensables para escribir un poema provocador y crudo. Tampoco beberé la medida de whisky precisa para enronquecer la voz y seducir levantando con lentitud la mirada.
En mi casa no conviven el tormento, la tentación de morir con estas cortinas pasivas, disecadas. Hace tanto calor, tanta pesadez inconsistente.
Por eso no leeré Menstruation at Forty con un favorecedor vestido oscuro, por supuesto con el cigarrillo en la mano, deteniéndome en el segundo verso porque ladra nuestro perrito. Jamás me quiso un perrito y hace tiempo que olvidé la sangre. Y no aparentaré que sé llegar al final del poema sin sonreír, simulando la distancia infinita de las diosas, pausando la lectura por dar otra calada.
Kintsugi en Gaza
Estábamos hechos de loza
finísima; si nos poníamos
al trasluz un leve perfil
aparecía en nuestras pieles,
era la preciosa señal
de la fragilidad, el arduo
vivir.
Hasta que nos tiraron
al suelo, hasta que, derramados,
conocimos el peligroso
modo de los escarabajos.
Nos hicimos añicos,
brazos, quebradas piernas, bultos
de dolor.
Pero más tarde, casi mágica-
mente, fuimos recomponiendo
nuestras ruinas de cuerpos: hilos
de resina dorada
restañaban los trozos;
abrazábamos
cada una de nuestras partes,
las revivíamos, besábamos
sus áureos bordes
y volvíamos a contener
el líquido de sed,
la carne hambrienta.
Algunos no pudieron:
demasiadas astillas, pechos
desmenuzados, maxilares
sin dientes.
Y bebimos por ellos
antes de volver a morir
bajo las bombas.
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