TRIBUNA
Unas pocas palabras
Para enfadarse con sus críticas de color había que venir enfadado de casa, porque Vic no tenía acidez
Vicente Torres, Vic
Escribo de un hombre al que apenas conocí. Tuve con él muy pocas palabras, siempre gratas. Unas pocas palabras, sabiendo escuchar , dan muchas pistas sobre un hombre. Muchas más que un discurso de una hora, del que únicamente queda una pesada sensación de ... eternidad. Del orador no queda nada, salvo la decisión de no frecuentarlo.
Escribo de esas pocas palabras y de mil quinientas viñetas sobre Córdoba, con las que he tenido trato directo desde que colaboro en este periódico. De esas pocas palabras me llamó la atención el tono y el gesto con que me las decía, como si tuviera más interés en la música que en la letra. La música del lenguaje le iluminaba toda la cara, con una luz que irradiaba de los ojos hacia las mejillas y la frente. Unos ojos que se alegraban de pronto.
Terminado el breve concierto, volvía la cara a un recogimiento casi inexpresivo. Aquel hombre callaba muy bien, su silencio era elocuente. En su caso, una palabra de más hubiera supuesto un sentimiento de menos. Fue mejor así. Los grandes pelmas de la cultura dedican todo su empeño a fracasar en las conferencias de los ateneos, despreciando el género chico de la oratoria, el arte que hay que aplicar a las pocas palabras de la vida diaria que merecen la pena: gracias, me gusta lo que haces, me alegro de verte, y expresiones así, como sinfonías resumidas. Para que esas palabras hagan nido en el corazón del destinatario precisan el punto justo de sonido, de sentimiento. Saber llegar con el lenguaje tiene sus trámites. El primero de todos, querer llegar, y para eso es imprescindible que el interlocutor note que él nos importa. Esa cualidad tenía Vic . Porque estoy escribiendo de Vicente Torres Esquivias , el hombre de esas pocas palabras, que quedará en la inteligencia histórica de Córdoba como Vic. Me pareció un hombre edificado sobre un fondo melancólico, que es una característica de los grandes artistas. A veces se confunde con el distanciamiento. Tenía una sonrisa contenida , como si no hubiera logrado desprenderse del todo de una cierta hurañía.
Algunas sospechas sobre su personalidad creí confirmarlas en las viñetas del ABC . Las palabras precisas, ni una más. Con el tono adecuado. Para enfadarse con sus críticas de color había que venir enfadado de casa, porque Vic no tenía acidez. En un artículo sobre el «Tabernario sentimental» , el libro para beber que hizo con el gran Javier Tafur , escribí que «este hombre tiene un sentido medicinal del color y del dibujo, relaja y reconforta. Los personajes mejoran por dentro cuando los pinta él». La definición más cabal de su personalidad la dio él mismo en un dibujo que he visto repetido en sus viñetas. Vic y su inseparable e inconfundible Javier Tafur mirando pasar la vida y pasar las cosas. Como espectadores. Vic era un espectador que había alcanzado la sabiduría observando a la gente, porque el conocimiento es hijo de la observación . Tiene mucho mérito convertirse cada día en protagonista viniendo de espectador. Sus viñetas son fragmentos de la vida y de las gentes de Córdoba. La suma de sus fragmentos es la historia contemporánea de esta ciudad. Con el colorido de la Feria y la hondura de la Semana Santa. Como aquel «filósofo aullador» que se llamaba Cioran, también Vic podría decir: «nací para el fragmento.
He escrito sobre un hombre al que apenas conocí. Ahora me doy cuenta de que lo he ido conociendo mientras escribía de él. Con una suave tristeza .
Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras