Tribuna libre | 'Abonados a la discriminación'

Con un cierto tufillo electoralista, el Gobierno pretende que sus discutibles gustos sean compartidos por la juventud española, y para ello ha anunciado la creación del denominado «bono cultural joven» destinado a la formación de quienes, casualmente, ejercerán por primera vez su derecho al voto coincidiendo con la consumación de la regalía. Cerca de medio millón de jóvenes recibirán el año que viene un cheque de cuatrocientos euros -girado por Pedro Sánchez contra la cuenta corriente del contribuyente- para que lo gasten en cualquier manifestación cultural excepto la tauromaquia, en otro ejemplo de una decisión gubernamental que ya supera la contumacia para acercarse a la prevaricación por resultar manifiestamente arbitraria, sectaria, discriminatoria y, por tanto, injusta.

Por el Ministerio de Censura ( aún rotulado con su anterior denominación «de Cultura») andan repartiendo excusas ante esta nueva embestida contra lo taurino , y parece ser que Yolanda Díaz -devota confesa del terrible ideario estalinista- ha sido la muñidora entre barreras del enésimo ataque contra el ordenamiento jurídico. Tiene querencia la hoy vicepresidenta por vulnerar los derechos de los profesionales taurinos y negarles el pan y sal ( no sólo en sentido metafórico), pues no en vano en los peores momentos de la pandemia fue la causante de dramáticas situaciones de necesidad al denegar la prestación por desempleo a la que tenían derecho , en un reprobable ejemplo de fanatismo ideológico corregido de forma unánime por los juzgados y tribunales del orden social.

No es casual ser la peor en el engañabobos «poli bueno-poli malo» en el que han convertido sus relaciones los socios de gobierno. Dicen por Moncloa que aún está por desarrollar normativamente la nueva mamandurria, pero uno ya se imagina al bailongo del ministro Iceta repartiendo talones en un autobús repleto de jóvenes que cantan a coro la nueva versión de la copla falangista «qué buenos son los miembros del gobierno/ qué buenos son que nos llevan de excursión/ no me olvido la pomada/ ni el librito de orientación». Quizá este regalo de cumpleaños sea la sublimación del aforismo socialista «los niños no son de los padres»>, gracias al cual mis hijos llevan diez meses sin paga a la espera de recibirla de la añorada ministra Celaá.

La tauromaquia, una vez más, es el medio del que algunos pretenden valerse para conseguir su taimado fin: acabar con la libertad individual. De nuevo se nos presenta un desafío que trasciende el maniqueo debate «toros sí, toros no» al que determinados poderes públicos intentan trasladarnos, interesada y falazmente, para ocultar el verdadero móvil censor de su ideologizada toma de decisiones.

De no ser por las graves consecuencias que se irrogan por decisiones tan totalitarias, debiera sonrojarnos como sociedad teóricamente avanzada tener que alzar la voz para argumentar que el gusto del gobernante de turno no puede ser el criterio rector de la política de un país, o que las filias y fobias personales debieran quedar al margen de la toma de decisiones , máxime cuando, como en este caso, la tauromaquia cuenta con el necesario aval jurídico que garantiza y obliga no sólo a su protección, sino también a su divulgación.

El imperio de la ley, su concreción en el principio de legalidad, la regulación contenida en, entre otras, la Constitución Española , la Ley 18/2013 para la regulación de la tauromaquia como patrimonio cultural, los decretos autonómicos, o la doctrina del Tribunal Constitucional, Tribunal Supremo y demás jurisprudencia menor debieran bastar para que, de una vez, cese una persecución que evoca tiempos que creíamos superados.

El objetivo de esta orquestada campaña no es la abolición de la Tauromaquia, sino proscribir nuestra forma de vivir ; de relacionarnos entre nosotros y con el entorno; de educar a nuestros hijos; de nuestro derecho a decidir qué comemos, dónde vamos, la película que vemos, qué música escuchamos, o el libro que leemos. A ojos del subvencionado lobby animalista la libertad es el último obstáculo para igualar hombres y animales, de ahí su empeño en cercenarla.

La difícil relación de una parte del gobierno con la ley no invita al optimismo, y quién sabe si con el entrega del cheque también regalarán un ejemplar actualizado del ‘Digesto de Justiniano’, ése en el que ahora se define la libertad como «la facultad natural de hacer lo que no está prohibido por la ley… y coincide con los gustos del Presidente del Gobierno». Si finalmente debemos unir de forma indisoluble nuestro destino al del líder y sus apetencias, sólo nos queda confiar en que entre sus gustos también se encuentre el del respeto por la libertad y la justicia.